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Columna
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La hora del 'todo vale'

Josep Ramoneda

Otro comando de ETA cae antes de cometer un atentado. La presión policial sobre la organización terrorista es asfixiante. ETA está muy mermada. Una vez más se constata que la policía tiene información sobre los movimientos de ETA. Nada desestabiliza más a una organización de este tipo que el pánico de tener a la policía infiltrada. Estos éxitos, sin duda, suman en el haber del Gobierno. Por tanto, el anuncio de esta actuación policial debería ser suficiente, aunque estemos en campaña electoral. Pues no. Este Gobierno es insaciable: no le basta con ganar la batalla policial a ETA, y el ministro Acebes aprovecha la circunstancia para soltarse el pelo en un peligrosísimo ejercicio de incitación a los odios entre ciudadanos de España. Decir que "hoy estará muy satisfecho el señor Carod Rovira porque si el atentado se hubiera hecho no habría habido muertos en Cataluña, sino en Madrid" es una bajeza moral que debería apartar de la vida política española a quien la ha pronunciado. Pero es el estilo de Aznar, que contamina a toda la organización del PP. Primero se divide el país en buenos -los que están con nosotros- y malos -todos los demás-; después se selecciona el retrato del enemigo -el rostro del terrorista- y se intenta asociar con él a todo el que se mueve, y finalmente se incita al odio y al resentimiento. Así se preparan las guerras; para Aznar la política es una prolongación de la guerra por otros medios.

El País Vasco está perdiendo la centralidad de esta campaña en 'beneficio' de Cataluña

Desde esta posición a nadie puede sorprender que la cuestión de la cohesión de España haya sido seleccionada por el PP para ser el tema central de esta campaña ni que se procure explotar al máximo la presencia de ETA en la campaña electoral. El problema de estas estrategias es que a menudo crean fracturas de difícil recomposición y agravan los desencuentros. Utilizar el odio para movilizar a la gente, para tratar de salvar el distanciamiento entre una superestructura política enzarzada en disputas agrias y una ciudadanía que no tiene entre sus principales preocupaciones ni la unidad de España ni los nacionalismos periféricos es un peligroso juego de aprendiz de brujo. Pero hay que crear miedo, porque el miedo beneficia a la derecha y permite gobernar con impunidad, y porque el Partido Popular se siente fuerte en su aislamiento.

Dicen los sondeos que en torno al 57% de los electores que contestan las encuestas desearían un cambio de partido en el Gobierno. Esta cifra equivale más o menos a la suma de todos los que no votaron al PP. Por tanto, el PP todavía satisface a la mayoría de los suyos, lo que ha perdido es la capacidad de crecer, de ampliar su espacio. Aznar entrega a su sucesor una derecha potente y fortificada, encerrada en su castillo. Parece razonable que su resultado sea a la baja respecto al de 2000. Mayoría absoluta sí, mayoría absoluta no, es el primer envite de esta campaña. Una campaña que va dando rodeos sobre un mismo punto: todos los partidos intentan abrirla hacia las cuestiones de política social y económica, pero siempre acaban volviendo a la cuestión preferida del PP: la cohesión de España y el terrorismo. El error Carod se ha convertido en una maravillosa coartada para el PP.

En este clima, los ataques del PP a Rodríguez Zapatero pasan por Cataluña. La construcción del enemigo, a la que se dedica con tenacidad el entorno mediático del PP, también, lo cual tiene un efecto, quizá positivo a medio plazo: el llamado problema de España se ha ampliado, ya no es sólo la cuestión vasca. También es la cuestión catalana y quizá también la andaluza. Todos los lugares donde no gobierna el PP. Seamos, por un momento, optimistas: a veces los problemas encuentran vías de solución cuando se ensanchan y se complican. En cualquier caso, si uno de los objetivos del tripartito -expresado por Pasqual Maragall- era quitarle al País Vasco centralidad en la política española, en parte lo está consiguiendo.

Cataluña va a las elecciones españolas con un novedoso cambio de papeles. Los que las habían hecho siempre desde el Gobierno están ahora en la oposición y viceversa. Sólo el PP sigue en su sitio, intentando hacerse con el monopolio de la oposición al tripartito a costa de Convergència i Unió. Por eso hay que explotar al máximo el error Carod, por eso hay que llevar la estrategia de la tensión aquí: para que CiU quede atrapada entre el tripartito y el PP. Si Josep Piqué no la lleva por las buenas, le obligan desde Madrid a llevarla por las malas. Aunque Piqué está asustado porque percibe lo que no quieren ver en Madrid: a fuerza de dar caña a Carod Rovira acabarán agrandando la dimensión del personaje. Quizá en la capital del reino piensan que ya les va bien porque refuerza la imagen negativa del tripartito, pero aquí casi todos saben que es un disparate.

A cuatro meses de las elecciones autonómicas, las elecciones generales son, en cierto modo, una reválida para el tripartito: una primera evaluación, difícil de objetivar por el estado de sobresalto permanente en que el nuevo Gobierno ha nacido. Al mismo tiempo, determinarán la jerarquía futura en la oposición al tripartito, entre CiU y el PP. Por lo demás, las generales se dan en una situación de especial capacidad de incidencia del PSC en el PSOE, con lo cual un mal resultado de los socialistas españoles sería leído, con toda probabilidad, desde el propio PSOE como una consecuencia de la estrategia catalanista de izquierdas de los socialistas catalanes. Probablemente, cualquier reconstrucción poselectoral de un PSOE perdedor se haría en clave anti-PSC.

¿Cuál será la voz del tripartito en el Parlamento español? Esta es otra incógnita de las elecciones, con altas consecuencias políticas. Si Esquerra Republicana obtuviera un resultado que le permitiera crear un grupo parlamentario propio, inevitablemente el PSC debería seguir el mismo camino.

La opinión pública se ha convertido en irresponsablemente generosa con las campañas electorales. Se da por aceptado que en ellas se puede decir cualquier disparate, prometer cualquier cosa, y pocas veces se pasa factura por las mentiras o los insultos que en ellas se producen. Los medios de comunicación aceptan una especie de suspensión de juicio y se limitan a repartir milímetros de papel y minutaje de televisión más o menos desigualmente, en función de los intereses de cada casa. Pero en una campaña como esta, sería conveniente que se contestaran algunas preguntas necesarias para orientar el voto. Mariano Rajoy y Josep Piqué tendrían que explicar cómo se hace compatible la promesa del candidato de que no será un político de los que añaden problemas a los problemas con la realidad de una campaña en la que abundan las bajezas del tipo de la de Acebes, emanadas del equipo de La Moncloa. Rodríguez Zapatero tendría que explicar si su promesa de no gobernar si no obtiene más votos que el PP, silenciada en las últimas semanas, sigue vigente o no. Cuando son tantos los que quieren un cambio de partido en el Gobierno, esta cuestión no es menor. Duran Lleida tendría que aclarar si está dispuesto a ser ministro del PP y a entrar en un proyecto de Confederación de Derechas Autónomas, aun al precio de una crisis en CiU, porque de este asunto se habla mucho en el entorno de Rajoy. Y Esquerra debería responder la pregunta que sigue pendiente: ¿forma parte de su estrategia la visita de Carod a Perpiñán? Pero en las campañas electorales está -inexplicablemente- aceptado como algo normal que todo el mundo mienta, con lo cual estas y otras cuestiones se convierten en ociosas. Votemos por lo que hacen y no por lo que dicen, por lo que les hemos visto hacer y no por lo que prometen. Y votemos sobre todo contra la impunidad de los que buscan el resentimiento entre la ciudadanía por un puñado de votos. Quizá así algún día dejen de mentir.

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