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CAMBIO POLÍTICO | Debate en los partidos
Columna
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La difícil marcha

Soledad Gallego-Díaz

El mitin de Vista Alegre ha dejado claras algunas cosas. La primera, que José María Aznar sigue siendo el líder natural del PP y que nadie, desde luego no Mariano Rajoy, le disputa ese papel. Aznar ha dicho repetidamente en estos días que se retira de la política, y no hay por qué dudar de esa voluntad expresa, pero ayer se comportó como un dirigente en activo: habló el último, aludió muy de pasada a su sucesor, señaló las metas de su partido, exigió determinados comportamientos y garantizó rápidos resultados.

Resultaba extraño oír todo eso en boca de quien se supone que desaparece mañana mismo de la escena política del país, en lugar de formar parte del discurso de su sucesor. La marcha de Aznar es, dicen, indiscutible, pero, desde luego, va a resultar muy difícil en el PP. Sobre todo, porque está reclamando hasta el último momento el apoyo de su partido, obsesionado por la idea de no abandonar su cargo de la forma en la que lo hace. O, quizás, por su agobiante necesidad de reivindicar su papel como un político que, a imagen de su admirado George Bush, ha hecho frente a lo que quiere que se considere nada menos que una "declaración de guerra". Chocó el patetismo de esas declaraciones, de un tono tan dramático que cogió desprevenidos, incluso, a sus propios seguidores.

La reunión puso en evidencia que el PP atraviesa un momento muy delicado, pero que sigue siendo un partido potente. El mitin se preparó, sobre todo, como un acto de reafirmación. Se trataba de hacer llegar un mensaje de tranquilidad (esto es, un "contratiempo electoral") y, en consecuencia, un llamamiento para que los equipos no se desintegren. Tanto Rajoy como Aznar hicieron una permanente referencia a los 9,7 millones de votos que ha obtenido el PP, en un intento por conseguir que ese voto no se desanime ni se aleje del partido en los próximos meses.

La tarea es difícil y dio la impresión de que se quieren utilizar las inmediatas elecciones europeas para no perder el "contacto". La organización del PP distribuyó ayer muchas banderas azules para que se agitaran junto a las blancas del partido y a las banderas españolas, curiosamente mucho más numerosas en esta ocasión que en los mítines electorales precedentes.

Para "anclar" a esos 9,7 millones de votantes, tanto Rajoy como Aznar dibujaron el mismo programa, uno quizás conocido, pero que confían en que siga siendo eficaz. El PP en la oposición, dijeron, va a incidir en las tres mismas cosas en que ha venido incidiendo en los últimos años: la lucha antiterrorista, su concepto de España y la creación de empleo. Sin embargo, fue Aznar, y no Rajoy, quien fijó, de manera rotunda, el papel que se quiere para el partido en estos cuatro años. El PP pretende ser, dijo, la "conciencia nacional de España".

Ayer quedó también claro que los otros personajes de referencia para los militantes del Partido Popular, en estos momentos, son, además de Rajoy, Rodrigo Rato (que si no se va al FMI sufrirá muchas presiones internas) y Ángel Acebes, al parecer incólume pese a su increíble gestión final. Quien pasó desapercibido fue Zaplana.

El mitin cumplió sus objetivos. Sobraron los ataques al grupo PRISA, editor de El PAÍS y la SER, porque resulta difícil imaginar a los conservadores de Thatcher gritando contra The Independent o a los laboristas de Blair arremetiendo contra GranadaTV. Y sigue asombrando que los dirigentes de un partido que se dice de centro tengan que pedir a sus seguidores que acepten los resultados electorales. El PSOE ha ganado las elecciones y punto, dijo Aznar. Seguramente, hay que agradecérselo. Pero sigue sonando extraño.

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