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Elecciones 2004 Andalucía

Estado de crisis permanente

Los andalucistas hacen público el conflicto, nunca resuelto, que ha marcado la legislatura

En el Partido Andalucista (PA) la teoría de los ciclos históricos se cumple con una exactitud asombrosa. Una vez más, en plena campaña electoral estalla la crisis interna, en realidad nunca resuelta, pese a la salida del partido del que fuera vicepresidente y cartel electoral en las elecciones de 2000, Pedro Pacheco. La llamada vieja guardia del presidente, Alejandro Rojas-Marcos, y la dirección nacional, que pilota el secretario general, Antonio Ortega -aliados circunstanciales en el 12º congreso para derribar a Pacheco- se han enfrentado en público a cuenta de la alianza con los socialistas en la Junta.

Los primeros creen que el PA debió aprovechar el conflicto del tripartito catalán para amenazar con abandonar el Gobierno de coalición si el PSOE no rompía en Catataluña con Esquerra Republicana. De hecho, su opinión es que el acuerdo no vuelva a a reeditarse, aunque se den las circunstancias para ello, ya que, sostienen, otros cuatro años en un ejecutivo socialista terminarían por borrar del Parlamento al PA. Los segundos, aunque se han cuidado de hacer declaraciones explosivas con su rostro, atribuyen esta postura a una "rabieta" del fundador del partido (Rojas-Marcos) en su afán por destacar.

El pacto con Ortega le costó a Rojas-Marcos pasar a ser presidente honorífico del partido
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¿Qué ha pasado en el PA en los últimos cuatro años para que ande a la gresca otra vez a 20 días de las elecciones? El equilibrio que alcanzó el partido tras la reunificación en 1996 con el PAP de Pacheco comenzó a quebrarse cuando Antonio Ortega, elegido entonces secretario general como una solución de urgencia, pisó el acelerador y se propuso sustituir a Pacheco como candidato a la Junta. Para el órdago contaba con el soporte de Relaciones Institucionales, desde donde había conseguido en poco tiempo hacerse con un sector importante del partido. Rojas-Marcos, retirado ya de la carrera por la alcaldía de Sevilla, apostó por Ortega, después de que Pacheco embistiera también contra él y le acusara de oscuros negocios.

El pacto le costó a Rojas-Marcos que su puesto como presidente del PA fuera despojado de las atribuciones ejecutivas en favor de las honoríficas, lo que supuso, entre otras cosas, su salida del comité de enlace PSOE-PA de la Junta. También tuvo que ceder en la candidatura de las autonómicas de 2004 y que su tapado, José Núñez, concurriera a las municipales de 2003 en Sevilla para dar paso al secretario general.

El primer encontronazo entre la dirección y la agrupación de Sevilla, bajo la influencia del fundador, se produjo a mitad de la legislatura, al decidir Ortega dar un salto de Relaciones Institucionales al otro departamento del PA, Turismo y Deportes, con más medios económicos y, sobre todo, proyección ante la sociedad. El inquilino de la consejería, el rojasmarquista José Hurtado, fue desalojado de un plumazo y el flamante consejero explicó las razones del cambio sin recurrir a la retórica: el nuevo líder del partido se colocaba en el sitio más relevante y en el sector económico más importante de Andalucía. Así de sencillo. En el trueque, la consejería pobre pasó a Juan Ortega, hasta entonces concejal de Sevilla. La débil armonía de ambas familias inició una lenta descomposición.

La vieja guardia, que para entonces había logrado resucitar la vicepresidencia en la persona de Miguel Ángel Arredonda -eliminada en último congreso para desalojar de ella a Pacheco- no ocultó su preocupación por el escaso éxito de la operación de lanzamiento de Ortega, quien se había metido en un tremendo embrollo, que le colocó al filo de la reprobación parlamentaria, por decir a una revista que "casi sería preferible dos casos de corrupción al año que una administración lenta". Las desavenencias se hicieron un secreto a voces.

Entretanto, los diputados andalucistas de la Cámara habían consumado un curioso intercambio de afinidades: el portavoz, José Calvo, que llegó de la mano Rojas-Marcos, se alineó a ultranza con Ortega; e Ildefonso Dell'Olmo, a quien defendió a capa y espada el secretario general en el desgraciado caso Centeno, se atrincheró en el otro bando, siguiendo al malagueño Arredonda quien, ante el enfrentamiento, tomó partido por la vieja guardia.

La segunda crisis notoria se desencadenó con la renuncia de Antonio Ortega a su escaño en el Parlamento. Su intención era que lo ocupase la quinta de la lista, Reyes León, afin a su sector, para que en las elecciones de 2004 se consolidase como número dos de Sevilla. De este modo, el consejero, cabecera de la candidatura, coparía los dos únicos puestos con posibilidad de salida. Ante la oposición del comité provincial, a quien corresponde la confección de las listas, Ortega lo llevó a la ejecutiva, bajo su control, y lo aprobó. Finalmente perdió el pulso al negarse a entregar el puesto la número cuatro, Pilar González, entonces jefa de gabinete de Turismo, quien tuvo que dimitir.

Candidatos provinciales

Después se sucedieron varias derrotas más para Ortega. La candidatura alternativa del PA de Córdoba, que dirigía una gestora, tumbó a su candidato, Bernardo Muñoz, a quien había acudido a mostrar su apoyo, lo que, ya en víspera electoral se traduce en la imposición de Calvo como candidato de esta provincia, contra la opinión de la organización local, que cede ante la amenaza de dimisión de Ortega el Consejo Andalucista. En Málaga, Ildefonso Dell'Olmo logra el apoyo de su agrupación para concurrir de cabeza de lista en detrimento de la apuesta de Ortega, Carlos Bautista, al que había nombrado delegado de Turismo.

Tras el descalabro electoral del PA de Sevilla en las municipales de 2003, el aparato nacional coge aire. Desde la dirección se dice que Rojas-Marcos ha ido por libre, que no ha querido asumir ninguna de las líneas maestras de la campaña, y que la resistencia del PA sevillano a contestar a la ofensiva sobre la especulación urbanística ha sido decisivo para que el partido no cuente con representación en las capitales. El sector de Ortega sostiene que, una vez perdido el gobierno local, la organización de Sevilla no tiene peso y que su máximo mentor sólo trata de hacer ruido y alcanzar protagonismo.

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