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ANÁLISIS
Columna
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El futuro de Aznar

DURANTE EL PERIODO delimitado por las elecciones de hoy y la toma de posesión del nuevo Ejecutivo dentro de varias semanas, Aznar ejercerá como presidente del Gobierno en funciones para garantizar el normal traspaso de los poderes a su sucesor en el cargo y gestionar el despacho ordinario de los asuntos públicos; si bien el artículo 21 de la Ley del Gobierno de 1997 excluye del marco de competencias presidenciales relacionadas con la buena administración del Estado un conjunto tasado de facultades, también abre un espacio discrecional a la adopción de medidas extraordinarias en "casos de urgencia debidamente acreditados" o "por razones de interés general". Además de su interferencia sobre los últimos días del proceso electoral, el terrible atentado perpetrado el jueves modificará de hecho la etapa de interregno durante la cual el presidente -saliente- en funciones deberá concertar su actuación con el candidato -elegido el 14-M- que le sustituirá en el cargo después de ser investido por el Congreso de los Diputados.

Durante las semanas previas a la investidura del ganador de las elecciones de hoy, Aznar tendrá que afrontar como presidente del Gobierno en funciones las consecuencias del atentado del 11 de marzo

Pero el futuro político de Aznar, que hizo honor a su palabra de no presentarse a las urnas después de ocupar el poder durante dos mandatos consecutivos, no se agota con esas decisivas semanas de interinidad. En sus extensas declaraciones al diario Le Monde, Aznar se explaya sobre los motivos y los objetivos de su renuncia anticipada a un eventual tercer mandato presidencial, que no le venía impuesta por la ley o por los estatutos de su partido ni tampoco por el temor a un fracaso en las urnas: nacida de "una reflexión política y de un compromiso moral con los ciudadanos", esa decisión implicaría el abandono para siempre de la práctica política y el comienzo de un nuevo tiempo dedicado a la teoría. Además de resultar ofensiva para la autoestima del interesado, la puesta en duda de la sinceridad de su ingenua confesión pasaría por alto el flanco más débil de esa inverificable hipótesis explicativa: el carácter demasiado simplista de una motivación necesariamente compleja.

Las decisiones suelen adquirir significaciones nuevas a la luz de acontecimientos posteriores que permiten enfocar desde un nuevo ángulo los propósitos que las alumbraron y justificaron: si el mañana nunca está escrito para nadie, resulta especialmente nebuloso para los profesionales del poder. En cualquier caso, los resultados de las elecciones de hoy despejarán las brumas que rodean la primera encrucijada del imprevisible camino hacia el futuro de Aznar. La victoria por mayoría absoluta del PP -una expectativa reforzada por el atentado del 11-M- posibilitaría sin duda que el relevo en la presidencia del Gobierno dejara de ser simplemente un gesto voluntario del cesante para convertirse en un hecho irreversible en beneficio de su sucesor. Por el contrario, una pérdida de escaños que obligase a los populares a pactar acuerdos parciales o de legislatura con otros grupos parlamentarios -para no mencionar su improbable derrota- removería las aguas hasta ahora tranquilas del estanque: los problemas de gobernabilidad no afectarían entonces sólo al Estado, sino también al partido. En tales circunstancias, Aznar no podría -aunque quisiera- seguir el ejemplo de Ulises y mantenerse atado al mástil para resistir el canto de las sirenas pidiendo su regreso; los requerimientos de la tripulación le obligarían a romper las ligaduras a fin de evitar una rebelión a bordo.

A diferencia de la clase política de los sistemas parlamentarios clásicos, procedente en su gran mayoría de las clases propietarias y de las profesiones liberales, la cantera de voluntarios para nutrir las filas del Estado de partidos de nuestro tiempo está formada sustancialmente por el aparato burocrático de las organizaciones militantes, los altos cuerpos de la Administración y el mundo de la enseñanza. Aunque Aznar sea el biotipo de profesional del poder encuadrado a la vez en la estructura partidista y la condición funcionarial, resulta descartable que utilice el camino de doble dirección -existente en la vida pública- entre política y Administración para regresar al escalafón de inspectores fiscales. Tampoco su recién descubierta vocación intelectual parece llamada a muy altos destinos; lo más probable es que su sombra siga inquietando los corredores del PP como Rebeca el castillo de Manderley.

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