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Columna
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La franja

Al parecer, no hubo acuerdo por culpa de la cartografía. Sucedió allá en Francia, donde estaban reunidos Carod-Rovira y sus adustos interlocutores. Fueron, acaso, varias horas de trabajo, de autodeterminación, y de remota convergencia en algunos objetivos, aunque también de absoluta y tranquilizadora divergencia en los métodos. Estaban allí, hacía mucho frío fuera, el mapa desplegado sobre la mesa, la reunión cerca del final, y el acuerdo casi logrado porque los otros daban la impresión de aceptar un viejo y rumoreado deseo de Carod: que no hubiera sorpresas en el tramo ibérico del Arco mediterráneo (Cataluña, Comunidad Valenciana), ni tampoco en la flecha de ese Arco (Baleares). El apretón de manos se veía venir y fue entonces cuando surgió el inesperado desencuentro, la dolorosa ruptura, y todo porque el conseller en cap, sentimental él, y buen hijo de aragonés, se ve que quiso ir un poco más lejos en su cosecha. En concreto, parece que susurró que la Franja de Aragón quedara librada de todo mal y protegida de toda perturbación.

Este anhelo, razonable, a los otros les pareció, sin embargo, poco serio. Porque no está claro dónde empieza el catalán, donde acaba el castellano, adujo el jefe de los contertulios. Carod, entonces, trazó una línea roja por el mapa. ¿Veis?, dijo probablemente: Calaceit (Terol) no os incumbe; Mequinensa (Saragossa) tampoco; ni Benavarri (Osca). Pero ya era demasiado tarde para tantos primores. Los otros, agotados, nerviosos, últimamente muy diezmados, no quisieron hablar más y se marcharon con la cabeza llena de penumbras, lindes y topónimos.

Ciertamente, fue un grave error de Carod-Rovira. Pero no del PSC-PSOE, como muchos aviesos pescadores en aguas revueltas pretenden. En todo caso, no está de más recordar las palabras que ayer pronunció en el Congreso de las Víctimas del Terrorismo Natividad Rodríguez, viuda del dirigente socialista vasco Fernando Buesa, asesinado por los interlocutores del líder republicano: "No puede haber ganancias a cambio de paz".

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