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Crítica:ESTRENO | 'El domingo si Dios quiere'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madre coraje

Javier Ocaña

Tras la II Guerra Mundial, Francia, necesitada de mano de obra masculina, adoptó como ciudadanos a cientos de miles de argelinos que, sin embargo, debían abandonar a sus familias en su país de origen, ya que la normativa no incluía a las mujeres y a los niños. Cuando, en 1974, se dio vía libre a que los parientes pudieran seguir la línea anteriormente trazada por el progenitor, se dieron casos como el que cuenta la película El domingo si Dios quiere, en la que un hombre se reencuentra con su madre, su mujer y sus tres hijos (a los que apenas conoce) después de 10 años.

Disminuida por una cultura que desconoce, agobiada por un idioma que apenas habla, sojuzgada por una suegra castradora, reprimida por un marido con el que no le une ni el cariño ni el pasado y, sobre todo, martirizada por ciertas costumbres que sí ha mamado desde pequeña pero que la sitúan en un estadio demasiado cercano a la esclavitud, la protagonista femenina es un saco de boxeo al que todos golpean. Un papel que borda la guapísima y excelente actriz Fejria Deliba, provista de una perturbadora mirada que transmite una absoluta sinceridad, un inquietante malestar y una tristísima dulzura.

EL DOMINGO SI DIOS QUIERE

Dirección: Yamina Benguigui. Intérpretes: Fejria Deliba, Zinedine Soualem, Rabia Mokedem, Amina Annabi. Género: tragicomedia. Francia/Argelia, 2001. Duración: 98 minutos.

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Quizá por miedo a que el relato resulte demasiado sobrecogedor, Yamina Benguigui, la directora, utiliza para rebajar el listón dramático algunas secuencias de comedia (el atropello y posterior enterramiento del perro, la pelea en el jardín de la vecina...) que contrastan mal con el drama de los puñetazos que recibe la mujer por parte del marido y con los continuos reproches de la desquiciante suegra. Asimismo, frente a la magnífica decisión de no enseñar nunca al esposo en su recorrido diario fuera de la casa (en el trabajo, con amigos...), resulta extraño que no se muestre una sola escena de dormitorio, ya sea durmiendo o haciendo el amor, por lo que el espectador termina preguntándose cuál es la relación del matrimonio después de cierta hora de la noche. En cuanto a la dirección, el ágil manejo de la cámara en las escenas trágicas se eleva sobre la excesiva utilización de las transiciones musicales (encadenados de imágenes sin texto, acompañados de una canción), sobre todo en la primera mitad del metraje.

Sin embargo, pasado el ecuador de la cinta, la odisea de esta argelina se impone sobre los desequilibrios en el tono. De este modo, la parte final de la historia sigue una línea en continuo ascenso hasta llegar a la estremecedora penúltima secuencia y a la última frase del filme, pronunciada por la mujer, que abre una puerta a la esperanza. Una rendija por la que también se cuela el hecho de que esta bienintencionada película sea obra de una descendiente de una de estas madres coraje, que seguro que un buen día también dio un puñetazo sobre la mesa para evitar que su hija fuera un saco de boxeo más.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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