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EQUIPAJE DE BOLSILLO
Columna
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Crítica y negación

LAS ABUNDANTES Notas sobre literatura que recoge este volumen 11 de la Obra Completa de Adorno dan cuenta de la intensa actividad que como crítico literario desarrolló este autor tras su regreso a Alemania, en 1949. Han quedado para otro volumen algunos ensayos fundamentales sobre asuntos también literarios, en especial los reunidos por Adorno en Prismas (1955). Y entre éstos, muy particularmente, el ensayo titulado La crítica de la cultura y la sociedad, de 1949, todo un programa de cómo enfrentar las paradojas a que se ve actualmente sometida la actividad del crítico cultural.

Los atisbos que en este ensayo fundamental tienen lugar alentaron durante años el propósito, por parte de Adorno, de ocuparse particularmente y en profundidad de la crisis de la crítica literaria. Propósito que se subsumió, finalmente, en otros de alcances más generales, pero que en el camino halló una pasajera concreción en el texto de una conferencia dictada en 1952 en la Radio Bávara bajo el título Sobre la crisis de la crítica literaria; texto que se recoge en el apéndice de este volumen 11 de la Obra Completa y que constituye, en cierto modo, una de sus claves de bóveda.

Comienza Adorno por constatar "el decaimiento de la crítica literaria" en la Alemania de la posguerra y denuncia hasta qué extremo, aun habiéndose desintegrado la autoridad fascista, "ha quedado el respeto por lo establecido, reconocido y lo bastante inflado".

Para Adorno, la crítica, en su mayor parte, se limita en la actualidad "a una especie de información elevada"; tiende a "operar con clichés lingüísticos prefabricados" y, en general, se resiente del miedo que produce cualquier asomo de negatividad, "como si pudiera recordar lo harto negativo de la vida", y no se reparara en que precisamente la negación constituye para la cultura "el fermento de su propia verdad".

La crisis de la crítica remite, según Adorno, "a la constitución global de toda la existencia en la actualidad". "Por una parte, se ha venido abajo cualquier fuerza establecida de la tradición en la que la crítica, aunque sea para contradecirla, pudiera basarse. Por otra, la sensación dominante de impotencia paraliza aquellos impulsos que pudieran conferir su energía a la crítica... A la vista de un estado de consciencia al mismo tiempo desordenado y epigonal, la crítica carece de la posibilidad objetiva de un despegue. La falta de autenticidad, la vaciedad de que, por más esfuerzos que se hagan, adolecen hoy día todos los productos literarios; el barrunto de la irrelevancia de lo que hoy día se sigue practicando bajo el nombre de cultura a la sombra de las fuerzas reales de la historia, no dejan que aflore esa seriedad de que ha de menester la crítica literaria".

Y aquí añade Adorno una de esas enormidades que suelen provocar el pasmo de unos y el pitorreo de otros: "Esta seriedad sólo tiene poder en la medida en que toda frase, acertada o desacertada, tiene algo que ver con el destino de la humanidad".

Antes de reprobar la solemnidad y aparente soberbia de una frase como ésta, conviene tener muy presente la cáustica ironía de la que Adorno hace gala en otros lugares, y pensar que lo que aquí suena a exageración tal vez no lo sea tanto. Pues, si no tiene nada que ver con el destino de la humanidad, por grandilocuente que suene decirlo así, ¿en dónde encuentra su legitimación la crítica?

No, desde luego, en el papel de "chinche pagada y honrada" que le concede una cultura colonizada por el lenguaje mercantil, en la que cuajan conceptos como el de bienes culturales o su "repugnante racionalización filosófica": los llamados valores culturales, conceptos que invitan a atribuir a la actividad crítica "el gesto del que regatea" el precio de un determinado producto.

Para Adorno, la crítica "sólo es concebible como momento integral de corrientes intelectuales a las que, o bien contribuye, o bien contradice", potenciando así, o cuestionando, las tendencias sociales de las que esas corrientes extraen su fuerza. Ahora bien, ¿dónde reconocer unas y otras? Lo característico de la sociedad presente es su pretensión de unicidad, de necesidad, de inevitabilidad. Como dice Adorno, "su existencia irresistible se ha convertido en un sustitutivo del sentido arrasado por ella misma" y ha traído por consecuencia "la neutralización de la cultura", que se acepta como un todo y que no consiente, por tanto, la posibilidad de la negación.

Profundizar en las grietas donde esa negación sea posible constituye para Adorno la tarea primordial del crítico. Tarea que, paradójicamente, pasa por el imperativo de tomarse en serio, "como si ésta fuera lo que afirma ser", la aspiración a lo absoluto que, por distorsionada que sea, "es inherente incluso a la más deplorable obra de arte".

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