_
_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El grado cero de la teoría

Cuanto más incomprensibles son un hecho, una creencia o una fórmula especulativa, tanto más se disparan la imaginación y la verborrea al interpretarlos. Así ocurría antaño con el sexo de los ángeles, con la Inmaculada Concepción y la Santísima Trinidad o con los trabajos de Hércules, y sucede todavía con el jardín inglés, cuyo deliberado desorden y desaliño, según Kant, nunca llega a complacernos pero en cambio estimula nuestra fantasía y nos hace pensar.

La espantosa salvajada cometida el 11 de setiembre de 2001 por un puñado de fanáticos contra el Pentágono y las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York es un caso típico que, por no tener contornos ni perfiles definidos, desata la especulación y toda suerte de teorías desenfrenadas, cuanto más delirantes, mejor. Es tan abrumador el manto de la nada que cubre nuestras vidas ahítas, que un acto luctuoso de destrucción masiva como éste, y para colmo, televisado, se presenta como ocasión única: ¡al fin un Acontecimiento, algo que nos haga pensar! En efecto, el denominado 11-S lo tiene todo para atraer a los aficionados a la semiología. Por una parte, ya lo dijo el alcalde Giuliani, es el "primer acontecimiento del siglo XXI" (qué ilusión, ¡hemos cambiado de época!). Por otro lado, los pilotos suicidas, con su humana inhumanidad, se parecen a los replicantes de Blade Runner (otra sobredimensionada ocurrencia que hizo estremecer a los filosofantes al acecho del Acontecimiento). La autoría y la motivación del atentado son tan enigmáticos como The Mattrix, y en última instancia, el hecho en sí, filmado desde todos los ángulos posibles, es como una suerte de aleph borgeano donde se cruzan, por obra de un malvado millonario saudí, los ejes de lo real, lo imaginario y lo simbólico, algo que ya apuntó ese astuto epígono de Lacan que es Slavoj Zizek en un artículo que se ha hecho célebre.

W. T. C.

Antonio Fernández-Alba y José López Albadalejo (editores)

Colegio Oficial de Aparejadores de Murcia / Fundación Cajamurcia. Murcia, 2003

158 páginas. 15 euros

POWER INFERNO

Jean Baudrillard

Traducción de Isidro Herrera

Arena Libros. Madrid, 2003

88 páginas. 9,75 euros

¿Por qué no había de contribuir

España a la inagotable sobreinterpretación del 11-S si aquí se producen filósofos y semiólogos como jamones en Huelva? El volumen titulado WTC, 11-9-01 es un ejemplo cabal de esta semiología ad hoc. Reúne un conjunto de prolijas elucubraciones sobre el atentado, sufragadas con los ahorros de Murcia, y enseguida se ve que a sus autores les interesa mostrar que es mucho, muchísimo más, lo que "comprenden" del fenómeno que lo que en verdad saben de él, y entretanto compiten entre sí a ver quién escribe la frase más sublime: "La sobreimposición de la horizontalidad naturalizada de una verticalidad culturalista", "la macrogeometría elemental del pentagonismo", la "retaguardia histérica", que acompañan con las típicas categorías del género: implosión, transparencia, vacío fundante, fractalidad, macrodescontextualización de la iconicidad, etcétera. Fatua jerigonza que sin embargo no oculta lo evidente: que toda semiología es comentario de imágenes y que ninguno de los que contribuyen al volumen escapó a la fascinación del espectáculo de la destrucción -igual que le sucedió a Stockhausen cuando al parecer involuntariamente dijo que el monstruoso atentado tenía connotaciones fáusticas y, por tanto, podía compararse con una gran obra de arte-. Pero la espectacularidad del 11-S es justamente el aspecto más banal de la salvajada: ponga usted un centenar de cámaras en medio del bombardeo de Dresde o, si pudiera ser, en el saqueo de Roma o la caída de Troya, y con toda seguridad su mirada quedará arrobada por la destrucción y saldrá usted hablando de implosiones retóricas y de fractales y de la volatilidad del icono. Libro desatinado, pues, en el que sólo al final Francisco Jarauta pone algo de sobriedad al intentar de dibujar el nuevo contexto geopolítico que traza el atentado del 11-S.

Y después tenemos, con dantesco título, una compilación de artículos de periódico escritos a tenor del suceso por Jean Baudrillard: el semiólogo por antonomasia, el Gran Virtuoso del género. Sus escritos suelen ser prodigios estilísticos donde en ocasiones se encuentra uno con alguna ocurrencia brillante, y las más de las veces con pases de prestidigitador cínico o de trilero. Su prosa parece un laboratorio de efectos especiales donde los recursos no son los algoritmos de un programa para trucar imágenes sino los estilemas habituales de la filosofía de la cultura que se articulan para formar, en una combinatoria discreta, un enfoque o una conclusión inesperada que parecen inteligentes y no lo son. Y, no obstante, es muy difícil no caer seducido por esta escritura. ¿Por qué?

El método Baudrillard es muy fácil de aprender -por eso es tan habitual leerlo en imitadores-. Consiste en presuponer que, en el fondo, nada puede ser criticado, desentrañado o expuesto, y en cambio todo es parafraseable, lo cual se apoya en un segundo supuesto, a saber, que todo puede decirse (y pensarse) de otra manera. Aquí, lo mismo que en un libro anterior (La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Anagrama. Barcelona, 1991), la lectura del Acontecimiento -el 11-S- es tan intensa y al mismo tiempo tan perversa, que el desciframiento de sus signos conlleva innumerables significantes irresolubles de modo que, al final, quedamos atrapados en un marco donde sólo existe el discurso, en un bla-bla en el que la teoría espejea la pretendida intrascendencia de lo real -el hecho en sí- o, todavía más, desrealiza lo real, como hacen todas las metáforas, de tal modo que poco a poco, todo: la guerra, la política, el islam, Nueva York, el capitalismo, el petróleo y el Imperio y sus oscuros enemigos terroristas, todo se hace virtual. Se disipan la muerte en el WTC, el horror televisado, las consecuencias políticas o estratégicas del atentado y, por descontado, el balance después del hecho, que ya no es necesario. Se borra incluso la razón del sacrificio de los suicidas y la razón (o sinrazón) de sus miles de víctimas inocentes; y así como el terrorismo es lo mismo que un virus informático, la doctrina de la seguridad basada en la guerra preventiva de Rumsfeld y Kagan se compara a un cortafuegos. De nada sirve que algunos comentarios se desacrediten por ellos mismos: por ejemplo, ya puede Baudrillard especular sobre la arquitectura de los rascacielos como modelo para ser destruidos, ya puede sancionar la muerte definitiva de ese modelo a consecuencia de este "acontecimiento simbólico": dos años después nos enteramos de que las torres serán reemplazadas por un nuevo monstruo, todavía más alto que los originales. Pero seguramente a él le da lo mismo.

Igual que ocurre con los semiólogos de Murcia, aunque con bastante más pericia, Baudrillard no piensa ningún Acontecimiento, tan sólo lo estetiza. Con ello consigue poner la teoría en grado cero, es decir, la convierte en mera contemplación del mundo. El efecto que produce leerlo es vertiginoso; parece como si las cosas fueran en verdad tal como él las retrata: leves, insustanciales, meros signos en rotación, que diría Octavio Paz, y tan vertiginosa es la rotación como espectaculares y efectistas son sus recursos, y carentes de sentido también. Parece que quisiera liberarnos del pasmo del horror y en realidad nos escamotea el sentido. La sanción sólo puede ser entonces moral ya que, libres de toda culpa o de responsabilidad, ya no sentimos la necesidad de tomar partido.

Manhattan, tras los atentados contra las Torres Gemelas (World Trade Center) el 11 de septiembre de 2001.
Manhattan, tras los atentados contra las Torres Gemelas (World Trade Center) el 11 de septiembre de 2001.AP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_