El lujo de ser madre
¿Se encuentra la mujer trabajadora regresando a la función de ama de casa? En diferentes países europeos, precisamente los más adelantados, la tendencia juguetea con esta opción. Durante los últimos cincuenta años pareció claro que el progreso de la mujer se encontraba fuera del hogar, pero, como consecuencia, el vivac de la familia ha llegado a la misma intemperie: cada cual busca la vida por su cuenta, se celebran escasas reuniones familiares, hay menores oportunidades para estar juntos y, entre los horarios y las pantallas individuales, los familiares cenan o comen a horas distintas y se distribuyen los ocios sin coincidencias. Simultáneamente, los psicólogos europeos vienen afirmando que tanto la violencia juvenil como el consumo de drogas echa raíces en una pobre educación familiar por razón, sobre todo, del vacío hogareño. Finalmente, si a esto se une que las mujeres parecen haber topado con un techo en su progreso salarial en el 80% del salario masculino, las reflexiones se amontonan.
Nada parece todavía seguro porque defender el regreso femenino a casa es demasiado duro como proclama. Lo objetivo, sin embargo, es que muchas mujeres de Alemania, de Francia o del Reino Unido, han creído reencontrar en el retorno unas gratificaciones muy superiores a las de la oficina o el mostrador. Ni el sueldo agregado al matrimonio compensaba de los perjuicios que pudiera sufrir el desarrollo del niño ni, a fin de cuentas, el plus que añadían a los ingresos totales confería un provecho claramente superior. Por el contrario: el bienestar se vislumbra más claro y soleado en unas bien deseadas labores maternas que incluso como alta empleada en Johnson & Johnson o Parmalat.
De otro lado, el quehacer de madre ha recuperado hoy una consideración más elevada a través del bucle ecológico, y refuerza, además, su cotización moral cuando ya, desde la leche materna hasta los productos naturales, han logrado un rango superior, tanto ético como empresarial. Ser madre fue antes casi lo único que se podía ser. Ahora puede ser lo máximo a que se pueda aspirar. Ser trabajadora viene a ser una cuestión de pobres e ignorantes, mientras las esposas ricas y licenciadas se encuentran en condiciones óptimas para elegir el recíproco beneficio de tratar con un bebé.
La única objeción que se plantea en este movimiento hacia casa es el asunto clave de la dependencia material. Si la recuperación del disfrute maternal conlleva la subordinación económica al esposo ¿en qué habrá quedado el feminismo, el movimiento de liberación de las mujeres, el avance hacia la igualación? Este debate cruza de una parte a otra de Europa con afirmaciones tan provocadoras como las que el sociólogo Paul Yonnet ha expresado sobre la degustación del trabajo doméstico. En el fondo, viene a decir Yonnet, las mujeres no desean que se las aparte de las tareas caseras donde encuentran un motivo de disfrute y de afirmación. Claro que hay mujeres que odian cocinar, planchar, hacer las camas y todo lo demás pero no son, al parecer, mayoría. Algo, por tanto, habría que considerar.
El siglo XIX y parte del XX puso su énfasis en el supremo valor del trabajo y el marxismo repetía sin fin que "somos lo que hacemos". En el siglo XXI, sin embargo, somos menos en relación al trabajo estricto que respecto a la vida en general, compuesta crecientemente por acciones de comunicación y servicios interpersonales. Es decir, precisamente por esa especialidad en la que han destacado siempre las mujeres, fuera a través de su mayor empatía, su capacidad de atención, su sutileza o su emotividad. A los mejores hombres les ha interesado, en términos generales, el ser humano. Pero a las mujeres les han interesado, ante todo, las personas. El primer filantropismo tiende a la abstracción, mientras el segundo a la labor más directa e inmediata. Es decir, a la labor de producir el bien más digno, pragmático y humano: el artículo hoy más codiciado en la nueva sociedad del terror.
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