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Columna
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Parálisis

Miquel Alberola

La parálisis del Consell ya no es únicamente una percepción interesada de la oposición y sus alrededores. También cunde esta sensación en el propio partido de Francisco Camps, y no sólo entre los nostálgicos de Eduardo Zaplana, que ponen toda su pericia en el asador para reducir al presidente del Consell a una penosa caricatura humana por si así se produce un retroceso histórico que devuelva al Palau de la Generalitat al célebre sofista de la Playa de Poniente. Camps ha estado disimulando desde el pasado mes de mayo, cuando ganó las elecciones por mayoría absoluta. Desde entonces, siempre con la mirada puesta en el día después del 14-M como si se tratase de un corcho de pescar, sólo ha hecho que mantener la Generalitat en coma administrativo para evitar cualquier sacudida negativa para su partido. Se suponía que una vez transcurrido ese plazo iba a mover ficha y gobernar. Tomar decisiones, reestructurar su gabinete, dar un puñetazo sobre la mesa y convertirse en la principal referencia de su partido, obligado como está por el hecho de ocupar el más alto cargo de la Administración autonómica, que es inalienable a cualquier otra estructura orgánica que pudiera expropiar su sentido. Sin embargo, ese coma se dilata en el tiempo y en el espacio, degradando el crédito de Camps, si bien es cierto que el público siempre prefirió un don Tancredo paralizado frente al toro que un Manolete precipitado en la suerte suprema y empitonado por el toro en el triángulo de Scarpa. De cualquier modo, a Camps se le ha estropeado el escenario en el que pensó para desarrollar su estrategia. La realidad ha redoblado sus riesgos. Por una parte, la Generalitat valenciana se ha convertido en el único tangible (contante y sonante) a los ojos del infinito espectro de intereses de Zaplana. Y por la otra, el distinto color del Gobierno central es un marco incómodo que obliga al ingenio político. Por el contrario, el Consell sólo ha hecho que histerizar su discurso con el plasta victimismo anticatalanista, en sus estados sólido (Maragall), líquido (PHN) y gaseoso (el nombre de la lengua), que tan dudosos resultados electorales acaba de reportar al PP. Y con Esteban González Pons de Rebentaplenaris rollito Linux.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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