ETA ahoga a quien la abraza
Arnaldo Otegi se preguntaba el miércoles, tras saludar la tregua en Cataluña anunciada por dos miembros encapuchados de ETA, "por qué algunos escupieron en la mano de la organización" en el País Vasco, cuando semanas antes intentó una operación mediática parecida. Se refería Otegi al anuncio que la banda terrorista hizo el 30 de diciembre en el sentido de que estaba dispuesta a "dar todos los pasos necesarios" para propiciar en el País Vasco una candidatura unitaria de las fuerzas nacionalistas que reivindicara la autodeterminación frente al Estado español. Josep Lluís Carod Rovira podría darle la respuesta al dirigente de Batasuna: porque la mano de ETA abrasa políticamente a quien se la estrecha, aunque sea con la mejor intención.
No es la primera vez que ETA acude a estratagemas políticas para compensar o sustituir sus dificultades operativas, que se han agudizado en los dos últimos años
El Pacto de Estella y la tregua de 1998 fue seguramente la última oportunidad que tuvo la organización de dar una salida presentable para los suyos
Dicho con todas las cautelas a las que obliga hablar de una organización político-criminal, ETA se encuentra en la trágica posición de alguien que está a punto de ahogarse pero se resiste a hacer el gesto necesario para salvarse. La imagen la aporta un profesional que militó largamente en Herri Batasuna. "Cuando una persona se está ahogando en esas circunstancias, si pretendes ayudarle, lo más probable es que te lleve con él al fondo", sentencia. Algo así le ha ocurrido al secretario general de ERC. Con el bombazo publicitario de la tregua espacial, ETA ha demostrado que Carod no sólo se equivocó en la forma acudiendo a la cita de Perpiñán, sino que erró sobre todo en el fondo, en confiar que el diálogo podía alterar la trayectoria histórica de la banda.
Sin embargo, hay quienes consideran que el formidable impacto mediático conseguido por la banda con una maniobra tan barata para ella es una victoria más que le arrastra inevitablemente hasta la derrota definitiva. No es la primera vez que ETA acude a estratagemas políticas para compensar o sustituir sus dificultades operativas, que se han agudizado hasta extremos sin parangón en los dos últimos años. "No confundamos astucia con fuerza. Lo que ha hecho ETA en Cataluña es una muestra de debilidad en todos los aspectos", afirma un ex responsable de la lucha antiterrorista. Y aconseja preguntarse por qué la banda se ve obligada a mostrar el señuelo de una tregua después de un annus
horribilis, 2003, en el que únicamente ha conseguido llevar a cabo tres asesinatos (el último en mayo), ha sufrido la detención de 187 militantes y colaboradores a ambos lados de la frontera y ha visto desmanteladas sus plataformas electorales.
Para comprender por qué ETA se agarró a la mano dispuesta de Carod hay que explicar que las fuerzas nacionalistas de Euskadi le han retirado cualquier crédito tras el fiasco de Lizarra, cuando la organización volvió a los atentados y a una de sus ofensivas criminales más crueles, después de haber conseguido llevar al nacionalismo a su terreno ideológico. El Pacto de Estella y la tregua de 1998 fue seguramente la última oportunidad que tuvo la organización de dar una salida, presentable para los suyos, a cuatro décadas de lucha armada. El acoso policial, judicial e internacional desarrollado por el Estado a partir de entonces, conjugado con la OPA política lanzada por el nacionalismo institucional desde una posición de paradójica resistencia al Gobierno del PP, han conducido a ETA y su mundo a un estado de agotamiento extremo. Al perder gran parte de su poder de intimidación se ha reducido al mínimo su capacidad de influencia en el seno del nacionalismo, y, al mismo tiempo, se ha quedado sin estrategia (en 1995 sustituyó la clásica de la negociación con el Estado por la del desbordamiento ensayado con Lizarra) y sin el instrumento electoral que pueda capitalizar sus resultados.
Hace apenas unos años hubiera sido impensable escuchar a un consejero de Interior del PNV afirmar que lo que queda de ETA "hay que abordarlo desde el punto de vista sólo policial". La opinión, expresada por Javier Balza el pasado mes de julio, aunque fue cuestionada por Xabier Arzalluz, ya es la oficial del partido, la del lehendakari Ibarretxe y la del nuevo presidente de su ejecutiva nacional, Josu Jon Imaz. "Los nacionalismos quedamos ya escarmentados de ETA con la ruptura de la tregua y lo que ha sucedido ahora con Carod nos vacuna para cualquier otra tentación de ese estilo", señala un miembro de la dirección del PNV.
Si la situación de ETA es precaria, la de su rama política adquiere rasgos catastróficos. Ilegalizada Batasuna y anuladas las candidaturas con las que intentó soslayar en las elecciones municipales y forales su muerte civil, la única expresión que pervive de ella es su grupo parlamentario en la Cámara de Vitoria -Sozialista Abertzaleak (SA)-. Pero esa presencia residual, que le ofrece un mínimo refugio, unos limitados recursos y una más amplia plataforma de expresión, tiene fecha de caducidad: un año como máximo. Su horizonte, si ETA no lo remedia, lo tiene ya dibujado en Navarra, donde Batasuna ha pasado de ser la fuerza nacionalista mayoritaria a la pura irrelevancia. Y lo peor no es haberse quedado sin cargos públicos, sino el riesgo de perder incluso el espacio político, que se disponen a ocupar el resto de formaciones nacionalistas (Aralar, EA y PN) agrupadas en la coalición Nafarroa Bai (Navarra sí).
"Lo verdaderamente indignante es ver y oír a quienes se dicen abertzales [patriotas] convencidos insistir en que no soportan nuestra lucha", escribía dolido el pasado jueves, en el diario Gara, el parlamentario de SA Jon Salaberria. El problema para el núcleo resistente de Batasuna consiste en que la salmodia de que "ETA sobra y estorba", entonada ritualmente por Ibarretxe y el PNV, comienza a ser interiorizada por los círculos menos militantes. El debate sobre la lucha armada en su seno cada vez se plantea más en términos de utilidad que de legitimidad, y la actuación de ETA en Cataluña puede acentuarlo. "Lo que ha sucedido con ERC puede llevar a gente de Batasuna a darse cuenta de que, efectivamente, la violencia es una rémora para el avance del independentismo", apunta un profesor de la Universidad del País Vasco que se define de la izquierda abertzale.
Aprisionados entre las estrategias -contradictorias en la doctrina, pero complementarias en los efectos- del Gobierno del PP y del nacionalismo gobernante, ETA y Batasuna se han convertido en actores prescindibles. Sus errores han producido una inversión de la metáfora del árbol y las nueces que se atribuye a Arzalluz. ETA y el Estado habrían intercambiado así sus papeles de agitador de nogal y de árbol zarandeado, aunque en ambos supuestos las nueces las recoja el PNV; antes, en forma de competencias estatutarias, y ahora, de votos de la ilegalizada Batasuna.
Los esfuerzos de ésta por evitar el
"apartheid", por utilizar su expresión, no han tenido ningún efecto, más allá de alguna palmada descomprometida en la espalda por parte del PNV, EA, Aralar o el sindicato nacionalista ELA. Todos rechazan la ilegalización, pero nadie está dispuesto a ir más allá ni rechaza beneficiarse electoralmente de ella. El Foro Nacional de Debate, un intento de reeditar los pasos previos al Pacto de Lizarra que Otegi y los suyos presentaron como el gran resorte de la izquierda abertzale para recuperar la iniciativa, no ha logrado salir apenas de ese ámbito.
Pero lo realmente significativo ha sido la displicencia con que las fuerzas nacionalistas han despachado la gran oferta que se sacó de la manga Batasuna el pasado 16 de diciembre en Bergara y que ETA quiso días después con un ofrecimiento que años atrás habría provocado un auténtico terremoto en Euskadi. La invitación solemne de Otegi a las fuerzas nacionalistas para concurrir a las elecciones generales del 14 de marzo en una candidatura conjunta para defender el derecho de autodeterminación ante el Estado español encontró una acogida más que gélida entre sus destinatarios. Sin embargo, el esperado caramelo que aportó ETA el 30 de diciembre, cinco días antes de entrevistarse con Carod Rovira en Perpiñán, no elevó un grado la temperatura, pese a afirmar en su comunicado que estaba dispuesta a "dar todos los pasos necesarios" para propiciar esa candidatura unitaria.
'No, gracias'
Se hacía así presente el señuelo de la nueva tregua que llevaba meses flotando en Euskadi, pero el impacto del comunicado de la banda fue mínimo. Joseba Egibar, especializado en explorar para su partido los estados de ánimo de ETA, oficializó el no, gracias al ofrecimiento, subrayando que el PNV no va a aceptar "procesos" tutelados por una organización carente de representatividad política. Tan sorprendente debió ser para la propia ETA el desapego con que se recibió su comunicado, que se vio impulsada a volver a enviarlo tal cual una semana después, por si no había sido entendido correctamente.
¿Ha sido la tregua anunciada en Cataluña un recurso ideado por la dirección política de ETA para remover las aguas en el País Vasco, más allá de sus efectos perturbadores en la política catalana y en la precampaña electoral? Es posible. Arnaldo Otegi, después de llevar semanas repitiendo su perplejidad porque el nacionalismo vasco desdeñe el alto el fuego condicionado que se le ofrece, estableció inmediatamente esa relación. El anunciado para Cataluña, dijo el dirigente de Batasuna, "no es más que la materialización de la voluntad expresada por ETA en su nota de prensa con respecto a la propuesta de Bergara, que ha sido rechazada aquí".
El recuerdo amargo del fin de Lizarra ha preservado a los partidos nacionalistas de Euskadi de los cantos de sirena de ETA que atrajeron a Carod Rovira.
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