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VISTO / OÍDO
Columna
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Principios en caso de guerra

Un hombre de principios es un tipo estupendo, en lenguaje coloquial. Tiene fundamentos, bases para vivir, respetos: se sabe quién es y cómo va a responder. Dejé de ser niño de principios desde que advertí que eran una imposición para ver la vida como otros querían: ni el catecismo ni Voltaire. Adquirí los míos. Acabo de romperlos: he votado. He hecho mi arreglito psicológico, o ético: si no considero dogmáticos los principios de la sociedad en la que vivo, ni válidos para las cuatro estaciones, salvo mediante un examen previo, ¿por qué he de considerar definitivos los míos? Si mi principio es la flexibilidad, la duda en el quehacer, el escepticismo, puedo aplicar ese fundamento a uno que es sólo anecdótico: no votar, y romperlo. No voto por las mismas razones por las que los libertarios se abstuvieron siempre, y por otras más: creo en la política intelectual, en la filosofía política que parte de cero, y no en la práctica. Y en la democracia original, no en la democracia occidental maleada, de truhanes, ocupada por el antiguo régimen: lo que se llamó "Ancien régime", que se infiltró en la República Francesa de 1798. Voté en las primeras elecciones trasfranquistas porque era cuestión de expulsar a nuestro antiguo régimen, y no lo conseguimos. Desde entonces no me acerqué a una urna. No lo recomiendo: tengo medios de expresión de mí mismo, los matizo: tengo principios y flexibilidades. Otros no: el voto les realiza. No iba a votar en estas elecciones: pero me encontré metido en una guerra. Ya lo estaba: ya había protestado -con millones de personas- no sólo de esta guerra, sino de las fuerzas expedicionarias de Felipe González. Ya había llamado estafa a la del Golfo. Pero con la inconsciencia propia del madrileño había seguido creyendo que aquí estábamos a salvo. Y no: vinieron a devolvernos las bombas. A su manera, con su pobreza. Con la misma ceguera criminal con que los tres países de las Azores les bombardean a ellos.

Voté contra los que nos habían metido en esa guerra entre trampas y equívocos y al mismo tiempo machotas, como es el estilo aznarista. Voté contra el antiguo régimen filtrado en la vida pública, y que aún silba en las lenguas bifurcadas que niegan el resultado. No fui yo sólo: aproximadamente un millón de personas eran e hicieron igual que yo: dejar sus principios por una vez. Los dejaré otra si Zapatero me da motivos.

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