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Columna
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Indecencia

¿Vuelve el compromiso político a las artes? ¿Vuelve la literatura comprometida? El jueves pasado se presentó en Córdoba el libro Hace falta estar ciego. Poéticas del compromiso para el siglo XXI, una colección de textos escritos por poetas de diferentes generaciones, en los que se reflexiona sobre la necesidad de una poesía comprometida.

La literatura española posterior a los años cincuenta reaccionó contra el compromiso político que se practicó durante el franquismo. A partir de los setenta y hasta hace bien poco la consigna que se había extendido entre los artistas, entre los escritores, narradores y poetas, era que el único compromiso de un escritor era su compromiso con la literatura. La frase era bonita, contundente, y servía de coartada para desentenderse de la realidad política, para mantenerse al margen, en una especie de burbuja literaria que no tenía contacto con la actividad diaria de un país. Un buen escritor -esto se decía mucho- no tiene por qué ser un buen ciudadano; ni siquiera una buena persona. Se ponía el ejemplo de Ezra Pound, que fue un excelente poeta, aunque muy próximo a los nazis. Con buenos sentimientos -esta era otra variante de la frase- sólo se escribe mala literatura. Recuerdo cierta polémica, allá por los años ochenta, entre Juan Benet y Günter Grass. El escritor alemán defendía la necesidad de que los escritores tomaran partido, opinaran y sirvieran de revulsivo a una sociedad crecientemente adormecida en su bienestar. El escritor español, por el contrario, se negaba a que el talento para narrar una historia trajera aparejada la capacidad de análisis, la información y el hábito de reflexión que caracterizan al intelectual.

Con los socialistas en el poder la desmovilización social y la idea de que los artistas tenían que comprometerse con su arte, pero con nada más, alcanzó cotas de máximo prestigio. Fueron los años de la movida, un fenómeno básicamente musical que nació como reacción a los cantautores y a la canción protesta. Durante el reinado de Felipe González todo aquello desapareció. Cuando el derrumbe socialista era inevitable y la primera victoria del PP estaba a las puertas, me consolaba pensando que un gobierno de extrema derecha haría por lo menos que el péndulo del compromiso social se desplazara hacia el otro lado. No es que yo sea un nostálgico de Pi de la Serra o de los versos enfebrecidos de Blas de Otero, pero sí creo que la decisión de quedarse al margen es siempre una espléndida noticia para los políticos que aspiran a asaltar el Estado ocultos tras su piel de cordero.

Como dice García Montero en el prólogo a este libro de poéticas sobre el compromiso, "el mundo no está para cerrar los ojos". Cuando un presidente del gobierno se sirve de un discurso antiterrorista tan obsceno e indecente, tan maligno, tan dañino como el de Aznar para ocupar ayer un país o para aniquilar hoy a un adversario político, cuando un presidente del gobierno dice lo que dice Aznar y al mismo tiempo hace salir de Rota dos fragatas que al parecer tenían la intención (afortunadamente frustrada) de apoyar al terrorista Obiang, hay que abrir los ojos. Y hay que abrir la boca, para no abrirse las venas.

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