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IDA y VUELTA
Columna
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El inspector cívico

Cualquiera que pasee por las calles de Barcelona sabe que en algún momento se cruzará con Lluís Permanyer. Es un paseante infatigable que, con una mirada de archivero de imperfecciones, ha ido creando una peculiar base de datos sobre disparates urbanísticos. Periodista y hombre transversalmente culto, Permanyer es capaz de opinar sobre los nuevos bancos o el color de los contenedores con un documentado y ameno conocimiento de causa. Es, además, un hombre lo suficientemente libre como para, justo después de la manifestación de repulsa contra los asesinatos de Madrid, opinar que Jordi Savall no debió interpretar El cant dels ocells o dudar razonablemente de las ventajas del tranvía (pueden seguirlo en La Vanguardia, BTV o Ràdio Barcelona). Se puede discrepar de sus opiniones, pero su tono y su modo de argumentarlas son de lo más civilizado y recuerdan la necesidad de practicar el civismo a escala individual. A veces da la impresión de que los edificios, parches, puertas, pérgolas y lugares más desaventajados de la ciudad le gritan "No nos falles" para que abogue en su favor y les rescate del olvido o de la indignidad. Incluso, puede ocurrir que al salir de un bar, muy tarde, descubras alguna aberración paisajística y pienses: "Como se entere Permanyer, se les va a caer el pelo".

Porque Permanyer es, ante todo, un hombre con un sentido justiciero de la curiosidad, al que igual te puedes encontrar en una sala de cine, impresionándose con el inapelable documental Hotel Terminus, como en el valle de Boí, impregnándose de la mezcla de románico y de turismo masivo en el que se ha convertido la zona. Una vez en Barcelona, Permanyer desenfunda su lupa y recorre la ciudad sorprendiéndose e indignándose con las irregularidades y erosiones del paisaje. Supongo que, harto de tanta autocomplacencia municipal, acaba de protagonizar una iniciativa saludable: publicar un libro con textos y fotografías de los rincones más feos de esta ciudad, teóricamente tan guapa. El libro se titula La Barcelona lletja y reúne ejemplos de fealdad manifiesta. Por acumulación, las pruebas de este delito no tipificado producen una sensación extraña en el lector. Por un lado, intentas entender las motivaciones que llevaron a los responsables de una determinada chapuza y, por otro, concluyes que una de las constantes de la humanidad es la negligencia. Descubres que si bien es cierto que la Barcelona de Porcioles propició notables episodios de diarrea arquitectónica, la Barcelona democrática y posteriormente olímpica también cayó en ataques de megalomanía monumental. Los títulos de los capítulos para ordenar este caos podrían servir perfectamente para cualquier cuadro abstracto: Una moda funesta, Les més lletges, potser, Escletxes poc exemplars o mi preferido, El xamfrà propicia l'horror. Que nadie dude de que la intención de Permanyer es buena. Ha publicado mucho sobre el lado luminoso de su ciudad y está legitimado para protagonizar este episodio de disidencia hacia el lado oscuro. Así lo cuenta en su introducción: "Aquesta imatge de la Barcelona lletja és certa, però, malgrat tot, la seguirem estimant, tal com faríem amb una filla que no ens ha sortit gaire maca". Debo confesar que algunos ejemplos que Permanyer incluye en este libro de los horrores me han abierto los ojos. Es más: edificios que me parecían hasta divertidos u originales han resultado ser bodrios intolerables y auténticos insultos a la armonía paisajística. Será que soy feísta pero, como paseante, a veces me gustaría aplaudir ante determinados desastres.

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