Paz y amor
¿Cómo calibrar el chorro de bondad purísima que fluye de mi corazón?
No es tarea fácil. Digamos que mi entrega desinteresada a la causa de la hermandad universal es muy superior a la de Mahatma Ghandi aunque, obviamente, inferior a la de Carod Rovira.
Vivo por y para la paz del mundo, hasta el punto de que llevo una paloma tatuada en... un lugar del cuerpo. Y así voy flotando por la ciudad, con mi bagaje de amor incandescente a flor de piel, canturreando villancicos.
Al llegar a la plaza del Pi me detengo frente al escaparate de Ganiveteria Roca. Mientras recorro las hileras de navajas, primorosamente ordenadas de mayor a menor, mis ojos empiezan a girar como tómbolas, al tiempo que la sangre se me encabrita con fervor abismal.
En Ganiveteria Roca se pueden encontrar hasta 9.000 utensilios cortantes, desde las clásicas navajas de afeitar a las tijeras más especializadas
En un tris dejo atrás el reino del arco iris y me lanzo al cuello de un bisonte prehistórico. Lo degüello, lo desollo y me lo como crudo. Luego me cubro con su piel ensangrentada y me alejo silbando, daga en mano.
La mera visión de una fantástica colección de navajas remueve con facilidad, en mi caso, las delgadas capas de civilización que me separan del eslabón perdido. Esos frágiles cimientos se volatilizan al instante con solo contemplar un buen despliegue de cuchillos.
Le lanzo esa inquietud a Sebastià Serrano, gerente de esta tienda emblemática de Barcelona, fundada en 1911. ¿Soy el único que se excita (de esa manera que emparenta al sexo con la violencia) al acariciar con la vista los productos aquí expuestos?
El hombre ríe, condescendiente, y me tranquiliza. "La fascinación por estos objetos está muy generalizada. La navaja tiene un componente mágico, con diferentes connotaciones según las culturas. En Marruecos no se puede regalar una navaja a un amigo porque dicen que corta la amistad. Soy de fuera de Barcelona y de pequeño, cuando venía con mis padres, siempre me escapaba para ver este mismo escaparate. De todos mis viajes vuelvo con alguna navaja hecha por los artesanos locales".
Mi interlocutor es licenciado en Matemáticas, aunque nunca ha ejercido como tal. En cambio ha sido -durante ocho años- guía de montaña. Supongo que entonces llevaría consigo la clásica suiza multiusos, aquellas que tienen hasta una lupa con la que encender un fuego en caso de extravío y peligro de congelamiento.
"Pues no. Lo ideal es una navaja pequeña, liviana y de muy buena calidad. Si tengo que hacer fuego uso el cristal de las gafas. Aunque lo mejor es llevar mechero y cerillas de repuesto, para qué engañarnos".
En Ganiveteria Roca se pueden encontrar hasta 9.000 instrumentos cortantes, desde las clásicas navajas de afeitar a las tijeras más especializadas. El producto que más se despacha es el cuchillo de cocina, claro. Los puñales que brillan tras las capas sólo se encuentran ya en las novelas de Arturo Pérez Reverte.
Sin embargo, que sepan los románticos, los amantes de la aventura, que la mitad de las navajas que venden son de coleccionismo. Las Laguiole, por ejemplo, son unas navajas francesas muy buscadas por los iniciados en estas lides. Curiosamente, hay clientes franceses que vienen a comprarlas a Roca, ya que aquí disponen de más modelos que muchas cuchillerías galas.
¿Busca usted una Laguiole con el mango de mamut fosilizado y la hoja damasquinada? ¿Cómo ha podido vivir hasta ahora sin ella? ¿Qué son mil euritos de nada? En Roca hay unas cuantas para elegir, cada una con su correspondiente certificado.
Ningún atracador se ha atrevido a asaltar esta tienda. Podría haber, en ese momento, un lanzador de cuchillos entre la distinguida clientela. Para un profesional de ese ramo, amenazar a Roca sería como mentarle a la madre. Los ladrones, prudentes, se abstienen.
Expongo mi pequeña Chamaco, que llevo siempre en el monedero, al escrutinio del mentado Serrano y de Lluis Torrente, empleado de la firma desde hace años, responsable de la tienda y el taller y autor de los magníficos y magnéticos escaparates. Noto que intentan no ofenderme. "Sencillita, no está mal, lleva bloqueo interno...". En fin, la culpa es mía por preguntar.
Me cuentan que en Francia todavía hay muchos señores que llevan su navaja al restaurante. Cada hombre tiene la suya propia. Quizá no en el centro de París, tal vez en medios más rurales, pero la tradición se mantiene. Si es necesario cambian las hojas, pero mantienen las cachas, probablemente pasadas de padres a hijos.
Roca es una cuchillería en la que se saca número. La gente hace cola. Hay sillas muy señoriales para aliviar la espera y no es raro ver en ellas a alguna señora tejiendo calceta. Muchos clientes vienen en épocas navideñas sin saber exactamente qué comprar. Confían en que aquí se les recomendará un instrumento sólido y atractivo, ajustado a su presupuesto.
No hay otro establecimiento en el mundo que venda más navajas de afeitar, el producto por excelencia de Ganiveteria Roca. El kit se completa con el cuero de afilar y la brocha, que ha de ser, para contentar al caballero exigente, de pelo de tejón. Una vez alguien pidió un cuchillo pastelero que al cortar la tarta canta el Happy birthday. ¡Pero, por favor! Por supuesto que en Roca no venden esas chorradas.
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