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Columna
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Al-Andalus, tierra añorada

Produce escalofrío pensar en el daño que ha hecho Aznar a nuestras relaciones con el mundo musulmán. Deduzco que lo ha hecho porque, en el fondo, instalado en la falsa historiografía esencialista de siempre, padece una maurofobia aguda, no habitualmente admitida (hay algo que se llama diplomacia), pero lista a aflorar en cualquier momento. Tal vez la formulación más tajante de la actitud de Aznar -ya la he aludido aquí- vino en enero de 1996 a raíz de la "celebración" anual de la Toma de Granada, que aquel año le cogió a nuestro hombre en la ciudad de la Alhambra. Para el Aznar de entonces -y no hay razones para pensar que haya cambiado hoy de parecer- la Toma es "una fiesta que simboliza la unidad de España, a pesar de lo que diga un grupúsculo de intelectuales necios que firman manifiestos absurdos en contra". O sea, desdén, desprecio hacia los discrepantes; y, una vez más, la machacona reivindicación de la sagrada unidad de la Patria (territorial y espiritual). Si Granada no cae en 1492, si no se echa a moros y judíos, no hay España. Y punto. De una mentalidad así no se podían esperar iniciativas creativas para la forja de la entente cordiale imprescindible entre este país y el Magreb, empezando con Marruecos. Aznar-Peribáñez ("yo soy un hombre, aunque de villana casta, limpia de sangre...") quedará ante la Historia como personaje patético, mezquino, incapaz de sospechar ni siquiera que la gran España podría estar precisamente, no en la sagrada unidad, sino en el mestizaje, en la pluralidad de culturas, etnias, religiones, regiones e idiomas. Yo no sé usted, pero cuando yo pienso en quien pronto será ex presidente, cuando recuerdo sus afirmaciones de adhesión a la poesía de los heterodoxos Lorca y Cernuda, su empeño en hacernos creer que maneja el catalán en casa, su miserable comentario sobre los ataúdes de Irak y tantos esperpentos más, siento que se me avecina un ataque de nervios crónico.

Si hay un país europeo donde es urgente replantear la enseñanza de la historia, ese país se llama España. Uno quisiera con ardor que, desterrada de las aulas la enseñanza confesional, fuera posible en su lugar una asignatura -tal vez obligatoria- dedicada a "las tres culturas". Es una cuestión de higiene intelectual.

También debemos recordar que, si el Rey pidió hace años perdón a los sefardíes, en nombre de todos los españoles, por la expulsión del siglo XV, nunca se ha tenido tal detalle para con los "moriscos". Que uno sepa, la carta al respecto dirigida en 2002 a don Juan Carlos por Mohammed ibn Azzuz Hakim, decano de los hispanistas marroquíes, no ha recibido contestación. Claro, ¿cómo iba a recibirla estando el maurófobo Aznar a la cabeza del Gobierno? He aquí otra magnífica oportunidad para Rodríguez Zapatero, cuya victoria electoral ha sido tan aclamada por el monarca alauí. Los musulmanes no olvidan los sufrimientos de los suyos a manos de los católicos españoles; algunos sueñan con la "recuperación" de al-Andalus. Un gesto de desagravio orquestado por el nuevo Ejecutivo vendría muy bien en estos momentos de tanta tensión entre Occidente y Oriente.

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