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Entrevista:MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN | Director

"Creo que he hecho una película degenerada"

Jesús Ruiz Mantilla

De niño pensaba que las pasiegas llevaban a sus hijos en los cuévanos que se colgaban a la espalda para cargar el verde. Todavía hoy, esa imagen pesa en la mente fecunda de Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942), que la semana que viene viaja a Berlín -es la séptima vez que concurre a la sección oficial- para presentar en concurso La vida que te espera, que hoy se estrena en España y es el homenaje de este director cántabro al mundo perdido, recóndito, lejano, legendario y actualmente en peligro de los pasiegos.

"Lo que no se habla se borra". Es uno de los lemas que impera en el código de este pueblo que siempre camina entre dos aguas, para el que la comunicación no es una prioridad absoluta, que no se sabe si desciende de árabes o judíos escondidos de la expulsión, desconfiado, que vive en cabañas, aguanta un estilo de vida propio gracias a lo que le da la vaca y al que apenas le separan metros de la civilización, aunque ellos se empeñen en marcar una distancia de años frente a lo ajeno.

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Se asientan en las lomas de verdes jugosos que caen sobre el valle del Pas. "No hay un terreno llano en kilómetros. La vida que te espera es una película sin travellings, porque donde rodamos no había espacio suficiente para mover la cámara sobre un suelo firme", asegura el director. Están pegados al paisaje de la Cantabria profunda, ésa a la que hoy llegan los batallones que huyen del ruido y el asfalto en busca de refugios de silencio: "Los pasiegos han sobrevivido a persecuciones del reino, de los jesuitas, han sido proscritos, condenados a la autosuficiencia, pero hoy, no creo que resistan a los turistas, que les están comprando las cabañas por un buen dinero", afirma.

Puede que eso, la nube negra de una futura extinción, es lo que le haya llevado a meter sus narices de curioso inagotable en sus entrañas, en sus cuartos, en sus corazones, a los que es tan difícil abrirse camino. Eso y la imagen de la primera pasiega que vio en su vida: "Fue una imagen que no se me ha borrado. Apareció entre la niebla, con cuévano a la espalda, pañuelo en la cabeza y albarcas", asegura el director. Luego su padre le contó aquello: "Me dijo que en el cuévano llevaban a sus hijos", recuerda. Y a partir de ahí se fue forjando en su cabeza la leyenda de aquellos personajes tan curiosos que en su infancia eran despreciados y hoy son reivindicados: "Eran un pueblo maldito y ahora la historia ha dado la vuelta y son puestos como ejemplo hasta el punto de que les han creado un orgullo, se les investiga en las universidades, en Estados Unidos hay varios estudios sobre ellos y ahora se les reivindica como una fusión perfecta entre naturaleza y forma de vida".

Pero eso es para los demás. Para él, hay otras razones de peso que pueden mitificar ya a los pasiegos por los siglos de los siglos: "Hacían esas cosas maravillosas que se llaman sobaos y quesadas", señala el director, que ya dio cuenta de la vida en esos lugares en otra película suya, La mitad del cielo.

Ahora no narra la historia de una chica lista que salió de allí y triunfó en Madrid a lomos del hígado y los riñones que vendía en una tienda de casquería fina de la que después salió para montar un restaurante. Ahora, Gutiérrez Aragón ha creado una película "rara", dice él, que coloca a sus personajes -está protagonizada por Juan Diego, Marta Etura, Luis Tosar y Clara Lago- frente a una encrucijada de amor, huidas y miedos con muchas zonas oscuras. "Han dicho en Berlín, para seleccionarla, que es una película antropológica. Bueno, yo creo, ante todo, que es una película de contrastes, sobre un mundo lejano y perdido que choca con el actual", define.

En ella aparecen dos padres obsesionados por sus vacas, sus lindes, sus fronteras, su forma de vida, y unos hijos que ya se han enganchado a la vida moderna, que trabajan en peluquerías o que bailan algo tan exótico como la danza del vientre mientras otros se debaten en continuar con las herencias. Hay símbolos, metáforas y mezclas de géneros: "Puede ser un drama rural, vale; un thriller, también; un western, ¿por qué no?", define Gutiérrez Aragón al más puro estilo pasiego. "Yo creo que en realidad ésta es una película degenerada", concluye.

Pero sobre todo es una profunda reflexión sobre los barnices ligeros que cubren nuestro primitivismo: "Los urbanitas tenemos una capa finísima que cuando la descubres aparece enseguida nuestro instinto", dice el director. Y ésa es una clave que espera que se entienda bien en Berlín, adonde el director acude por séptima vez y donde consiguió el premio de la crítica por Habla mudita y al mejor director por Camada negra. "Estoy deseando saber si soy el director europeo que más veces ha concursado en sección oficial: ésta es la séptima", presume.

Manuel Gutiérrez Aragón.
Manuel Gutiérrez Aragón.CARLES FRANCES

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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