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ELECCIONES 2004
Columna
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Qué Gobierno

Victoria electoral del Partido Socialista contra todos los pronósticos. Urge la dimisión de los institutos de sondeos, por lo menos de los más desatinados. Victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, que aparece indemne después de una campaña electoral donde ha recibido todas las descalificaciones por parte del sembrador de la discordia, ese Aznar decidido a enconar el país hasta la misma fecha anticipada de su caducidad. La afluencia masiva a las urnas el domingo, el impecable escrutinio de las papeletas (qué ejemplo para los Estados Unidos) y el comportamiento de los candidatos contendientes ha sido reconfortante. Ejemplar Mariano Rajoy, anticipando la felicitación al ganador, y José Luis Rodríguez Zapatero, tendiendo la mano al derrotado al que calificó de digno adversario. Ahora, se abre un tiempo en el que debe brotar la reconciliación.

Por eso, quienes desde las proximidades del PP se lancen a proyectar sombras sobre la limpieza de la victoria o quienes desde las afinidades del PSOE emprendan el camino del desquite deberían recibir el repudio de la ciudadanía. El desalojo del poder por sus ocupantes tiene un plazo y conviene hacerlo sin pánico. Ahí están las experiencias del relevo de UCD por el PSOE en 1982, cuando los equipos de Leopoldo Calvo Sotelo hicieron la entrega de las llaves a los de Felipe González. O la salida de los socialistas en 1996 para dar entrada al PP de José María Aznar. En esta ocasión sería de agradecer que nos ahorraran declaraciones como aquellas de las auditorías de infarto, que anunciaba Alfonso Guerra, o las insidias sobre la inexistente amnistía fiscal a los amiguetes, lanzadas por aquel Juan Costa, siempre fiel a las órdenes de Rodrigo Rato, destinadas a inhabilitar a Pedro Solbes, sin duda el mejor ministro de Hacienda de España.

La gran tarea que reclama toda la aplicación, el talento y la generosidad del que será nuevo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, es la de seleccionar el Gobierno que deberá acompañarle en el banco azul. Tiene que ser el Gobierno de los mejores, de los más competentes, por encima de los amiguismos, de las recompensas a las pasadas tareas, de los recuerdos de anteriores travesías del desierto, de los compañeros de pupitre, excluir las componendas de partido. Debe aunar la inteligencia, suscitar la confianza pública, reunir la experiencia precisa, estar a la altura que se espera aquí y en las cancillerías todavía en la incertidumbre.

Zapatero llega sin hipotecas internas ni externas, no tiene facturas pendientes ni con los grandes ni con los pequeños. Nada debe a Botín ni a Comisiones Obreras. Ha concitado muchas esperanzas y no puede fallar. Cuenta con la disponibilidad de los más preparados, que no van a negarle su colaboración ni a condicionar su lealtad si se les reclama para servir al país. Debe desarrollar el instinto de precaverse frente a quienes estos días recomponen a toda prisa sus biografías para reclamar el pago a servicios que nunca prestaron a favor del triunfo logrado a cuerpo limpio, sin traicionar su propio estilo, sin prestarse a maquillajes ni operaciones de marketing.

Además, es tramposo e innoble presentar su victoria como efecto colateral de la barbarie del 11-M. En casos de graves tragedias, el reflejo instintivo de la población es el de cerrar filas con el Gobierno de turno en busca de protección. Así ha sido aquí también. El vuelco de las papeletas sólo vino después, cuando se descubrieron las mentiras intencionadas, nacidas de la mala conciencia y del complejo de Aznar. Los terroristas son los únicos responsables de la masacre y nadie se hubiera remontado en esos días para discutir como causa el acierto de las decisiones tomadas en política exterior. Cuando se tuvo noticia de la matanza todos estábamos unánimes en la atribución a ETA de la barbarie. Lo venía intentando. Tenía demostrada su predilección por el ferrocarril. Los ciudadanos inermes de Hipercor están ahí para probar que inocentes indiscriminados podían recibir su metralla. La aparición de Al Qaeda como autora de ninguna manera convalida a ETA ni convierte a los suyos en terroristas buenos. Nadie se hubiera remontado a esos retorcimientos salvo el propio Aznar, que exigió de su ministro Acebes, pensando así exculparse, lo que él mismo rehusó hacer pocas horas después cuando excluyó mencionar a ETA durante su alocución al país a mediodía del jueves.

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