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CAMBIO POLÍTICO
Columna
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Catarsis

Fernando Vallespín

Las elecciones del 14-M aparecerán siempre marcadas por el espeluznante atentado en Madrid del día 11. No ya sólo porque la matanza pudo haber condicionado el resultado electoral, sino por la propia vivencia emocional y colectiva de ambos acontecimientos. Nunca antes en nuestra historia reciente nos hemos visto implicados en la política con tanto sentimiento y con una disposición tan colectiva o comunitaria. Y es difícil, por tanto, evaluar el resultado como una mera sumatoria de preferencias individuales. Habría que decir más bien, que las elecciones han tenido el carácter de purificación colectiva. Provocaron un efecto catártico que, como decía Platón, sirve para "suprimir el mal en el alma" (El Sofista, 227b). Como si algo que nos afectara a todos pudiera paliarse en parte por la decisión y el juicio de todos. De no haber tenido la posibilidad de "participar", si nos hubiéramos quedado como meros observadores, es posible que no se hubiera producido esa cierta "liberación" conjunta que nos produjo el día electoral. Fue el complemento perfecto, por su carácter decisorio y vinculante, a la expresividad del dolor colectivo que significaron las manifestaciones. La democracia es, en efecto, una invención extraordinaria.

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No perdamos de vista, sin embargo, que el resultado electoral sólo es responsable en parte de este juego emocional. Según algunas encuestas, las dos principales fuerzas políticas entraron en la última y decisiva semana de la campaña en empate técnico. Y, a decir de los diferentes trackings internos de los partidos y de ciertos medios de comunicación, las diferencias entre ambas se fueron difuminando en los días posteriores. La mejor campaña electoral del PSOE comenzaba a dar sus frutos y, más que nunca, el resultado definitivo parecía depender del nivel de participación. Ahí es donde entra el 11-M.

Los antiguos griegos, tan sabios en desmenuzar los comportamientos humanos, tendrían una respuesta relativamente sencilla para explicar ese empuje a las urnas que provocó la matanza de Madrid; o, mejor, que se vio impelido por la propia gestión de la crisis por parte del Gobierno. El origen del desastre gubernamental habría que imputárselo a su propia hybris, a la desmesura de su respuesta. Es evidente que su falta de medida en la insistencia en la autoría de ETA y en tratar de acaparar casi todo el protagonismo político durante esas horas decisivas fueron los factores que espolearon la reacción popular. La tentación de invertir la tendencia que favorecía a la oposición e incluso aspirar a la mayoría absoluta debió de ser casi irresistible para el Gobierno.

Pero la idea de hybris alude también a la intemperada confianza en las propias fuerzas. Seguramente confiaron en exceso en su capacidad para ir filtrando la información, y desdeñaron los otros medios de acceder a la misma que proporciona una sociedad plural, abierta y tecnológicamente avanzada. Como también las infinitas posibilidades que ofrece para la comunicación informal. El resultado fue, que a lo largo de unas pocas horas se concentraron ante los ojos de un público atónito buena parte de los vicios del Gobierno del PP de los últimos cuatro años: el control de los medios públicos de comunicación, la arrogante defensa de la propia posición y la despectiva denigración del contrario, el recuerdo de su impopular política ante el conflicto de Irak... Y se abrió la fundada sospecha de que pudiera estar haciéndose un uso partidista de una tragedia que es de todos.

La reacción tiene también todos los rasgos de la némesis griega, de la "indignación" que clama por la desaprobación de las acciones de los otros y busca la atribución de responsabilidades. Fue el empujón que consiguió movilizar a los desafectos y a gran número de jóvenes, y que en gran medida explica la dimensión del resultado final.

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Nunca podremos recuperarnos del todo del dolor y la conmoción provocados por los atentados, pero sí podemos decir que nos han hecho más fuertes como comunidad política. Gracias al efecto catártico de las elecciones hemos purgado la piedad por las víctimas y el temor a los verdugos. También nos han recordado que, al final, somos dueños de nuestro destino. La democracia ha salido reforzada.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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