Hazlo tú misma
Una caja de herramientas y un diccionario español-fontanero, fontanero-español, eso es todo lo que se necesita. Y a vivir. Se acabó el problema de las chapuzas, esa palabra temible que nos sueltan en el corazón, como quien suelta un cocodrilo en una piscina, el albañil, el tapicero o el mecánico de turno, después de habernos presentado un presupuesto de 2.000 euros por tapar una gotera, cubrir un sofá o cambiarle las bielas al coche. "Hombre, yo le podría hacer una chapuza...", nos dicen, y nos ponemos a temblar de un modo tan violento que nos tintinean las monedas en el bolsillo. Pero eso se va a acabar.
Ahora, gracias a una iniciativa del Ayuntamiento de Móstoles, las amas de casa van a arreglar sus averías domésticas tras seguir un cursillo en el que lo primero que les enseñan, como debe ser, es el vocabulario de la chapuza, que está formado por palabras tan raras como peces abisales, cosas del estilo de electrodo, mocheta, sifón y burlete.
¿Ustedes no se han fijado en que, al final, todo es una cuestión de lenguaje? Está clarísimo. Llega el albañil y te da un presupuesto de 600 euros por convertir una puerta en un muro. Lo aceptas. Pero de pronto, un día, después del primer martillazo, el operario mira la pared con cara de preocupación y empieza a hablarte en un idioma inventado cuyo fin es el de multiplicar tu factura por dos: "Ay, ay, ay, señora, que con esto no contábamos. Resulta que aquí hay doble precerquillo; o sea, que la revoleta del pernáculo se apaisa con la carcasa del revoque. ¿Se da cuenta? Habrá que igualar las marquesinas y recomer el agüero. ¡Esto va a ser el doble de trabajo!, ya le digo. Y, además, habrá que comprar más material para revertir la vístula y embebecer los pañetes. Porque yo lo que no puedo es hacer milagros. Supongo que se da usted cuenta, ¿no?". En resumen, que te coloca otros 500 euros.
En el cursillo de Móstoles, las aspirantes a autochapuzas aprenden qué demonios es un electrodo y un diferencial, se hacen expertas en el arte de la autogestión y se arman de conocimientos gracias a los cuales muy pronto serán capaces de arreglar un pinchazo en sus automóviles; de apagar con una llave inglesa y un soplete el ruido de sus cañerías; de manejar la taladradora, el pincel, la espátula y el destornillador como auténticas expertas y hasta de fabricar masilla para reponer los cristales rotos de las ventanas. O, por lo menos, sabrán defenderse de los abusones cuando les intenten dar gato por liebre. "De manera que el pernáculo se apaisa, ¿eh? Ya te voy a dar yo a ti pernáculo, vístula y pañetes...". Se terminó la historia.
Y, además, las licenciadas en chapuzas serán independientes, ya no tendrán necesidad de aguantar los desaires de su Manolo, su Paco o su lo que sea cuando vayan a decirle que por favor apague la tele y vaya a ver un grifo que gotea en la cocina.
Porque ya están hartas de que les contesten lo que contesta el del chiste: "Pero ¿y a mí qué? ¿No me puedes dejar tranquilo? ¿Acaso le vas a dar la lata al grifo cuando el que gotea soy yo?". Ni hablar, ahora ellas cogerán la caja de herramientas y se ahorrarán dinero y desplantes. Como unas reinas. Manos a la obra.
Lo que sí es cierto es que en este país que va tan bien y está lleno de potentados, tal y como dice el presidente del Gobierno, a muchos no les llegan sus grandes fortunas a fin de mes, de forma que la autogestión no parece un mal camino y la frase "buscarse la vida" va cobrando cada vez más fuerza.
Quizá los ayuntamientos deberían dar cursillos de autoarquitectura, para que los ciudadanos se hagan sus propias casas y así solucionar el problema de la vivienda. O cursillos de autocirugía, para acabar con las listas de espera de los hospitales. O cursillos de autodefensa, para terminar con el problema de la inseguridad ciudadana. O hasta cursillos de autocondena, para que los delincuentes se mandaran a sí mismos a la cárcel, con lo que se eliminaría el colapso de los juzgados.
Hágalo usted mismo y así nosotros no tendremos que hacer nada.
Bueno, quizá si no hacen nada todo empiece a funcionar como un reloj. Quién sabe.
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