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LA CRÓNICA
Columna
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Contra la maldición de Juan Palomo

Consecuente con el ritual de esos fastos electorales, tan predeterminados por los sondeos demoscópicos y el pulso de la calle, confieso que esta crónica estaba casi pergeñada desde días atrás. Me remitía a la autoridad académica del profesor Vicent Franch, para quien poco más menos los resultados de los comicios se decidían con bastante antelación a la cita con las urnas, y en realidad estaban ya decididos. Casi al mismo tiempo, el experimentado augur Rafael Blasco, consejero de Territorio y Vivienda, diagnosticaba desde otro diario que el PP superaría hoy los 176 escaños, lo que le garantizaba una mayoría suficiente -como gustan describir eufemísticamente- para seguir gobernando a su aire. El PSOE, a tenor de esta estimación, salía bien parado con 136 diputados. O sea, que no cambiaba nada y Mariano Rajoy podía hacer de su capa un sayo, sin pactos ni alianzas, como Juan Palomo, el que se lo guisa y se lo come sin coaligados ni perrito que le ladre.

Pero en horas 24 han cambiado los guiones y escenarios. La insólita barbarie terrorista ha sacudido de tal modo estas vigilias electorales que la incertidumbre ha ganado cotas impensables días atrás. Por lo pronto, y a excepción de los devotos del PP en cualquier trance, los electores y allegados han de formularse -ya nos lo formulamos- qué delito habremos cometido las gentes de este país -y hoy todos somos madrileños- para padecer tan trágica y descomunal agresión. La respuesta cae por su peso: éste es un país en guerra, una guerra que la inmensa mayoría no quisimos y bien que lo gritamos en la calle, pero en la que se nos involucró por motivos ignorados o tronitronados que se resumían en la lucha contra el terrorismo.

¿Qué terrorismo? Suponemos que el fundamentalista, islámico y globalizado que practica Al Qaeda y, de rebote, ETA. Este Gobierno y su todavía presidente, José María Aznar, han de estar prometiendo novenarios a punta de pala para que no se confirme que Bin Laden anda entre bastidores, pues eso supondría que algo y aun mucho ha de ver el belicoso PP con toda la sangre derramada en Irak, Atocha, el Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia, estaciones de un vía crucis cívico inolvidable. También podría ocurrir que la autoría fuese imputable a la banda vasca. En ambos casos, sin embargo y a pesar de los matices, la responsabilidad insubrogable reside en La Moncloa y en quienes callaron o aplaudieron el delirio guerrero. ¿Cómo votarles?

Pero junto a este alegato general y prioritario -una guerra injusta con tan cruentas secuelas- no faltan argumentos indígenas disuasorios del voto conservador. Y no es el menor de ellos el alejamiento de Europa que propicia la política atlantista del aznarismo. Ya comprendemos que al vecindario no ha de conmoverle este novedoso sesgo de las relaciones internacionales, pero a poco que se tenga memoria y percepción de los nexos económicos y culturales del País Valenciano con la UE se caerá en la cuenta de que la política del PP boga contra nuestros intereses materiales y vocación cultural. Claro que desde Quintanilla de Onésimo el mundo ha de verse de otra manera, como más mística.

Un obstinado error, esta querencia por USA, que podría ser discutible en el imaginario megalómano del presidente Aznar. Lo que ya no admite polémica es la pérdida de la probidad moral en la administración de los asuntos públicos valencianos. Nos referimos a las trapisondas insondables, por lo abundosas, del presidente de la Diputación de Castellón, regurgitación infausta de un caciquismo decimonónico. Tanto, que convendría conservarlo en un museo con fines docentes, pero eliminarlo de la corporación anotada.

Estos y otros motivos habrían de aleccionar al votante valenciano para contribuir a cancelar la maldición de la mayoría absoluta del PP. Por absoluta, que no por mayoría. Pero nos tememos que ni el electorado está maduro, ni la oposición ha colmado el vacío de su liderazgo, ni atenuado su fragmentación. Además, y a qué negarlo, el candidato del PP Eduardo Zaplana, con la ayuda valiosísima y abusiva de TVV, no tiene todavía en la izquierda -incluido el PSPV- adversario que le tosa. ¡Si hasta Federico Trillo, el candidato paracaidista y ministro amortizado, se tiene por elegido en Alicante! ¡País!

FALLAS INVASIVAS

Ante la protesta de unos vecinos, el presidente de una falla de gran relieve responde que los aeropuertos causan molestias y no los van a trasladar por eso. No es una comparación feliz. Esos vecinos, como también los del barrio del Carmen y de otros barrios, protestan por los abusos de los casales, cortes de calles, la iluminación o el ruido que ya no se concentra en una semana, sino que se prolonga en muchos casos un mes. Y eso es una tortura para los ciudadanos que no participan del ardor fallero, que somos la tira.

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