El bigote de Carod
Fraga ha desempaquetado las calles de su propiedad, que guardaba en los sótanos del postfranquismo, y ha ordenado que las monten y atornillen con diligencia, para que los efectivos del CNI le sigan la pista a Carod, a ver por dónde se anda, minuto a minuto. Si Carod ha culminado una deslealtad institucional, que ha conmovido al tripartito; Fraga ha ofrecido un triduo a la memoria ardiente de la dictadura, a la que aún reverencia, como tantos otros, aunque esos otros, más cautos, lo hagan en la intimidad de la mesa camilla. Fraga se ha mostrado muy dispuesto a desalojar a cañonazos cualquier petrolero que le zurza aquella pesadilla del Prestige. Fraga se ha mostrado desenfadado y hasta tolerante con el alcalde de Toques: acariciar los pechos de una adolescente es una minucia, para la criatura del jurásico. Fraga ha evocado, con fervor casi apostólico, el estado policial, como caución para evitar esas tentaciones enfáticas que exaltan al ex conseller en cap. Carod con su presunta ingenuidad es hoy sustancia de tertulianos radiofónicos y periodistas de investigación, objeto de culto para frentistas nostálgicos, y una maquinita registradora, para el candidato popular. El Gobierno le está sacando bien las mantecas al peregrino de Perpiñán, y parece evidente que se inclina más por la rentabilidad electoral del terrorismo, que por la lucha contra el terrorismo. De ahí que sistemáticamente se niegue a facilitar explicación alguna sobre el encuentro de Carod y ETA. Una explicación de tal naturaleza, a la que los grupos políticos y el pueblo soberano tienen todo el derecho, podría descubrir los engaños y medias verdades de los que sistemática y abusivamente ha echado mano el ejecutivo de Aznar, para justificar sus desmedidos fracasos políticos, que ahora empiezan a descomponerse, en el interior, en Europa y en otras zonas del mapamundi, donde la sumisión hiede. Quizá por eso, se obstinan en darle entidad al episodio. Y en hacer del bigote de Carod un trofeo como la cabeza de un jabalí o unos colmillos de elefante. Ay, esa vieja afición a la escopeta nacional.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.