El ballet imaginario
El espectáculo es un iceberg con una inmensa zona sumergida en el imaginario íntimo de su autor: lo que el espectador ve es apenas la punta, refulgente bajo la luz de los focos. Jugar a darle la vuelta a esa mole de hielo es lo que ha hecho Juan Domínguez en Todos los buenos espías tienen mi edad, coreografía en la que nadie baila, espectáculo inmóvil, teatro donde, como sucede en los libros, la imaginación del autor conversa con la del espectador sin que nadie intermedie. Al comienzo, Domínguez aparece sentado ante una mesa, pequeño altar de esta representación, sobre la que reposan, apiladas en montoncitos perfectamente ordenados y sujetas por gomas, como fajos de billetes, fichas de cartulina del tamaño de una foto Polaroid. En cada una, el coreógrafo y bailarín vallisoletano ha rotulado, con colores diferentes, una idea que barajó para su coreografía, un concepto imposible de materializar con los medios de que dispone, una iluminación súbita, el nombre de algo que le hubiera gustado que apareciera en escena
... todo lo que se le pasó por la imaginación mientras concebía el espectáculo. Realidad y deseo emergen en las fichas, y se dan de golpes: "Ochenta mujeres desnudas, calzadas con zapatos de tacón alto, cantando cumpleaños feliz sin parar, sin orden, enloquecidas", reza una de ellas. Otra: "Convocatoria de la Consejería de las Artes de la Comunidad de Madrid para ayudas a la producción de obras coreográficas". Y más adelante: "Confirmación de la concesión de una subvención... de 9.000 euros".
El intérprete coloca las fi-
chitas, una a una, ante la lente de una videocámara que hay sobre la mesa, y el público, que está muy próximo a él, como si compartiera su estudio, las lee en una pantalla. Algunas pasan rápidas, lo que se tarda en leer las dos o tres palabras que, como en un cuaderno de notas, ha escrito Domínguez; otras dan cuenta de los pequeños acontecimientos vitales que jalonan su trabajo en Berlín, ciudad donde reside desde hace dos años, y del miedo al vacío, a que las cosas no acaben de cuajar: "Hoy le he echado valor y he aparcado la bici en otro sitio que no es el de la buena suerte".
Todos los buenos espías tienen mi edad es el retrato robot de un proceso de creación, dibujado por un detective travieso y abierto a toda clase de juegos. Un retrato divertido y un punto burlesco: su sentido del humor sitúa a Juan Domínguez más cerca de Anacleto, agente secreto, que de James Bond. Lo explica por escrito en el espectáculo: "He decidido comenzar a construir una idea con todo lo que empecé y deseché, y con todo lo que ha influido en el proceso hasta ahora. Voy a combinarla con otra anterior, en la que quería mostrar palabras, darles un ritmo visual, construir una coreografía de palabras y textos". Todos los espías
... también ofrece una interesante reflexión plástica sobre la edad y el transcurso del tiempo, tema que late en su escritura y que emerge definitivamente hacia el final, cuando Domínguez comienza a colocar ante la videocámara retratos de sí mismo: el primero que le hicieron, cuando era un bebé minúsculo; otro, meses después, el tercero antes de cumplir un año, y así sucesiva y rítmicamente hasta llegar a su edad actual. Pero esa foto también comienza a transformarse y, poco a poco, sus 39 años se convierten en cuarenta y tantos, en la cincuentena
... La imagen proyectada, que nos mira, se distancia poco a poco de la real, que también nos mira, hasta que entre una y otra se abre el abismo que separa la vejez de la juventud.
Juan Domínguez estrenó esta pieza en noviembre de 2002 en Valenciennes (Francia). En esta ciudad, un año antes, su autor obtuvo el Premio Sologenèse del festival Lignes de Corps con The Taste is Mine, espectáculo unipersonal en el que acababa abandonando el escenario e instalándose entre el público a escuchar los ecos de su actuación. Todos los buenos espías... se ha representado en París, Lisboa, Berlín, Ginebra y un par de días en Madrid: en mi recuerdo algunas fichas de texto se han convertido en imágenes (por ejemplo, la bicicleta aparcada). El 14 y el 15 de febrero vuelve a España, al festival València Escena Oberta, y el 27 y el 28 viaja al festival ¡Mira!, que ofrece en Toulouse un panorama de la creación escénica española.
Todos los buenos espías tienen mi edad. Valencia. Sala Matilde Salvador (Universidad de Valencia). 14 y 15 de febrero.
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