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Columna
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Las armas contra el terror

Más allá de las lamentables presentaciones partidistas de los resultados de las elecciones, más allá de las bufonadas de Berlusconi, más allá de los comentaristas que nos responsabilizan de la matanza por no habernos incorporado a las filas de Bush, la cuestión central es ¿qué cabe hacer en la lucha, que no guerra, contra el terrorismo, por más que la designación convenga a los beneficiarios de la industria armamentística? Limitarnos a defender nuestros países, reduciendo nuestras libertades, almacenando huellas digitales y confiscando tijeritas de aseo no va a modificar sustancialmente la situación. Lo sucedido el 11 de marzo en Madrid prueba que si un Estado que lleva tanto tiempo resistiendo al terrorismo no ha podido evitar un estrago de esas proporciones, la táctica defensiva en destino no acabará con la violencia terrorista. El cerco hay que montarlo en origen, en los países donde se inicia el terror, donde se reclutan y forman su agentes, donde se recauda su financiación, desde donde se organizan los exterminios. Para ello hay que contar al máximo con la colaboración de los gobiernos árabes y musulmanes, que son lo que son, pero sin los cuales la lucha contra el terrorismo islamista es impensable. Si nuestra meta principal es protegernos frente a Al Queda, esto exigía servirse de Sadam Husein contra Osama Bin Laden como George Bush padre se sirvió de él contra Irán o de los talibanes contra los comunistas en Afganistán. Convertir a Irak en campo privilegiado para el ejercicio del terror y legitimarlo transformando a los terroristas en patriotas, más que un error es una bochornosa irresponsabilidad, por grandes que sean la ingenuidad geopolítica y la voracidad económica con que se hayan cometido.

Ahora bien, las poblaciones árabes no podrán nunca aceptar que sus gobiernos se asocien con Occidente en esa lucha si no les llegan señales inequívocas de que estamos decididos a poner fin a la arrogancia blanca, al ventajismo económico de las multinacionales y a la dominación política del Norte. A ese fin, equilibrar en las organizaciones internacionales y en las instancias del poder económico, G-8 incluido, nuestras representaciones con las del Sur; establecer unas condiciones económicas más justas transformando la deuda en ayuda y suprimiendo todo tipo de subvenciones a la exportación por parte de los países desarrollados; y hacer de la diversidad cultural no una coartada retórica para todos los usos, sino una práctica efectiva, son acciones institucionales y simbólicas que darían credibilidad a nuestras proclamas antiterroristas. Pero sobre todo hay que poner fin al almacenamiento y circulación del dinero criminal -terrorismo y mafias- en el circuito bancario y financiero. Pues aunque algunos afirmen que el terrorismo es la guerra de los pobres, la verdad es que hoy la violencia terrorista reclama un soporte económico muy importante, tanto en sus aspectos tecnológicos y en sus montajes organizativos como en la solidaridad con sus agentes y familias, en especial en las acciones suicidas. El medio más seguro para acabar con el terror es por eso acabar con su financiación. Que existe gracias a lo que llamamos paraísos fiscales, que habría más bien que llamar paraísos judiciales por la protección que representan para el dinero criminal que en ellos se cobija y acumula; y, en particular, las cámaras de compensación financiera que, gracias a las cuentas numéricas y a las transferencias electrónicas, proveen de total impunidad el ir y venir de estos fondos que provienen del crimen. Con los que nadie, ni los gobiernos ni las empresas, quieren acabar. Y se puede. La prueba, un simple periodista y cineasta, Denis Robert, ha denunciado en dos libros -Intervenciones y La caja negra, Editions des Arênes- las actividades de la entidad financiera luxemburguesa Clearstream, paradigma de las cajas de compensación, que se ha querellado contra él perdiendo ante los tribunales franceses ya en dos instancias. ¿Por qué no hacemos converger los millones de palabras que se están diciendo y escribiendo en estos días contra el terrorismo en sólo dos objetivos: acabar con los canales ocultos por los que circula el dinero del terror y de la sangre, y hacer de la pareja indivorciable libertad / igualdad el gran propósito global de Occidente? ¿Tiene sentido pedirle a Zapatero que los haga suyos y los defienda en la Unión Europea?

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