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El éxito de la feria Alimentaria evidencia la falta de equipamientos que limita su futuro

La separación en dos recintos y la falta de transporte levantan quejas entre los visitantes

Un total de 106.000 metros cuadrados, 150.000 visitantes, 4.000 expositores, segunda feria del mundo. Los datos de Alimentaria, la feria de la comida y las bebidas que se organiza cada dos años en Barcelona, parecen impresionantes, pero ocultan una cara menos amable que expositores y visitantes profesionales coinciden en subrayar. El propio éxito hace resaltar sus limitaciones. Hay problemas de aparcamiento, dificultades para encontrar taxis y escasa presencia internacional. Además, el evento está partido en dos recintos, Montjuïc y Gran Via, separados por 2,5 kilómetros, lo que obliga a los visitantes a viajar continuamente de un lugar al otro.

El presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, hablaba en la inauguración de Alimentaria, el pasado lunes, de convertir el salón catalán en el primer referente mundial en 2008. Los responsables de la feria, con su presidente, José Luis Bonet, a la cabeza, anunciaban un récord de visitas y un crecimiento extraordinario de la superficie de exposición. Cierto. Pero este mismo auge se encuentra amenazado por las las limitaciones de los equipamientos. Según la opinión de decenas de participantes, expositores y visitantes, no todo son medallas. La lista de reclamaciones es variopinta: problemas para aparcar, espacio reducido, feria partida en dos, exceso de público no profesional y escasa representación de empresas extranjeras son las pegas más recurrentes, que este diario no logró ayer contrastar con responsables de Alimentaria.

Marcos, demacrado, oscila sobre su taburete frente a una hilera de jamones pata negra que actúa de imán para la masa no profesional. "Lo que hace falta es que haya un único recinto, porque los que buscan contratos de distribución no vienen a ver sólo el pulpo a la gallega o los helados. Quieren atarlo todo y les molesta tener que trasladarse de una carpa a otra o de un autobús a un taxi. Si nosotros, que estamos quietos en un stand, nos cansamos, ¿cómo se le queda el cuerpo al que no para?", pregunta.Robert, inglés rubicundo y derrengado, se refiere a la noche como su peor momento. "Cuando cierra la feria es horrible, porque los españoles no saben lo que es una cola para el autobus o el taxi". "Hay un problema enorme de infraestructuras", añade Vanessa, de una compañía hortofrutícola; "los profesionales que vienen en coche tienen que aparcarlo en la otra punta de Barcelona y después coger un taxi". Hugo, un argentino que vende aceite de girasol, se muestra menos exigente. "No veo problemas de organización ni de espacio, aunque los carteles son un poco feos", lamenta.

Laura, que trabaja para una firma inglesa de caramelos con caseta en Montjuïc, ve dos problemas: "La presencia internacional es mucho menor que en el salón alemán [máximo rival de Alimentaria] y hay demasiado público, quizá por nuestra culpa, ya que nos pasamos regalando invitaciones". Muchos coinciden en que la presencia de gente ajena al mundillo es un factor de distracción que retrasa o imposibilita los negocios.

Al otro lado de la montaña de Montjuïc, en el recinto Gran Via, se respira un ambiente más tranquilo. Quizá demasiado. Hasta ayer, este pabellón parecía un desierto en comparación con el ajetreo en la plaza de Espanya. Los expositores creyeron que se hacían realidad los peores pronósticos: que la división en dos recintos dejaba el de Gran Via en un segundo plano. Y es que muchos admitían ayer que al principio no encajaron muy bien la idea de ubicarse en este recinto. "Temíamos que fuera un fracaso, y el lunes y el martes lo parecía porque apenas vino nadie", explica Sonia Pou, instalada en Interoliva, el salón del aceite.

Ayer, sin embargo, a pesar de la lluvia, el panorama era otro. Los profesionales de la alimentación se habían decidido por fin a acercarse al polígono Pedrosa de L'Hospitalet. Pero tampoco había el bullicio de Montjuïc. Muchos expositores lo agradecen e incluso lo consideran una ventaja. "Ahora atendemos a un público más selecto y realmente interesado en nuestros productos", opina Iván Mellado, también del sector del aceite.

Francesc Martínez, distribuidor, añade que con la separación de recintos se ha ganado espacio, tanto para expositores como para visitantes, pero ansía que la feria vuelva a celebrarse en un solo recinto cuanto antes. En su opinión, Montjuïc es el polo de atracción de los visitantes y el hecho de tener que desplazarse no les persuade de pasearse por el otro pabellón, a pesar de estar conectados por una línea de autobuses que recorre el trayecto en 10 minutos.

Los que utilizan este medio de transporte, gratuito y a disposición exclusiva de visitantes y expositores de la feria, no tienen quejas, a no ser que haya atascos de tráfico. Los que más se lamentan son los que optan por el coche. Ir de un recinto a otro en vehículo privado supone perder más de media hora en la carretera, explican muchos de los visitantes.

Malabarismos para aparcar

El verdadero vía crucis llega a la hora de aparcar. El estacionamiento de Gran Via no daba abasto

ayer y el público hacía malabarismos para encontrar una plaza en los aparcamientos de los centros comerciales de la zona o en la calle, a gran distancia. "No sé si seré capaz de encontrar el coche", criticaba Mikel Pérez, al tiempo que vendía las grandezas de Ifema, la feria de Madrid, donde, asegura, no se dan estos problemas.

La queja era compartida por todos los que habían descartado el transporte público, que no eran pocos. Al parecer, ir en metro hasta Montjuïc para, una vez allí, subirse al autobús que viaja hasta Gran Via no resulta atractivo para el público. "No lo hago ni por asomo. Si el metro llegara hasta aquí, no lo habríamos dudado", se justificaban Gemma y Celia.

Pero ya sea en coche, en taxi o en bus, ir de un pabellón al otro es para la mayoría una "incomodidad". "No es lo mismo moverse en un solo espacio que desplazarse de un recinto a otro", dice Juan, que trabaja en el sector vinícola. Y si no se dispone de demasiado tiempo para la vistita es aún peor. Para muchos no hay otro remedio que escoger. "Me quedaré sin ver Montjuïc", lamenta Emilio Arrebola.

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