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Columna
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Vizcaíno en Alemania

¿Son los versos originales de Ausiàs March como los utensilios de labranza de antaño, conservados en la vitrina de una museo etnológico? En los museos etnológicos recuerda el visitante ocasionalmente lo que era el celemín, la reja del arado, la piedra del molino y el refajo que se encorsetaba la bisabuela los días de fiesta. Y loable es la tarea del munícipe que se preocupa por conservarlos. Ausiàs March no tiene edil, consejero o presidente autonómico que se preocupe por sus versos ni por el valenciano en que los escribió. Y está constatado que somos gente de escasa lectura, y que esa lectura es todavía más minoritaria si de poesía se habla. Existe, claro, el problema añadido de lo inusual del lenguaje poético -aunque Lorca afirmase que no era tal-, y el dislate de la práctica desaparición de la literatura en los planes de estudio, realizada en nombre de Dios sabe qué modernidad pedagógica. A pesar de todo ellos les cobles croades y los cantos del poeta de La Safor están siempre ahí, en la lengua en que los escribió; forman parte del importantísimo patrimonio valenciano vivo, que algunos quisieran desaparecido o, como mucho, recordar de vez en cuando en el museo de lo anecdótico y etnológico, de lo desaparecido y muerto. Pero el poeta Ausiàs March seguirá vivo mientras siga vivo el valenciano de sus versos. Y el valenciano del vate de Gandia, aun con ciertos medievalismos o arcaísmos gramaticales, es un lengua a la que accede el lector con facilidad. Joan Fuster, que publicó unos cuantos poemas de March en un valenciano actualizado, indicó que su versión moderna era antipoética, y que el esfuerzo que podía suponer leer el original, tenía su recompensa. Es una cuestión de voluntad y esfuerzo, como voluntad y esfuerzo se necesita para mantener el patrimonio de un bosque vivo o una edificación gótica bien conservada. Poco parece que importe esa cuestión aquí. Porque aquí se enchufa el televisor para recrearse, finalizado el trabajo cotidiano, en los versos, la figura y la lengua de March, y hay que apagarlo al instante de pura vergüenza o pena, que tanto da. Un Ausiàs March en la televisión valenciana, en su tierra y sin su lengua, es cualquier cosa menos Ausiàs March. Es la muerte civil del poeta y es, por ejemplo, la prueba más evidente de la política cultural de la actual clase dirigente a la que le molesta, incluso, que March escribiese en valenciano. Y eso es así en la realidad, a pesar de toda la palabrería en defensa de lo autóctono con la que esa clase dirigente quiere enmarañar la realidad de su ideología y de sus actuaciones: no tenemos una derecha moderna ni respetuosa con la pluralidad de los pueblos hispanos. En el mejor de los casos quieren al poeta en un museo etnológico. Y quienes disienten ante el disparatado trato al valenciano de la derecha dirigente con bastón de mando en medios de comunicación autonómicos, pueden sentirse impotentes, como el vizcaíno enfermo y paralítico que en Alemania intenta, por señas, indicarle a los médicos sus males, pero no logra comunicarse. La comparación o símil aparece en uno de los cantos de Ausiàs March y gira en torno al amor: sólo la amada puede llegar al amador poeta y ayudarle, como el médico ayuda al enfermo si entiende su lengua. Esos disidentes tienen en alta estima la lengua original de March. La derecha gobernante no le tiene tal estima: la quiere en un museo etnológico. Ese es aquí un lamentable mal al cual, con palabras del poeta, remei no li pot dar metge del món.

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