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Columna
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La burocracia de la teocracia

Andrés Ortega

La teocracia, como la que se da en Irán, no es una entelequia meramente espiritual, sino que reposa sobre una auténtica organización que llega a los lugares más recónditos del Estado. Estos días, el guía supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, ha estado jugando su partida. El Consejo de los Guardianes de la Constitución, totalmente controlado por él, vetó, en uso de sus atribuciones, a casi la mitad de los candidatos -80 de ellos actualmente diputados- a las elecciones a la Asamblea del 20 de febrero. Pero Jamenei, tras este gesto de dureza, se ha presentado finalmente como el conciliador, al aceptar que se revisen estos casos que han provocado dimisiones de ministros y sentadas de reformistas vetados.

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Reelegido en 2001 por un 80% de los sufragios, el presidente Jatamí despertó enormes ilusiones en una sociedad la mitad de la cual no conoció la revolución islamista de 1979. Pero al perder casi todos los pulsos frente a la teocracia ha generado una ola de desencanto. El divorcio entre el Irán oficial y el real es creciente. La experiencia que podía conducir al primer Estado postislamista del mundo se puede frustrar. Más que entre Occidente y el islam, el choque, como se abordó ayer en el Foro Euromediterráneo de la Unesco en París, podría darse en el seno del propio mundo islámico.

Esto de la teocracia es algo relativamente nuevo en Irán. No todos los ayatolás iraníes estaban por la labor en 1979. Una parte de ellos, hoy representada por el ayatolá Montazeri, estaba en contra de la participación en la política. Pues la implicación directa en la política representaba una desviación respecto a la postura tradicional (y estamos presenciando el mismo tipo de debate y pulsos ahora entre los chiíes, árabes, de Irak). Pero Montazeri, que esperaba ser el sucesor de Jomeini, perdió frente a Jamenei, un guía cuestionado por su insuficiente preparación teológica para su alto cargo.

El sistema iraní es de una complejidad extrema. Irán tiene, de hecho, algo propio del totalitarismo, dos estructuras que compiten entre sí (incluso en política exterior): la del guía supremo, y la de un presidente elegido por sufragio universal. Jamenei y otros ayatolás tienen instrumentos básicos en su mano como la aplicación de su forma de ver la ley islámica (sharía) , el control del poder judicial, y las fuerzas de seguridad, incluido la Guardia Revolucionaria y otros cuerpos.

Jamenei cuenta con más de 600 asesores, no para cuestiones religiosas, sino de política internacional, cultura, economía, medios de comunicación o asuntos militares, entre otros. Es una especie de administración presidencial, mayor que la de cualquier jefe de Gobierno europeo. Además, tiene unos 2.000 representantes clericales -especie de comisarios políticos- en todos los ministerios e instituciones importantes. Clave es el Consejo de Guardianes, formado por 12 juristas: la mitad escogida de los rangos clericales por el guía, y los otros seis por el Parlamento a recomendación de la cabeza del poder judicial, que a su vez es nombrado por el líder supremo. Este Consejo determina la compatibilidad de la legislación aprobada por el Parlamento con la ley islámica y la idoneidad de unos candidatos que sí representan un cierto pluralismo. Es un auténtico cerrojo. Además hay una Asamblea de Expertos de 86 clérigos, por elección popular, pero entre candidatos aprobados por el Consejo de Guardianes. Su papel es elegir, entre ellos mismos al líder o guía supremo. Todo atado y difícil de desenredar.

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Existe además un Consejo de Expedientes, para dirimir conflictos entre el Parlamento y el Consejo de Guardianes, también dominado por la rama político-religiosa. Ésta controla asimismo las fuerzas de seguridad oficiales -sólo un clérigo puede encabezar el Ministerio de Inteligencia y Seguridad- y paraestatales, además de numerosas fundaciones que forman una auténtica red por todo el país. Ésta es la burocracia de la teocracia. ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?, preguntó Stalin. A veces, basta con funcionarios. aortega@elpais.es

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