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¿Es EE UU un imperio?

Joseph S. Nye

Hace tres décadas, la izquierda radical usaba el término "imperio estadounidense" como epíteto. Ahora, el mismo término ha salido del armario: analistas de la izquierda y la derecha lo usan para explicar -si no guiar- la política exterior estadounidense. En muchos aspectos, la metáfora del imperio resulta seductora. El Ejército estadounidense tiene alcance global, con bases en todo el mundo, y sus comandantes regionales actúan a veces como procónsules. El inglés es una lengua franca como el latín. La economía de Estados Unidos es la mayor del mundo y su cultura ejerce de imán. Pero es un error confundir primacía con imperio. Ciertamente, Estados Unidos no es un imperio al estilo de los imperios europeos que conocemos de los siglos XIX y XX, porque la característica básica del imperialismo era el poder político. Aunque sin duda se dan relaciones desiguales entre Estados Unidos y los países más débiles, el término "imperial" no sólo es inexacto, sino también equívoco, ya que no se da un control político formal.

Ciertamente, Estados Unidos tiene ahora más recursos de poder en comparación con otros países de los que tenía Gran Bretaña en el punto culminante de su imperio. Pero Estados Unidos tiene menos poder -en el sentido de control sobre la conducta interna de otros países- que Gran Bretaña cuando controlaba la cuarta parte del planeta. Por ejemplo, los funcionarios británicos controlaban los colegios, los impuestos, las leyes y las elecciones en Kenia, por no mencionar sus relaciones exteriores. Estados Unidos no tiene ese control hoy en día. En 2003, ni siquiera consiguió que México y Chile votaran a favor de una segunda resolución sobre Irak en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Los partidarios del nuevo imperialismo me dirán que no sea tan literal. Al fin y al cabo, lo de "imperio" es meramente una metáfora. Pero el problema de la metáfora es que supone un grado irrealista de control estadounidense y que refuerza las grandes tentaciones de unilateralismo que predominan en el Congreso estadounidense y en partes del Gobierno de Bush.

En la era de la información global, el poder estratégico no está tan altamente concentrado. Por el contrario, se distribuye entre países siguiendo un patrón que recuerda una compleja partida tridimensional de ajedrez. En el tablero superior encontramos un poder militar principalmente unipolar, pero en el tablero económico, Estados Unidos no es una potencia hegemónica ni un imperio, sino que debe negociar de igual a igual cuando, por ejemplo, Europa actúa de manera unificada. En el tablero inferior, compuesto por las relaciones transnacionales, el poder está caóticamente disperso, y no tiene sentido usar términos tradicionales como unipolaridad, hegemonía o imperio estadounidense.

Por consiguiente, quienes recomiendan a Estados Unidos que asuma una política exterior imperial basada en las tradicionales descripciones militares del poder estadounidense se equivocan lamentablemente. En una partida tridimensional, perderíamos si nos centráramos sólo en un tablero y no nos fijásemos en los demás y en las conexiones verticales que existen entre ellos. Como prueba de ello, las conexiones que se dan en la guerra contra el terrorismo entre las acciones militares del tablero superior, donde Estados Unidos derrocó al tirano de Irak, pero simultáneamente, en el tablero transnacional inferior, aumentó la capacidad de Al Qaeda para reclutar nuevos acólitos. Estas cuestiones representan el lado oscuro de la globalización. Son inherentemente multilaterales y es imprescindible cooperar para solucionarlas. De modo que describir a Estados Unidos como un imperio significa no captar la verdadera naturaleza de las dificultades a las que se enfrenta Estados Unidos en política exterior.

Los que fomentan la idea de un imperio estadounidense también malinterpretan la naturaleza oculta de la opinión pública y las instituciones estadounidenses. ¿Tolerará la opinión pública estadounidense un papel imperial? Neoconservadores como Max Boot sostienen que Estados Unidos debería proporcionar a los países con problemas el tipo de administración extranjera ilustrada que en otro tiempo proporcionaron los confiados ingleses con sus salacots. Pero, como señala el historiador británico Niall Ferguson, el Estados Unidos actual difiere de la Gran Bretaña del siglo XIX en su "marco temporal crónicamente corto". Estados Unidos estuvo brevemente tentado de ejercer un imperialismo real cuando se alzó como potencia mundial hace un siglo, pero el interludio de imperio formal no duró mucho. Al contrario que para los británicos, el imperialismo nunca ha sido una experiencia cómoda para los estadounidenses, y sólo una parte reducida de sus ocupaciones militares condujo directamente al establecimiento de democracias.

El imperio estadounidense no está limitado por la economía: Estados Unidos dedicó un porcentaje mucho más elevado de su PIB a gasto militar durante la guerra fría que el que dedica en la actualidad. Su extralimitación imperial provendrá en cambio de tener que patrullar más países periféricos de los que la opinión pública estadounidense está dispuesta a aceptar. De hecho, las encuestas de opinión en Estados Unidos muestran poca atracción popular por el imperio y un apoyo continuado al multilateralismo y al uso de Naciones Unidas. Michael Ignatieff, un canadiense partidario de la metáfora imperial, la matiza refiriéndose al papel de Estados Unidos en el mundo como un "imperio light". De hecho, sería mejor denominar infralimitación imperial al problema de crear un imperio estadounidense. Ni el público ni el Congreso estadounidense se han mostrado dispuestos a invertir seriamente en instrumentos de construcción de nación y gobierno, en comparación con la fuerza militar. De hecho, todo el presupuesto del Departamento de Estado asciende sólo al 1% del presupuesto federal. Estados Unidos gasta casi 17 veces más en su ejército, y hay pocos indicios de que esto vaya a cambiar pronto. Por consiguiente, Estados Unidos debería evitar la equívoca metáfora del imperio como guía para su política exterior. El imperio no va a ayudar al país a comprender y solucionar las dificultades a las que se enfrenta en la era de la información global del siglo XXI.

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