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Reportaje:A SANTIAGO SIN PERDER DE VISTA EL MAR

790 kilómetros de paisajes sosegados

El verde Camino del Norte avanza por la costa entre Irún y Ribadesella

Paco Nadal

Cuántos caminos llevan a Santiago? Tantos como caminantes. Sólo que el peso de la historia y la fuerza de millones y millones de pisadas hicieron del Camino Francés por las llanuras navarro-riojanas y las planicies infinitas de Castilla y León la ruta más transitada, el camino oficial. Pero agazapados entre los pliegues de la cordillera cantábrica, ocultos entre las dehesas extremeñas o perdidos en los valles portugueses existen otros muchos caminos, una maraña de rutas jacobeas que conocieron desde la alta Edad Media el paso de peregrinos.

El más renombrado de estos segundones puede que sea el Camino del Norte, la traza peregrina que desde la frontera hispano-francesa de Irún se interna por toda la cornisa cantábrica, pegadita al mar y a los relieves caprichosos de la costa, para alcanzar Santiago, impregnada de olores a salitre y sonidos de gaviotas. Para algunos, éste podría ser incluso el camino más viejo a Compostela porque en los albores de la peregrinación, con la Península prácticamente en manos musulmanas y la inseguridad campando por los despoblados caminos, no había más alternativa que pegarse a la costa, viajar lo más al norte posible, buscando la seguridad de la intrincada cordillera.

Desde Irún, las flechas amarillas encaminan al monte Jaizquíbel y a la ría de Pasajes, el primer gran obstáculo natural de los muchos que quedan y que aún hoy, como hace siglos, se salva a bordo de una barca llena de achaques y melancolía
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Hoy está más que aceptado que el Camino del Norte fue de uso más tardío y de menor importancia en número de romeros que el francés debido a su extrema orografía y a la ausencia de grandes núcleos habitados hasta bien entrado el siglo XIV. Un escenario hostil que, sin embargo, ahora revierte en su favor pues se paga a gusto ese peaje de esfuerzo a cambio de recuperar la introspección que busca todo caminante y que la masificación del Camino Francés, por desgracia, impide. Gracias a los siglos vividos en el olvido se puede recobrar en él la agradable sensación de viajar en soledad y dedicar las fuerzas no a luchar por una plaza en un albergue, sino al pequeño placer de escuchar el silencio.

El Camino del Norte entra a la Península por el vado fronterizo del río Bidasoa, que curiosamente aún se llama puente de Santiago, primera referencia jacobea de una ruta de casi 800 kilómetros salpicada de ermitas dedicadas al apóstol, de vieiras talladas en pórticos y frontones y de evidencias del paso de viajeros impresas en una piedra, en un puente o en un topónimo. Desde Irún, las flechas amarillas encaminan al monte Jaizquíbel, y de allí, a la ría de Pasajes, el primer gran obstáculo natural de los muchos que quedan hasta Santiago y que hoy, como hace siglos, se salva a bordo de una barca llena de achaques y melancolía.

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En San Sebastián, la primera gran ciudad que atraviesa, hay pocas referencias santiaguistas y el caminante la cruza de puntillas, como si su mundo no fuera ése. Pero al llegar a la segunda gran urbe, Bilbao, la evidencia de las peregrinaciones empieza a hacerse manifiesta. La entrada se efectúa por la basílica de Begoña, la misma ruta y puerta por la que accedían a la villa los viajeros medievales, que lleva a la catedral, dedicada a Santiago y en la que se conserva el gran pórtico gótico bajo el que dormían los antiguos romeros.

Etapas agrestes

El paso del Camino del Norte por Euskadi va a provocar sensaciones encontradas. Por un lado está la pena de ver el abandono en el que se encuentra la ruta en esta comunidad, donde la señalización mediante carteles y flechas amarillas se mantiene gracias al esfuerzo anónimo de asociaciones de amigos del Camino, y no hay más hospitalidad ni albergues que la que brindan los monjes de la colegiata de Cenarruza. Por otro queda la delicia de disfrutar de algunas de las etapas más bellas y agrestes de toda la aventura a Compostela por el norte, a través de lo más recóndito de las montañas guipuzcoanas y de localidades marineras tan sugerentes como Getaria, Orio, Zumaia o Portugalete.

Por fortuna, conforme avanzan los pasos aumentan las facilidades. En Cantabria aparecen los primeros albergues de peregrinos, aún muy espaciados y de diversa condición, pero al menos el caminante empieza a sentir el consuelo de la compañía. La traza atraviesa toda Cantabria pegada a la línea de la costa, sin perder esa referencia infinita y azulada más que en contadas ocasiones, como cuando hay que vadear rías profundas que antiguamente contaban con barquero y que hoy, cuando ya nadie viaja a pie, sólo pueden vadearse dando enormes rodeos en busca del primer puente río arriba. Es el caso de la ría de la Arena, en la que durante siglos funcionó una barcaza cuyos propietarios eran la familia Calderón, los Calderón de la Barca, uno de cuyos miembros, Pedro, llegó a ser el mejor dramaturgo español del Siglo de Oro.

Pero Cantabria reserva a los peregrinos otros muchos momentos deliciosos, como la entrada a Santander en una pedreñera, la barca que une Somo con la capital y que evita dar un largo rodeo por el borde de la bahía; la travesía de Santillana del Mar y Comillas, villas cargadas de historia y edificios portentosos, o la visión a lo lejos de las cimas nevadas de los Picos de Europa, cuya cercanía anuncia la llegada de la ría de Tina Mayor. Y tras la desembocadura, Cantabria cede paso a Asturias y la peregrinación entra de lleno en un territorio íntimamente ligado a la tradición jacobea, algo que también se nota en el repentino aumento de albergues, los suficientes como para prever ya cada final de etapa en una cama y en una ducha caliente. Una comunidad en la que además vio la luz el prerrománico, el arte más genuino del Camino del Norte, como el románico lo es del Camino Francés, con iglesias tan sencillas y sublimes como las de Priesca o San Salvador de Valdediós, que guían la caminata hasta las puertas de Oviedo, la ciudad más jacobea de esta ruta costera.

La antigua Vetusta fue ella misma destino y no sólo escala de este movimiento migratorio que puso en los caminos medievales a buena parte de Europa. Desde la baja Edad Media, la peregrinación hasta la catedral de San Salvador, en Oviedo, en cuya cámara santa se conservan diversas reliquias sagradas, se convirtió en motivo de visita a la capital del reino astur. De ahí el dicho: "Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado, pero olvida a su Señor". Para muchos, ésta era una estación más en su peregrinar a Santiago de Compostela, pero otros incluso la fijaban como meta, caso de muchos reyes leoneses y castellanos, desde Fernando II de León hasta Alfonso XI de Castilla. Además, desde Oviedo partió la primera peregrinación reconocida como tal hacia la tumba del apóstol. Ocurrió en septiembre de 829, cuando el rey astur Alfonso II el Casto, informado de la aparición del sepulcro, puso en marcha a toda su corte y se trasladó hasta las colinas que hoy ocupa Compostela para comprobar personalmente la noticia. Por eso, al tramo entre Oviedo y Santiago se le conoce como el Camino Primitivo, pues éste, con toda certeza, sí puede considerarse el más viejo de los caminos compostelanos.

Por la vieja calzada

Para aquella aventura, el rey casto utilizó el camino de tierra que unía Asturias con Galicia desde época romana siguiendo la traza de una vieja calzada empedrada que pasaba por Grado, Salas, Tineo y Pola de Allande, para entrar en Galicia por A Fonsagrada y cruzar el Miño en Lugo. Exactamente la misma ruta que hoy siguen las flechas del Camino del Norte.

En Melide, el Camino Primitivo se une por fin al Francés y el torrente de viajeros que por él llega desde Roncesvalles nubla la paz y el sosiego que envuelven a quienes han peregrinado por la ruta del Norte. Pero casi no hay tiempo de pensar en ese pequeño contratiempo. El Pórtico de la Gloria queda a dos días de marcha y la inminencia de Santiago aviva la mecha del entusiasmo.

- Paco Nadal (Murcia, 1960) es autor de tres guías sobre los caminos a Santiago: El Camino de Santiago a pie, La ruta de la Plata a pie y en bicicleta y El Camino de Santiago del Norte (las tres en El País-Aguilar).

Dos niños se dejan retratar caricaturizados de peregrinos en las calles de Santiago de Compostela.
Dos niños se dejan retratar caricaturizados de peregrinos en las calles de Santiago de Compostela.JOAN COSTA

ALGUNAS ALTERNATIVAS

Caminos a Santiago hubo muchos. Además de las rutas principales se están rehabilitando y abriendo otras sendas menos conocidas, pero que también fueron utilizadas por los peregrinos medievales.

La Vía de la Plata

También llamado camino mozárabe, aprovecha la traza de una antigua calzada romana, la Vía de la Plata, que unía los puertos de Cádiz y Sevilla con Astorga a través de Extremadura. Pasa por Mérida, Cáceres, Salamanca y Zamora. Es la tercera gran ruta, tanto por kilómetros como por número de albergues, infraestructura para el caminante y asociaciones de amigos del Camino. En Astorga se une al Camino Francés.

Camino Inglés

Une los puertos de A Coruña y Ferrol con Santiago, y fue utilizado, en su mayoría, por peregrinos de las islas Británicas y de otros puertos del norte de Europa que tenían dinero para poder costearse la travesía en barco. De ellos ha quedado constancia en los numerosos permisos colectivos emitidos por la Corona inglesa para peregrinaciones de grupos en barco desde puertos del sur de la isla, emitidos entre los siglos XIV y XV, y que sólo en el año jacobeo de 1434 ascendieron a 2.310 viajeros. Famosa fue también la peregrinación de Matilde, la hija del rey Enrique I de Inglaterra, que llegó en 1125 al puerto de A Coruña después de enviudar del emperador alemán Enrique V.

Camino Portugués

La vinculación jacobea del país vecino se manifiesta en las muchas iglesias dedicadas al apóstol y en los archivos históricos que hablan de peregrinos anónimos y también famosos, como los monarcas Sancho III, Alfonso III, Dom Manuel el Afortunado o Doña Isabel, su Rainha Santa, que cumplieron peregrinación a Santiago. En realidad hay dos caminos que atraviesan Portugal de sur a norte. Uno va por el interior y pasa por Vila Real y Chaves para entrar en Galicia por Verín y Ourense. El más occidental y conocido parte de Lisboa, asciende el Tajo hasta Santarem y de allí sigue hacia el gran monasterio de Tomar, Coimbra, Porto y Vila do Conde.

Camino de Fisterra

He aquí el único camino de Santiago que no termina en Compostela, sino que empieza en ella. Desde tiempos inmemoriales, muchos peregrinos, tras rezar y descansar en Santiago, seguían hasta el extremo occidental de la tierra conocida hasta aquellos momentos, el cabo de Finisterre, para visitar al Santo Cristo de Fisterra y el santuario de A Barca, en Muxía. Así lo siguen haciendo muchos caminantes, que, como sus antecesores, también cumplen el ritual de quemar sus ropas gastadas frente al océano.

Camino de Álava

Históricamente, la principal ruta comercial que unía Francia con el centro de la Península entraba por Irún, desde donde seguía por el túnel de San Adrián hacia Álava para bajar a Burgos. Los peregrinos que llegaban por la costa francesa la utilizaban para unirse en Burgos al Camino Francés.

Desde Madrid, Cataluña, Soria...

Diversas asociaciones de amigos del Camino han ido abriendo rutas más o menos imaginativas desde los cuatro confines del país (desde Madrid, Cataluña, por el valle del Ebro, desde Soria...). La Federación de Asociaciones de Amigos del Camino (www.caminosantiago.org) tiene información sobre todos estos itinerarios menores.

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