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Entrevista:Juli Capella | ARQUITECTURA

"Los centros de ocio son la plaza del pueblo del siglo XXI"

Anatxu Zabalbeascoa

El aspecto de Juli Capella (Barcelona, 1960) ha cambiado mucho desde que, hace más de dos décadas, comenzara a hablar de diseño en las páginas de una revista que llevaba precisamente ese nombre. Posiblemente también haya cambiado su gusto, su ambición y, naturalmente, su urgencia por realizar proyectos. Pero buena parte de aquella vehemencia casi ingenua se mantiene intacta. "Un poco de todo, nada bien del todo", se titula el manuscrito en el que va anotando sus ideas. Con festivales, exposiciones, proyectos, fracasos, libros, revistas, empresas y edificios a su espalda, Capella sigue defendiendo que casi todo está por hacer.

PREGUNTA. En el ámbito del diseño español ha hecho de todo: de pionero a divulgador, y de crítico a artífice. Sin embargo, siempre ha mantenido la ambición de llegar hasta la arquitectura. ¿Por qué?

"La diferencia crucial es pasar de la palabra ocio a entretenimiento. El ocio es algo pasivo, negativo, mientras el entretenimiento exige interacción"

RESPUESTA. Porque quería ser arquitecto. Mientras estudiaba, sabía que nadie me iba a encargar nada porque yo nací en el barrio chino y no tenía ningún familiar que se hubiera hecho ni la reforma del baño. Creí que nunca llegaría a construir. La prueba es que hice el proyecto final de carrera cuando tuve una obra. Con él gané el primer premio de Dragados, 600.000 pesetas, y traté de devolvérselo a la empresa a cambio de que me encargasen algo. Yo quería construir, aunque fuera una caseta de perro. Ellos se rieron, pero yo seguí sin encargos. Con el diseño me entrenaba. Aprendía publicando artículos. Visitaba obras de otros, escribía sobre ellas.

P. Desde hace seis años las cosas han cambiado. Ha empezado a hacer arquitectura.

R. Y, naturalmente, he cambiado mi actitud, que era arrogantemente ingenua. Ahora me avergüenzo de cómo juzgué la obra de otros. He rebajado mucho mi umbral de exigencia. Me he dado cuenta de que poner un ladrillo sobre otro o conseguir un permiso de obras ya es un trabajo admirable. Sigo defendiendo una arquitectura de calidad, pero mi rasero es más benévolo.

P. ¿Cree tan importante el diseño de un cenicero como el de una casa?

R. Lo he creído siempre y lo creo más que nunca. Todo lo que es diseño precisa los mismos pasos: una idea, un dibujo -planos para comunicar la idea- y su fabricación o construcción. Si no existe este proceso completo no se da ni el diseño ni la arquitectura. Las ideas que no se pueden construir no son arquitectura. De la cucharita a la ciudad todo precisa el mismo proceso, y es ese proceso lo que distingue la calidad de los arquitectos. Los hay con grandes ideas, grandes dibujantes o grandes gestores, pero aunar todas las características en uno es más difícil.

P. ¿La arquitectura delata cuál es el fuerte de un creador o todos los argumentos se confunden al final?

R. Se mezclan, pero se puede distinguir la fuerza de un proyecto. Si la idea no es buena es muy difícil hacer un buen edificio. Y hay que dibujar miles de planos para conseguir que un detalle quede bien. Ahora, aunque todo sea lo mismo, he descubierto que a la que puedes hacer un edificio te importa un pito hacer un lápiz.

P. ¿Y cómo cambia el enfoque reconocer esa prioridad?

R. Dejas de prestar importancia a lo menos relevante. En lugar de diseñar hasta los tiradores eliges uno que exista en el mercado. Te haces más práctico. Moneo me lo dijo claro. Él resuelve cuatro frentes para no estropear su arquitectura. En un auditorio, por ejemplo, es lógico hacer las sillas porque es lo que más se ve, pero combinar diseños propios con ajenos es un signo de progreso como arquitecto.

P. Hasta ahora la arquitectura que ha hecho, centros de ocio alejados de las ciudades, es atípica en España.

R. Esos encargos me llegaron porque había hecho el interiorismo para algunas discotecas. Me llamaron de Murcia con un solar en el que querían hacer algo. Y todos, cliente, constructor y yo mismo dibujamos un programa inédito: aprovechar el clima y los hábitos españoles, concentrarlos y evitar el problema en los centros urbanos. Los centros de nuestras ciudades estaban plagados de bares, restaurantes y cines. La gente deambulaba por la calle gritando y los vecinos no lograban dormir. La solución fue concentrar esa oferta. Cerrarse al exterior y amontonar terrazas, construir paseos y zonas de ocio sobre un gran aparcamiento. Creo que aquello fue un invento. Hoy sigue siendo el único centro de ocio urbano que no se cierra. Es parte de la ciudad, funciona sin vallas, es un espacio público. Los centros de ocio son la plaza del pueblo del siglo XXI.

P. Los centros comerciales han recibido ya ese título como crítica. Se les acusaba de ser no-lugares, espacios colectivos para uso individual, pensados para el consumo y no para la comunicación.

R. Porque son ratoneras para consumir. Su aspecto posmoderno y barato es una arquitectura importada. Diagonal Mar, en Barcelona, es un modelo levantado no una sino varias veces en Estados Unidos. Me duele que un ayuntamiento cuidadoso lo haya aprobado. Yo traté de huir de todo eso. Para empezar, mis centros no son espacios cerrados, son calles conectadas a la calle. Pueden gustar o no, pero he tratado de emplear colores que no ofendieran, de sustituir la iglesia por los cines, de sembrarlos de tiendecitas, de que hubiera una farmacia abierta todo el día... La diferencia crucial es pasar de la palabra ocio a entretenimiento. El ocio es algo pasivo y por tanto negativo, mientras el entretenimiento exige interacción: uno puede pasear, orientarse, tomar decisiones y pensar lo que quiere hacer con el espacio.

P. Públicamente es un profesional tan entusiasta como crítico. Ahora que se han generalizado las dudas, cuando no las críticas, hacia el Fórum 2004, usted se mantiene en su defensa.

R. Soy entusiasta por convicción. Eso tiene riesgos y ventajas. Reconozco que a veces he metido la pata con personas o con proyectos, pero es mi naturaleza. Soy crítico con la mala calidad en la construcción de viviendas o con el vedetismo de los arquitectos, que me parece algo provinciano. No participo en el Fórum, pero le tengo simpatía, al contrario que me sucede con los Juegos Olímpicos. Dedicar un acontecimiento a la cultura, la paz, la sostenibilidad y la globalización me parece necesario y oportuno. También me gusta que sea la primera vez que esto ocurre. Me parecen más dignas de apoyo las cosas que inician algo que las aposentadas. Aprecio la invención y el riesgo.

P. Urbanísticamente ¿definirá la nueva Barcelona?

R. Es un experimento que había que hacer. Y ha habido una buena batuta, la de Acebillo. Más allá, los seleccionados son buenos, pero juntar a grandes celebridades es un poco chirriante. No creo en el concentrado de genios sino en el genio disperso. Tengo otra opinión respecto al acontecimiento, que me parece poco claro y mal comunicado. Se perderá mucho dinero y, me temo, será un fracaso. Con todo, se ganará espacio público, y eso es bueno para el ciudadano.

P. Nunca había construido en la ciudad y ahora levanta un hotel en el corazón del Ensanche barcelonés.

R. Dentro o fuera de la ciudad el arquitecto siempre tiene una responsabilidad social. Ante un diseñador de moda, o de sillas, hay que cerrar la boca. Si te gusta la silla te la compras, si no, no. Pero el arquitecto tiene la obligación de recibir la crítica de la gente, asumirla y aplicarla. Los edificios cambian la vida de los ciudadanos y la faz de las ciudades. Uno nunca puede, ni debe, escapar a eso.

P. Pero hay muy buenos arquitectos con nula preocupación social.

R. A mí me interesa mucho más la política que la arquitectura. Aunque me apasione el diseño, lo tiraría todo por la borda si con mi trabajo pudiera hacer alguna función social con garantías. Lo social es todo. Y no soy ingenuo, al hacer arquitectura haces política. Me he conformado con poder dormir con la conciencia tranquila.

P. Haciendo centros de ocio eso puede sonar demagógico.

R. Todo se puede pensar socialmente. Creo que con el centro de ocio Heron City he hecho más por el barrio que si hubiera construido vivienda social.

P. ¿Se ve como político?

R. Me asquea la vida política. Lo he vivido de cerca desde cargos en instituciones y me repele. Barcelona es una ciudad bonita y ¿en qué la están convirtiendo los políticos? En un gueto para turistas, ricos y viejos. Los precios de los pisos echan a los jóvenes. ¿Y qué ciudad quedará, sin niños, sin jóvenes? Y además ¿a quién votarán los que queden? Pues a la derecha...

RAFAEL VARGAS

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