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Reportaje:

Misión: desarmar Haití

Los 'marines' de EE UU intentan desmantelar las bandas tras la manifestación en la que murió Ricardo Ortega

Juan Jesús Aznárez

El nuevo primer ministro haitiano, Gerard Latortue, instó el desarme de las bandas y milicias que siempre ejecutaron a degüello el lema del primitivismo nacional: la Constitución es de papel, las bayonetas, de hierro. El arsenal en las calles pertrecha a las hordas del depuesto Jean Bertrand Aristide, a la soldadesca que forzó su salida y a las pandillas que vitorean o maldicen al gobernante de turno, y cuya única lealtad es el robo y el crimen. "Quiero construir un país al que la mayoría de los haitianos quiera volver", declaró el economista y abogado Latortue.

La mayoría de sus ocho millones y medio de compatriotas desearía irse al no haber conocido otra realidad que la miseria causada por la dinastía de espadones y déspotas que sucedió al colonialismo francés en la primera república negra de América. Los marines norteamericanos, que ayer mataron a otras dos personas que supuestamente les hostigaron a tiros, patrullan a cara de perro para ahuyentar a los cafres de barricadas y rapiña. Su empeño es arduo. El bando radial, "por favor, entreguen las armas", mueve a la ternura en una nación donde fueron herramienta política de los generales de la independencia y de las castas militares.

"Lo que dividió con Aristide fue la exclusión. Si usted no era del partido Familia Lavalas, usted no era haitiano", dijo el tecnócrata Latortue, de 69 años, a una emisora local desde Florida, donde tiene un canal de televisión. Lo que también dividió a los haitianos fue el autoritarismo, la injusticia y el látigo francés o propio. "No creo que comprenda nuestra hambre", despreció un leal del ex cura de la teología de la liberación. El nuevo primer ministro, nombrado por el Consejo de Sabios que apadrina EE UU, pasó más de dos decenios fuera de Haití. Partió al exilió durante la dictadura de los Duvalier (1957-1986) y fue canciller con el presidente Leslie Manigat, derribado por uno de los 33 cuartelazos. "Mi Gobierno incluiría a gente de reconocida valía", prometió.

Deberá demostrarla con el comandante Guy Philippe y el ex Ejército Caníbal, acantonados en Cabo Haitiano y Gonaives, y en la rendición de las pandillas de chimeres agazapadas en las barriadas. La normalización será imposible sin meter en cintura a unas cuadrillas que irrumpen aullando: los comercios de las zonas residenciales cierran al escuchar que andan sueltos. La emoción sentida por un blanco curioso frente a un rufián negro, machete al cinto, y apuntando con algo parecido a una recortada, es inenarrable.

Los marines y la policía deberán registrar vehículos y personas, allanar viviendas y probablemente ofrecer comida y dinero a cambio de fusiles y pistolas. Pero son previsibles los errores de este martes. Micial Thelusma, de 31 años, murió y su hermano Fedelín, de 25, resultó herido, al ser confundidos con chimeres suicidas. Huyendo de las calles cortadas por los piquetes, encaminaron el coche hacia una que conducía hacia un pelotón de marines. Micial aceleró al creer que eran ladrones. "¡Stop! ¡Stop! ¡Stop!", le gritaron. Bloqueado por el pánico, no acertó a pisar el freno. Lo paró una ráfaga.

La dirección de los marines había subrayado la pasada semana que su misión no era desarmar, pero el ataque del domingo contra la manifestación en que fue asesinado el corresponsal español Ricardo Ortega cambió todo. "Seremos un poco más agresivos", dijo un portavoz. El garrote parece imprescindible porque Aristide y sus antecesores armaron a paramilitares, el narcotráfico comerció arsenales y los ex militares del Ejército, abolido a finales del año 1994, pudieron retener el fusil. Las milicias privadas también tienen trabucos y porte de héroes. "Será muy difícil limpiar las calles de armas", reconoció el coronel Mark Gurganus, al frente de 2.000 marines.

Partidas de milicianos exhiben sus escopetas en Cabo Haitiano y no las entregan porque los chimeres guardan las suyas. "El general nos dirá cuándo hemos cumplido nuestra misión". Aún no. El comandante Guy Philippe exige el restablecimiento del Ejército, histórico capataz del sistema pretoriano de las plantaciones y, de golpe en golpe, martillo del Estado de derecho.

Gerard Latortue.
Gerard Latortue.

Denuncia a Francia

El ex presidente de Haití Jean Bertrand Aristide anunció ayer por medio de sus abogados que llevará a la justicia sus continuas denuncias de "secuestro" contra EE UU y Francia. En concreto, el ex dirigente pretende actuar contra los embajadores de ambos países en Haití en el momento de su dimisión, el francés Thierry Burkard y el americano James Foley, por "complicidad en secuestro", así como contra otras personas que tuvieron que ver con las "presiones" ejercidas para que Aristide dejase su cargo, como el ex embajador francés Yves Gaudel, el escritor Régis Debray y Véronique Albanel, hermana del ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin. Gilbert Collard, abogado francés de Aristide, anunció ayer que denunciará al embajador francés ante el Tribunal de Gran Instancia de París.

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