A las puertas de Región
Discurriendo sobre el sustrato folclórico del que, en su opinión, se estaría sirviendo William Shakespeare en el planteamiento inicial de King Lear, Juan Benet (lo hace en el ensayo titulado Cordelia Khan) trae a colación un pasaje de Heródoto en el que se da noticia del origen fabuloso de los escitas. Esta nación habría sido fundada, según la leyenda, por Targitao, descendiente de Júpiter, quien a su vez habría tenido tres hijos: Lipoxais, Arpoxais y Colaxais,* el menor de todos. Lo mismo da, ahora, qué fuera de cada uno. Lo que en este punto reclama la atención es el asterisco que, en la cita de Heródoto, añade Benet a los nombres de los tres hijos de Targitao. El curioso lector, intrigado, desciende la vista al pie de la página, y allí se encuentra con la siguiente nota: "Quitando el xais común, que parece un patronímico, se diría que forman una troupe de payasos: Lipo, Arpo y Cola".
PUERTA DE TIERRA
Juan Benet
Cuatro Ediciones. Valladolid, 2003
176 páginas. 13 euros
Este apunte es característico del temple ensayístico de Juan Benet, del trasfondo irónico, por no decir cómico, sobre el que dibuja sus sesudos y siempre atrevidos ensayos. En ellos no es raro sorprender al autor petándose literalmente de risa. Una risa que contagia, en más de una ocasión, al lector, que con asombro constata que él mismo se está riendo en medio, nada menos, que de una erudita disquisición acerca de, póngase por caso, las diferencias entre hipérbole y metáfora (en el ensayo titulado Épica, noiética, poiética...). En esta ocasión, para ilustrar la tendencia a la inversión que suele producirse entre los términos naturales de una analogía, acude Juan Benet a un recuerdo de infancia. Para enseñarles a él y a sus compañeros cómo era el estómago, el profesor de ciencias naturales recurría a un lugar común diciéndoles: "El estómago tiene forma de gaita gallega". Lo cual era motivo de que los alumnos, que nada sabían de gaitas (de tal modo que la analogía resultaba equívoca, además de innecesaria), volvieran la cabeza hacia los últimos bancos de la clase, donde se sentaba el único de todos ellos que era gallego. Éste, "conociendo perfectamente para lo que era requerido, movía la cabeza hacia toda la clase, de forma asentiva, sacerdotal y solemne, al tiempo que cerraba los ojos como para decir: 'Creedle, es cierto lo que dice".
Este trasfondo irónico de toda la ensayística de Juan Benet nunca debe interpretarse como falta de seriedad o de rigor, tampoco como condescendencia, mucho menos como distanciamiento respecto a los razonamientos que expone. Se trata más bien de una efervescencia producida por la fruición y el gusto que en él suscita la tarea de desentrañar cualquiera de los problemas a que se enfrenta. Y de la necesidad de refrenar, por pudor antes que por chiste, los engolamientos y las inercias retóricas a que dicha fruición se aboca.
"Porque el árbol de la cultura"..., comienza por decir Benet en conclusión de un largo razonamiento sobre los vicios y malentendidos de la primera y media enseñanza (en Sobre el carácter tétrico de la Historia): "Porque el árbol de la cultura"... Pero aquí se detiene. Y es que, señal inequívoca de que se está poniendo estupendo, le viene a la boca añadir: "señores"; y riéndose él mismo de la tontuna, escribe finalmente: "Porque el árbol de la cultura -señores, se decía antes cuando se quería poner un poco de énfasis- sólo da alegrías o cuando se pasea uno por sus ramas más altas o cuando se desentierran sus raíces más profundas, la verdad es que el tronco -el saber común que da la enseñanza- es bastante aburrido".
Cuatro Ediciones (un sello
francotirador, radicalmente independiente, que donde pone el ojo pone la bala, e imperturbablemente publica, bien que de uvas a peras, libros impagables todos, editados con inusual esmero) acaba de reeditar Puerta de tierra, colección de seis ensayos que no había vuelto a publicarse desde su aparición en 1970. Los seis ensayos fueron escritos por Benet entre 1965 y 1968, y fueron entregados en 1969 a la editorial Seix Barral, que los publicaría el año siguiente. Su autor era por entonces un joven ingeniero de poco más de cuarenta años que acababa de obtener el Premio Biblioteca Breve con su segunda novela, Una meditación, publicada el mismo año que Puerta de tierra. Es un periodo de intensa actividad literaria por parte de Benet, que en muy poco tiempo pasa a ocupar en la cultura española su preminente puesto de avanzada, sobre un áspero risco desde el que se obtienen las más amplias perspectivas que a esa cultura le fue dado alcanzar por aquella época.
Se ha dicho con acierto que,
en relación a la operación de gran estilo que -por emplear la terminología bélica a la que tan aficionado era- supone su proyecto narrativo, los ensayos de Benet vienen a ser audaces golpes de mano, incordiantes acciones de sabotaje, labores de zapa, cuando no sofisticadas maniobras de distracción.
Anteriormente a Puerta de tierra, Benet había publicado, en 1966, La inspiración y el estilo, todo un programa de su propio proyecto como escritor. A este ensayo siguieron Volverás a Región (1968) y Una meditación (1970). Los ensayos reunidos en Puerta de tierra son, pues, contemporáneos de la escritura de estas dos novelas fundamentales, y tiene razón Mauricio Jalón, cuidador de la edición, cuando, además de señalar las sutiles afinidades que los enlazan a ellas, sugiere cómo estos ensayos -de tan variado carácter, por otro lado- "dibujan los telones de fondo" en que se desarrolla por esos años la imaginación novelística de Benet.
Retrospectivamente, en efecto, es fácil proyectar en la obra entera de Benet las inquietudes que laten en estos textos, trufados de rastros autobiográficos. Pero el aliciente de su lectura no es ni mucho menos arqueológico. Muy al contrario: hoy sorprende tanto la vigencia de los asuntos planteados como la originalidad y la viveza con que son tratados.
En la Epístola moral a Laura, la institución del divorcio es denunciada como una tramposa garantía y prolongación de la institución matrimonial, y una y otra terminan por ser condenadas en una vibrante apología de la dimensión ética del amor ("lo importante no es llegar al amor tanto como conservarlo").
El tema del amor, entreverado ahora con el del tiempo y la memoria ("la memoria devora la existencia"), ocupa el ensayo titulado Un extempore, de una conmovedora belleza, escrito cuando se cumplía un año de la muerte de Francisco Benet, hermano mayor de Juan y personalidad decisiva en la formación tanto literaria como moral del escritor.
En Sobre el carácter tétrico de la historia, ensayo dominado por la ruinosa visión que tiene Benet de la evolución de las sociedades ("una sucesión interminable de tragedias"), se endereza una persuasiva -y muy vigente- requisitoria contra los criterios que sustentan los planes de enseñanza, denunciándose muy especialmente los efectos nocivos que acarrea la común enseñanza de la historia, semillero de prédicas nacionalistas y de espejismos fraudulentamente progresistas.
Las últimas composiciones
de Schubert (Op. Posth.), el King Lear de Shakesperare (Cordelia Khan) y una aguda disquisición en torno al origen, los usos y los abusos de la metáfora (Épica, noiética, poiética...) son los asuntos vertebrales de los tres ensayos restantes del libro. Pero no hay que pensar que ninguno de ellos se ciña a una sola línea de desarrollo, qué va. Tanto como la diversidad de los intereses que mueven a Benet, admira la riqueza y la solidez de la cultura que en cada ocasión traslucen. Por lo demás, cada una de estas piezas constituye por sí sola un modelo de ensayo en cuanto forma. Brillan aquí en su esplendor los mejores atributos del género, empezando por su ausencia de método, por su proceder "metódicamente ametódico", consecuencia de adoptar como criterio organizativo la propia experiencia espiritual, en la cual "los conceptos no constituyen un continuo operativo, el pensamiento no procede linealmente y en un solo sentido, sino que los momentos se entretejen como hilos de una tapicería" (Adorno).
Todavía hay algo más, que merece destacarse muy especialmente a propósito de estos ensayos: su poderosa vibración moral. Algo patente en el conjunto de todos ellos, y no sólo en pasos tan explícitos como el de la Epístola moral a Laura. De nuevo aquí conviene no llamarse a engaño con motivo de la sorna o de la risa que, como ya se ha señalado, sacude tan a menudo al autor. Todas las indagaciones de Benet se hallan traspasadas por una inquietud ética, que alcanza a sus propias opciones estilísticas. Así se deja ver ejemplarmente en el ensayo titulado Épica, noiética, poiética..., donde se establece una diferencia de orden moral entre los distintos empleos que se hace de la metáfora, y donde el recuerdo de su propia experiencia infantil, en la que durante mucho tiempo las palabras épica y ética se mezclaron, ofrece en clave humorística una pista inequívoca de cuáles son los resortes profundos que determinaron los rumbos literarios del autor de Herrumbrosas lanzas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.