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Reportaje:

En busca de una Ría sin orillas

Un estudio documenta el empeño de Bilbao por consolidar su desarrollo en el XIX con la construcción de puentes

Como bien muestra el escudo de la villa, Bilbao no se puede entender sin la ría del Nervión y los puentes que la cruzan, que en la actualidad suman 11, desde el viaducto de Miraflores hasta el puente de Euskalduna. Pero el empeño por comunicar ambas orillas resulta más bien reciente, como muestra José Ignacio Salazar en su trabajo La ría de Bilbao en el siglo XIX. Tendiendo puentes, abriendo caminos. El libro, que ofrece abundante documentación inédita y más de 70 ilustraciones, ha sido editado por el Colegio de Aparejadores de Vizcaya.

Durante siglos, la villa vizcaína se conformó con el puente de San Antón, el del escudo, más que suficiente para comunicar las Siete Calles con Bilbao la Vieja. Éste era el único barrio en la margen izquierda de la ciudad, con un pujante astillero desde el siglo XV. Los barcos que llegaban al golfo de Vizcaya entraban por la Ría sin problemas hasta el muelle que se hallaba junto a la plaza mayor, lo que actualmente es el Mercado de la Ribera.

La ría de Bilbao comenzó a transformarse tímidamente a partir de mediados del XVIII, para alcanzar la apoteosis constructora en último cuarto del XIX. Una renovación increíble, hasta el punto de que Miguel Unamuno vivirá la contradicción de alabar la unión entre las orillas ("Son mi Bilbao, tu corazón los puentes" escribió) al mismo tiempo que denostaba la construcción de los muelles de Sendeja o la urbanización de la isla de Uribitarte.

El momento clave llega con el final de la guerra napoleónica después de que las tropas francesas quemaran en su huida el puente de San Francisco. Este frágil paso de madera era un apaño que habían realizado los monjes para comunicarse con las Siete Calles. Al desaparecer, el Ayuntamiento de la ciudad entendió que el desarrollo urbanístico necesitaba de algo más que las barcas (precedentes de los actuales gasolinos) que cruzaban la Ría.

Después de un par de puentes de gabarras, que han pasado a la historia como una condena para la ciudad, llega el primer alarde técnico: el puente colgante de Antonio Goicoechea, que se inauguró el 7 de junio de 1827, después de que pasaran con éxito por él 53 parejas de bueyes.

Para los amantes de las canciones populares, un apunte: la famosa "No hay en el mundo puente colgante más elegante ni otro Arenal..." se refiere a esta construcción y no al transbordador de Portugalete, inaugurado en 1893, y auténtico colofón de la historia de la Ría y sus puentes que recoge José Ignacio Salazar.

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Entre medias, la ciudad crece sobre todo en su orilla derecha, la ría se encauza y los proyectos de nuevos puentes se acumulan en la mesa del alcalde de la villa. El primero, llamado de Isabel II por imposición de las autoridades, unirá el Arenal con los barrios de Ripa y Albia. Durante unos años compitió con el de los Fueros, que construyó la Anteiglesia de Abando.

Por poco tiempo, porque la segunda guerra carlista acabará con ellos y sólo se conservará el nuevo de San Antón, de 1869. Pero Bilbao no podía llorarlos. El primero fue el del Arenal, obra del ingeniero Adolfo Ibarreta. Le siguieron los de San Francisco, La Merced y San Agustín, frente al actual Ayuntamiento, al mismo tiempo que Evaristo Churruca comenzaba a construir el puerto exterior con el que Bilbao se abría definitivamente al mar.

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