_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las esperanzas democráticas de la noche del sábado

En estos últimos días se han precipitado una serie de episodios de gran densidad social y política que han producido y están produciendo abundantes comentarios que ofrecen sugerencias y advertencias para el futuro inmediato. De ellos y del resultado contundente de las elecciones se deducirá un cambio radical en la política española. El tema Carod-ETA, la "tregua catalana", el indigno linchamiento de los republicanos por parte de casi todos los partidos españoles, la insultante tormenta periodística, el abominable asesinato de Atocha, las mentiras del Gobierno para disimular que "nos había traído la guerra a casa", el descubrimiento popular de esa indigna maniobra, las diversas reacciones ciudadanas desde las equívocas manifestaciones "oficiales" hasta las espontáneas reacciones del sábado por la noche son una serie de escenarios que marcarán el fin trágicómico del régimen de talante antidemocrático del PP. Aznar ha sido fiel al papel que le correspondía: todos los autoritarismos del siglo XX han acabado en parecidas situaciones, con sus escatologías esperpénticas.

Todos estos episodios pueden interpretarse con distintas claves, según la orientación de los análisis y, sobre todo, según los apriorismos políticos inevitables. Pero hay uno que merece ser considerado con sus valores objetivos, más allá de la circunstancia que lo envuelve. Me refiero a las manifestaciones espontáneas -auténticamente espontáneas- que se produjeron el sábado por la noche en muchas ciudades españolas, principalmente Madrid y Barcelona. Aunque Rajoy -ya acorralado por la evidencia de tantos errores- las denunciara como ilegítimas y antidemocráticas y las adjudicara con pésimas intenciones a la manipulación de otros partidos, esas manifestaciones fueron no sólo legítimas, democráticas y realmente espontáneas, sino el gesto político más esperanzador de estos días y quizá de estos últimos años. En ellas se generaba la posibilidad de otra manera de gestionar la democracia, es decir, un intento de refundarla. La mecánica inerte y rutinaria de las elecciones dio un cambio de rumbo radical gracias a esas evidentes proclamas del pensamiento colectivo, que se disparó sin la participación de ningún partido, apoyado sólo en el teléfono móvil, Internet y los entusiasmos callejeros. Unas manifestaciones en las que no se reclamó la presencia de ningún político ni se manoseó ninguna bandera, donde el protagonismo estaba en las pancartas improvisadas que coincidían -a veces incluso con cierto humor que dulcificaba el rencor- en acusar al Gobierno del PP de dos hechos gravísimos: haberse inmiscuido en la guerra de Irak contra la reiterada oposición masiva de los ciudadanos y manipular una sarta de mentiras para esconder que el drama de Atocha era una consecuencia directa de aquella abominable participación tan impopular. El pueblo se dio cuenta de la gravedad de la situación y, a partir de ello, comprendió que la suma de actitudes del Gobierno durante los años de la mayoría absoluta era el testimonio de una caída hacia una nueva dictadura enmascarada con operaciones electorales y prepotencia publicitaria. Ante estas manifestaciones, el PP no tenía ya ninguna salida. Si insistía en la autoría de ETA, aumentaba el volumen de mentiras perniciosas porque todo el mundo conocía ya la verdad. Si reconocía la acción islámica, tenía que aceptar las graves consecuencias de haber traído la guerra hasta Madrid. Pero ni siquiera la mentira podía serle favorable: era un gran fracaso que un gobierno que alardeaba de la eliminación de ETA como primer objetivo, acabase con el atentado más grave y sanguinario de la historia de la democracia. Mentirosos e ineficaces. Despóticos y antidemócratas. No es extraño que el grito colectivo -y la pancarta- más frecuente en esas manifestaciones fuera un insulto de triple contenido ("hijos de Franco") o una escueta definición del problema ("nos habéis traído la guerra a casa").

El triunfo electoral de las izquierdas en su real abanico de orientaciones políticas debe mucho a esas manifestaciones del sábado por la noche y el nuevo Gobierno debería respetar su forma y su contenido. Por un lado, recoger y canalizar esos nuevos gestos de democracia a lo largo de su mandato con la esperanza de que generen unos nuevos métodos democráticos más cercanos a la sociedad real y, por otro, tomar decisiones que demuestren una atención a los problemas concretos que afectan a muchas colectividades flageladas por las injusticias aleatorias e indiscriminadas. Por ejemplo, ¿no sería éste el momento de reagrupar en su propio país a los presos de ETA -tal como se ha reclamado insistentemente- y evitar el castigo a sus familiares y amigos -víctimas injustas- de una deslocalización que no tiene otro sentido que un masoquismo arbitrario? Y con esta oferta, la perspectiva deseable sería una respuesta participativa de la propia ETA si se lograse que entendiera los nuevos caminos por los que discurrirá la política. ¿No hay esperanzas de que, ante la nueva situación, la banda armada declare una tregua -y no sólo en Cataluña- para abrir un diálogo a partir de la potencia y la firmeza democrática del nuevo Gobierno? Con una nueva atención al contenido de las manifestaciones de los ciudadanos, referidas a los problemas que les incumben directamente, se pueden abrir muchos diálogos inmediatamente productivos, desde los temas del terrorismo hasta el de los desequilibrios territoriales, desde los errores infraestructurales hasta los asesinatos ecológicos. Las manifestaciones del sábado son un primer paso para institucionalizar el diálogo de base, por encima de los oportunismos partidistas.

Oriol Bohigas es arquitecto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_