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Reportaje:

"¡Parlar sí, pegar no!"

Una escuela infantil de Russafa convierte la 'cremà' de la falla en un acto de solidaridad con las víctimas del terrorismo

"Mamá, ¿al mundo que le pasa?". "Está herido, lleno de vendas", responde a Carlos su madre. Ante los ojos del pequeño, de tres años, se alzaba una enorme bola azul y blanca hecha de papel y cartón. Pero tiene trozos que sangran, niños que mueren de hambre, personas que riñen, tanques, armas, bombas atómicas, bombas biológicas, bombas químicas. Era una alegoría en favor del diálogo y en contra de la violencia que habían ideado los padres de la escuela infantil El Patufet en forma de falla para celebrar ayer una fiesta. Los atentados de Madrid obligaron a suspender la parte más lúdica, pero los padres decidieron convertir la cremà en un acto de solidaridad con las víctimas de los atentados y de rechazo a la violencia. Y a las 16.30, algunos con la siesta aún sin acabar y restos de merienda, con pañuelo y blusón falleros, en la calle de Centelles, a pocos metros de donde la escuela a la que acuden 110 niños y niñas de cero a seis años, en el barrio multirracial de Russafa, quemaron un monumento diciendo algunos: "Las bombitas de papel que nosotros hicimos no matan gente".

Los más pequeños pintaron la base de la falla con pintura comestible. Los mayores ayudaron a recortar a Mafalda y sus amigos para tejer un abrazo que repitieron rodeando la Falla. En la mañana de ayer, con cartulina negra hubo que añadir un vagón de tren sin pasajeros, sobre llamas rojas y amarillas. Debajo de él escribieron: Atocha.

María José, con una hija de cinco años y un hijo de poco más de dos, explicó que "la falla la pensamos para expresar la contradicción que existe entre las relaciones naturales que los niños establecen de amor y de afecto y la losa que el mundo en que vivimos les echa encima y modifica todo eso para peor". María José e Inma explicaban cómo a los pequeños les contaban que el hambre que pasan muchos niños en el mundo genera violencia, cómo gritar impide hablar y provoca agresividad, cómo el miedo por desconfianza ante la gente que es de otro color o habla otra lengua causa injusticias. Y los más pequeños decidieron utilizar los botes de yogures bebibles para hacer niños gorditos frente a otros cuya condición esquelética retrataba la plastilina. Ellos, los más pequeños, decidieron que la violencia tenía forma de tanques verdes, de edificios altos, muy altos, de color gris y verde bajo los que había unos coches de color amarillo (su imagen del atentado en 2001 en Nueva York).

Elena vestía de fallera, "porque me gusta mucho, pero no porque haya fiesta". Clara, Teresa, Hugo o Valentina, los más pequeños, miraban con curiosidad cómo las llamas acabaron en pocos minutos con sus manualidades. Pero los que pasan de los cuatro años, que sostuvieron en la mano durante más de 30 minutos una paloma de papel blanco en la que un niño y una niña se daban la mano, sí hacían preguntas. "No puedes evitar que sepan qué ha pasado. Incluso a veces crees que es difícil que lo entiendan y descubres que su resumen es mucho más certero del que nosotros, los padres, podemos hacer. Mi hija tiene cinco años y anoche, cuando se iba a dormir, después de haber intentado que no viera la tele aunque le habíamos contado lo que pasaba, me dijo: 'Mamá, hoy no quiero cuentos, me duele la tripa por el tren. ¿Nosotros podemos ir en tren?". Con un sí por respuesta y el lema "Parlar sí, pegar no", del homenaje en forma de falla, muchos se colgaron a los pequeños al hombro para extender el lema a la manifestación.

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