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Reportaje:MÚSICA

Kagel, por donde sopla el viento

Es difícil clasificar a Mauricio Kagel. "El mejor compositor europeo que conozco es argentino", decía Cage. Pero, tras pasar 47 años en Alemania de los 73 que tiene, sería temerario hacer de su pasaporte tema de discusión. No es la geografía el elemento determinante de su complicada adscripción. Cuando Kagel llega a Colonia en 1957, desde su Argentina natal, el pastel del serialismo estaba ya muy repartido y los segundos invitados a la fiesta de la vanguardia buscaban restos del banquete en las bandejas de la electroacústica, el formalismo matemático o la obra abierta. Kagel apostó por la trashumancia, y con tanto brillo que apenas hay fórmulas musicales en el final del siglo recién transcurrido que no hayan sido degustadas por él. Sería, sin embargo, arriesgado hacer de él un posmodernista avant la lettre. Y es que aquel joven músico no desdeñó entonces, ni lo ha hecho nunca, las disciplinas de escritura que tantos informalistas musicales posteriores han despreciado sin practicarlas o conocerlas bien.

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Kagel ha transitado por el teatro musical antes que nadie, es decir, por la experiencia del teatro musical entendido como consecuencia última del gesto que emana de la dificultad de la escritura musical de la vanguardia. También aprendió a dialogar con la sacrosanta tradición (centroeuropea) sacándole la lengua, pero sin afanes destructivos. Fue de los primeros (siempre es delicado decir el primero) que supo valorar la importancia de lo paramusical: el cine, la radio, la escena, las variedades, el circo... pero concebidos no como muletas sino en clave musical. Ha realizado, por ejemplo, más de veinte películas de las que es legendaria su Ludwig van, cinta en la que el gran sordo aparece como un jeroglífico cultural de problemática resolución. Y es que, ya se tratase de Beethoven, Bach o Brahms, Kagel siempre ha señalado con lucidez que estas obras, fuera de su fácil digestión derivada de un consumo acrítico, representaban imposibilidades culturales desde una mirada radicalmente actual (sobre todo actual en los años sesenta y setenta).

Quizá como fruto de ello, el

germano-argentino ha disfrutado manipulando lenguajes, sin rechazar la recuperación de la tonalidad, o con sus insólitas obras para instrumentos especiales, como, por ejemplo, los del Renacimiento. Pero lo que mejor describe el deambular de Kagel es su inclinación a no quedarse nunca en ningún sitio. Para él, tras la crisis de mediados del siglo XX, la música sólo podía ser un atlas sin fronteras en el que -parafraseando a Pascal- "el centro estuviera en todas partes y la circunferencia en ninguna". Así, por ejemplo, una escritura musical tensa y detallista podía sugerirle su prolongación en los gestos de un match de boxeo, o un espectáculo de contorsionistas le llevaba directamente a estructuras musicales. O si una obra, surgida por una especie de feed-back de la memoria realimentado por otra del pasado, le dictaba al oído un runruneo romántico o barroco, la siguiente destilaba la pureza austera de la vanguardia intransigente, aunque siempre con inconfundibles puntos de ternura. Pocos creadores, en suma, han intuido un mundo tan variado y tentacular en el planeta música en aquellos años de acero en los que el joven argentino de 26 años aterrizaba en el corazón de la culpabilidad europea disfrazada de aséptico formalismo.

Otra apuesta duradera del

músico, frente a esa gran movilidad estética y de la sensibilidad, ha sido su fidelidad a la ciudad alemana de Colonia. Allí ha vivido, trabajado, dirigido instituciones de toda índole, enseñado y ha terminado por definir su paisaje. Por ello no tiene nada de raro que una de las más jóvenes y dinámicas instituciones musicales de la ciudad haya apostado por incorporarle a su retrato de grupo. Se trata del Ensemble MusikFabrik, dirigido por un dinámico Thomas Fischer que hace más de un lustro aún velaba sus armas en el célebre Ensemble Modern y al que ahora hace una vibrante competencia que ha llevado a sugerir a quienes siguen la musculosa vida musical contemporánea alemana que, quizá, ha llegado la hora del relevo en la cabeza de las formaciones excelentes de la locomotora musical europea.

MusikFabrik desarrolla envidiables temporadas musicales por las que en el pasado año han pasado algunos nombres españoles (Mauricio Sotelo o Sánchez Verdú) junto a los grandes del panorama europeo.

Éste es el grupo que, con Kagel como bandera, se presenta en Andalucía por primera vez en unas temporadas musicales que han convertido la mirada al sur en acto imprescindible de quienes no se resignan a que nuestro país siga siendo pariente pobre en la vida musical contemporánea. Y si de mirar se trata, pocas obras son más adecuadas que el ciclo La rosa de los vientos, un conjunto de ocho piezas, compuestas entre 1988 y 1994, y escritas para lo que el autor denomina orquesta de salón. Cada una de las ocho está dedicada a uno de los puntos cardinales y a sus intermedios. De este amplio ciclo, la sesión andaluza que brinda MusikFabrik recoge seis. Estas miradas son para Kagel un pretexto para armar un recorrido por un folclore imaginario que, una vez más, nos habla de las inquietudes de su autor por recomponer un mundo sonoro a escala humana. Esto es lo que van a escuchar en Sevilla y Granada, con el lujo añadido de la presencia de su autor que, cómo no, ha cedido al irresistible señuelo de dos ciudades cuya mágica reputación debe resonar en el imaginario de todo viajero.

El compositor germano-argentino Mauricio Kagel.
El compositor germano-argentino Mauricio Kagel.

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