"Cuando no escribo me siento muy culpable"
La cita es en el hospital Miguel Bombarda de Lisboa, un conjunto arquitectónico del siglo XVIII que en sus pabellones alberga enfermos psiquiátricos con distintas características mentales. António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) trabajó como especialista en este hospital y aunque hace años que ha dejado de pasar consulta sigue conservando aquí su despacho y es en él donde escribe cada mañana. Es difícil para el visitante alejar las miradas obsesivas de los internos, que inevitablemente se clavan en la memoria, tal es su fuerza. Un paisaje humano que, unido al lisboeta barrio de Bemfica en el que se desarrolló su infancia, y Angola, el país al que fue enviado por el ejército durante la guerra colonial, conforman el territorio vital y literario del escritor portugués. La próxima semana se presenta en España su último libro, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (Mondadori), una novela con la que de nuevo regresa a Angola para hablar esta vez de los personajes que la habitan, rostros para recordar unos hechos históricos, acontecimientos reales, que nos hablan del incesto, de la crueldad extrema, del racismo, de los abusos de poder, de la vergüenza de ser negro y de la humillación y el desprecio de los blancos hacia ellos. Apenas se habla aquí de la guerra y, paradójicamente, es su novela más violenta. También la más humana.
"El racismo no es más que el miedo al desconocido. hay momentos en que uno es racista incluso con su mujer"
PREGUNTA. Sorprende la relación tan próxima que tiene con los enfermos a pesar de no tratarles ya como médico. ¿Se relaciona con ellos todos los días?
RESPUESTA. Mi relación con ellos es muy buena porque son personas que me gustan mucho, albergan un enorme sufrimiento. Mi ejemplo ha sido el de mi padre, un hombre sin ternura, y que sin embargo era inmensamente tierno con los enfermos. También un tío abuelo, un hombre muy duro, un tirano en familia, y con los enfermos, de una gran bondad. La experiencia me ha demostrado que estos enfermos mejoran, no importa qué dolencia tengan, cuando comprenden que los quieres.
P. ¿Encuentra relación entre la escritura y el delirio de la locura?
R. Sí, en el delirio está la creatividad, y esto lo he comprendido poco a poco, una cosa es corregir y estructurar el discurso, pero en las primeras versiones de un libro tienes que delirar. Cuando empiezo a escribir, las dos o tres primeras horas están perdidas porque aún no estoy cansado, y cuando llega el cansancio cede tu autocensura y empieza a funcionar la creatividad.
P. Sus novelas tienen poco que ver con las de cualquier otro escritor. ¿Cree que todo narrador debe transformar el arte de la novela?
R. Es aún muy temprano para comprender lo que he aportado a la novela, yo mismo no lo comprendo todo, hay muchas cosas que se me escapan, como si estuvieran solas trabajando en la oscuridad. Pienso que serán necesarios cincuenta años para saberlo, sé que algo ha cambiado, que he avanzado, desde luego, pero no sé exactamente cómo. Hay una gran parte en mi proceso de escritura del que no soy consciente. Yo me quedo contento cuando termino un libro, pero un mes después me doy cuenta de que aún no he conseguido lo que quería, que debo ir más lejos, trabajar más, corregir más. Siempre puedes mejorar un libro. Goethe decía que si puede haber alguna grandeza en nosotros es la de no llegar nunca.
P. Usted afirma que cada libro tiene su llave. ¿Cuál es la llave para entrar en éste?
R. Cada lector lee con su propia llave, que es como decir con su experiencia de lectores, con sus vivencias, con sus gustos personales, pero lo digo en el sentido de leer de forma inocente, sin tomar una posición previa. Hay que leer como si aquello que se cuenta en las páginas fuera verdad y entonces el libro te conmueve hasta las lágrimas, y con él sientes amor, terror o miedo. Pero claro, para conseguir eso, la propuesta por parte del escritor tiene que ser muy fuerte si no, no te atrapa. Creo que si mi trabajo se lee con atención mis libros son bastante previsibles, por eso me quedo siempre muy sorprendido cuando me dicen que mis libros son difíciles.
P. Son previsibles en cuanto a los temas. Aquí de nuevo regresa a Angola, pero esta vez la guerra no aparece...
R. Todos los buenos libros acaban planteando el mismo problema: el de la angustia del hombre en el tiempo, al final siempre es de eso de lo que se habla. Recuerdo que los franceses decían que leían a Miguel Torga para conocer Portugal, pero en mi opinión creo que hay que leer a un autor para conocerse a uno mismo. Lo que me maravilla de los libros que me gustan es que me abren puertas, que me muestran rincones que yo no conocía de mí o que tenía miedo de explorar. Y es muy bueno ser capaz de abrir las propias puertas.
P. La belleza de lo que consigue expresar en este libro -tanto en sus descripciones del paisaje angoleño como en la revelación de su paisaje humano- hace que, aunque sea paradójico, el lector agradezca su terrible experiencia en aquel país. ¿Le ocurre lo mismo o hubiera preferido no vivir aquello?
R. La guerra de Angola supuso para mí el descubrimiento de los otros. Creo que era Gabriel Celaya el que decía: "Baja, baja a donde estén los hombres y tú entre ellos". Es muy bueno comprender que eres un hombre entre los hombres y que solamente así, en medio de la gente, podrás hacer algo bueno, que además te ayuda a comprenderte. Cuando alguien califica un libro de triste... Para mí no hay libros tristes ni alegres, y cuando escribo no estoy pensando en eso sino en si he sido capaz de expresar lo que sentía. Por otra parte, nunca releo mis libros, nunca. Y ésa es la gran paradoja, porque uno escribe los libros que le gustaría leer y luego no los lee.
P. ¿Por qué no lee sus libros?
R. Porque lo que quiero es olvidarlos. Quizá el libro nunca esté acabado, pero llega un momento en que no permite que le corrijas más. Entonces comprendes que el libro está harto de ti, y tú de él. Lo que resulta muy curioso porque la relación que estableces con el libro es muy fuerte, vives con él todo el tiempo.
P. Hay momentos en sus novelas que recuerdan cierta ensoñación, como si la línea entre el sueño y la realidad no estuviera muy definida.
R. Sí, yo lo comparo con el fenómeno de la niebla y, de repente, todo se abre, y esa sensación proporciona una alegría inmensa. Ésa es la alegría de la escritura. Steinbeck hablaba de la invisible alegría de crear, y yo siempre pensé que era una broma, porque la composición es siempre muy sufrida, pero cuando alcanzas uno de esos momentos de felicidad comprendes que esa sensación es mejor que cualquier cosa, no hay placer que se le compare. Es una sensación que me hace pensar en Santa Teresa o en los místicos, porque es algo invisible, intangible, pero muy sensual.
P. ¿Con sus primeros libros no le pasaba?
R. No. Es una sensación que he descubierto muy tarde. Mis primeros libros todo el mundo los rechazaba. Recuerdo cuando salió El orden natural de las cosas, un libro que a mí me gusta mucho y que sin embargo ganó el premio al peor libro del año. ¡Y después cómo ha cambiado todo! Nunca he comprendido por qué mis libros provocaban reacciones tan emocionales. En España fui rechazado durante muchos años por todas las editoriales. En eso no puedo dejar de estar agradecido a Siruela; su editor, Jacobo Stuart, fue el único que me quiso en España. Los libros ya se publicaban en todas partes, pero en España las editoriales no los querían. Para mí fue un fenómeno muy curioso aunque nunca me perturbó. Casi diría que me resulta más inquietante esta unanimidad de ahora.
P. ¿Por qué?
R. Porque si lo que haces es bueno está por delante de tu tiempo. Lo que ahora me preocupa es que no me queda mucho tiempo ¿Qué puedo esperar? ¿Diez años más? Si no escribo, mi vida no tiene sentido, quizá porque ésa es mi manera de decir a la gente que la quiero. Tengo mucha dificultad para expresar mis afectos de otra manera. No sé, siento como si todo en mí hubiera sido concebido para escribir. Cuando no escribo me siento muy culpable.
P. ¿Culpable?
R. Sí, porque creo que me han dado algo, una especie de don, y tengo que ser fiel y responder con arreglo a él. Sería una falta horrible para con uno mismo y para con los otros no aprovecharlo.
P. Ésa es una actitud un poco puritana.
R. Sí, quizá tenga que ver con la educación que he tenido. Para mí todo está relacionado con los libros, frente a cualquier hecho, siempre tengo dos miradas, la de la propia experiencia y luego la de cómo aprovechar esa experiencia para los libros, para mi trabajo. Por ejemplo, ahora con mis padres, como puede imaginar, tengo una complicada mezcla de sentimientos y emociones frente a su vejez y su previsible muerte. Son momentos muy duros pero también muy importantes porque te ves mejor a ti mismo. Y también sabes, tienes la conciencia de que cuando la muerte vuelva a llamar a la puerta serás tú el que tenga que abrir. La finitud es una cosa que me parece una injusticia muy grande, y no digamos la decrepitud.
P. Su relación con su padre siempre fue muy controvertida. ¿Cómo se enfrenta a ella ahora que, según cuenta, está próximo su final?
R. Él siempre me tuvo más respeto que a mis hermanos. Recuerdo cuando era un niño y mi madre me reprochaba lo que había hecho mal, él decía: "No puedes tratarle como a los otros, él es diferente". Esa diferencia que mi padre subrayaba fue para mí una fuente de angustia porque yo tenía seis o siete años y no quería ser diferente, quería ser como los demás. Él incluso me perdonaba cosas que no perdonaba a los otros. Ahora pienso que secretamente se sentía orgulloso de mí y al mismo tiempo sentía mucha inquietud, porque ser un escritor profesional, o mejor, vivir de la literatura, es muy difícil. Y en eso tenía razón.
P. Regresemos a la novela, en Buenas tardes... hay numerosas referencias al racismo. ¿Es un problema que le hizo sufrir en Angola?
R. El racismo existe en todas partes porque es la no aceptación de la diferencia. No es necesario ir a África y comparar a negros y blancos, existe también entre tus vecinos, entre las diferentes clases sociales en tu país. El racismo no es más que el miedo al desconocido, al otro como desconocido. Hay momentos en que uno es racista incluso con su mujer. ¿Comprende lo que quiero decir?
P. Sí. Pero me refería a un racismo más primitivo si quiere, al desprecio que los blancos, los colonizadores, practicaban frente al negro y que su libro refleja tan cruelmente. Recuerdo el pasaje del entierro de la mestiza: su hermanastro blanco se da todo tipo de razones para odiarla por su diferencia...
R. Y sin embargo estaba muriéndose de amor por ella, su problema era que no quería admitir que la quería tanto. Había racismo pero sobre todo me interesaba demostrar la enorme dificultad que supone a veces expresar los sentimientos. Yo pensaba, "mira cómo se puede estar desbordado de amor y no poder admitirlo", como si el admitirlo nos volviera terriblemente vulnerables.
P. ¿Cree que se entienden bien sus libros? ¿Se siente comprendido por la crítica?
R. Lo que me importa no es tanto que me comprendan, sino que hagan un esfuerzo honesto para entender el libro. Me pregunto si realmente el secreto de la lectura es comprender, ¿comprender con respecto a qué?
P. Usted siempre ha dicho que lo que pretende es traducir emociones y en la medida en que consiga trasladar esa emoción al lector se puede decir que ese lector ha comprendido su libro. ¿No?
R. Sí, pero hay críticos que a veces me confunden, hablan de una pluralidad de voces cuando para mí hay una única voz, es una única voz la que habla siempre, en todos los libros, y no hay esa composición polifónica que algunos pretenden. Hacer crítica es muy difícil y para mí un mal crítico es un hombre que no tiene amor por la escritura y sólo tiene teorías. La crítica es un acto de amor, es alguien que te ayuda a leer. Ahora lo que he conseguido en la crítica de la mayor parte de los países son concatenaciones de adjetivos. En España hay buena crítica, y muy buena en Alemania, y en Suecia, siempre es gente que intenta ayudar a los lectores a leer. Porque a leer se aprende. Si tú eres un buen escritor tienes que enseñar a tus lectores, tienen que aprender a caminar por tus libros. La primera vez que leí a Cernuda, me resultó muy frío y tuve que leerlo más veces para comprender que de frío no tenía nada, que era mi problema, no el del escritor, había algo en él que no comprendía emocionalmente, que no conectaba con mi experiencia, y un día conectas. Y después, por ejemplo, cuando me daban a escuchar las composiciones finales de Beethoven, que me aburrían muchísimo, o las películas de Bergman, después de oírlas o de verlas varias veces me empezaban a gustar, y de repente entran en ti y cambian dentro de ti como una aparición secreta que poco a poco te ilumina todo. Las películas de Bergman me aburrían cuando tenía 18 años y ahora me conmueven hasta las lágrimas, y es que no estaba preparado para asimilarlas. El verdadero artista tiene siempre razón y eres tú el que no lo comprende. Hay que mantener la virginidad para dejarte invadir por los grandes artistas, por los grandes escritores.
P. Dedica dieciséis y dieciocho horas diarias a escribir cuando está con un libro. ¿No hay algo de locura en esa dedicación?
R. ¡Me siento tan bien! ¡Tan bien! Bueno, alguna vez, como cuando era cadete y libraba los sábados, me doy un permiso para ir a una librería, siempre la misma, a comprar libros, porque soy adicto a la lectura. Leo muy deprisa y lo recuerdo todo, páginas y páginas, y cada vez más... El tiempo pasa y tus placeres se van estrechando, pero el placer de la lectura sigue siendo un placer inmenso para mí. Un sábado, con libros y una mujer, es una maravilla.
P. Bueno, ya hay algo más que lectura.
R. El afecto y la ternura me hacen mucha falta, hablo de mujeres latu sensu, no estaba pensando necesariamente en cosas sexuales. El vínculo con mis hijas, por ejemplo. Siento un inmenso orgullo por ellas, además, claro, de un amor muy grande. Son chicas normales, no son geniales ni nada de eso, pero las siento como mías y me conmueve mucho estar con ellas. Me siento un poco cohibido frente a ellas porque me gustaría poder expresarme mejor, ser capaz de mostrarles cuánto las quiero, pero verlas vivir es una alegría muy grande, porque ves que no son como tú, que tienen una autonomía, decisiones y gustos diferentes a los tuyos, y al mismo tiempo tienen tantas cosas tuyas y de su madre, que sigue siendo para mí una herida que nunca se cerró. He tenido la suerte de vivir algunas historias de amor muy grande: con mi abuelo, con dos o tres amigos. Lo he dicho muchas veces, pero es muy difícil diferenciar entre la amistad y el amor. La amistad es mejor porque no hay celos... Pero de verdad no encuentro la diferencia, la amistad es como el amor, conoces a una persona y de repente tienes un pasado común. Con los amigos entras en tal estado de comunión que las palabras ya son inútiles, hay una comunicación no verbal, un entendimiento muy intenso que dispensa las palabras. No sé expresar mis sentimientos, hay momentos en que estoy desbordado de amor y todo queda dentro, encerrado, y es imposible sacarlo.
P. La escritura le ayuda en eso ¿no?
R. Sí, claro, pero ¿por qué no poner en la vida lo que se pone en los libros? No sé, es como si una parte mía pensase que dar a la gente los libros que le gustan es una forma de darles algo de mí, pero no sé si eso es suficiente.
BIBLIOGRAFÍA
Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (Mondadori).
El orden natural de las cosas (Siruela/Debolsillo).
La muerte de Carlos Gardel (Siruela/Debolsillo).
Tratado de las pasiones del alma (Siruela/Debolsillo).
Manual de Inquisidores.Esplendor de Portugal. Exhortación a los cocodrilos.En el culo del mundo. No entres tan deprisa en esa noche oscura. Las naves. ¿Qué hare cuando todo arde?
Auto de los condenados. Libro de crónicas (todos en Siruela).
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