_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sin moral, no hay política que valga

El 23 de diciembre, Helmut Schmidt, uno de los grandes estadistas de Europa, ha cumplido 85 años. El que arrancase el euro se lo debemos a la estrecha colaboración del canciller alemán, con el entonces presidente de Francia, Valéry Giscard d'Estaing. Europa ha funcionado cuando lo ha hecho el eje franco-alemán, conviene recordarlo a comienzos del 2004, el año de la puesta en marcha de la Europa ampliada y de la aprobación de la Constitución que fijarán el perfil geográfico y jurídico de Europa.

El que había sido ministro de Defensa en el primer Gobierno de Brandt, de Hacienda y Economía, en el segundo, le sucede como canciller en 1974. El mayor éxito de los servicios secretos de la RDA, contar con un espía en el entorno de Brandt, se reveló su mayor revés, perder al gobernante que había iniciado una política de buena vecindad con el otro Estado alemán. Era tanto el interés que tenía Berlín Oriental en que Willy Brandt continuase de canciller que, en 1972, la CDU fracasó en la moción de censura porque la RDA había comprado a los dos diputados demócrata-cristianos que no votaron a Barzel. En realidad, la dimisión obligada de Brandt se había debido al descontento creciente de la fracción parlamentaria del SPD, que controlaba Wehner, con un canciller que pasaba por agudas crisis de depresión, discutía con los colaboradores hasta el cansancio, pero al final no tomaba decisiones, amen de que su vida privada, de hacerse pública, y la RDA tenía todos los datos, podría llevar a que el SPD perdiese las siguientes elecciones. El gran mérito de Brandt había sido llevar a cabo "la política del Este" firmando los tratados con Moscú y Varsovia que posibilitaron su viaje a Erfurt, con el que comienza la normalización de las relaciones entre los dos Estados alemanes. El déficit de Brandt se consigna en la política interior, sin hacer nada para desatascar los muchos conductos obstruidos por 20 años de Gobierno conservador. El mayor error, del que luego tanto se arrepentió, lo comete también en política interior con el decreto que, llevado de un anticomunismo visceral que se remonta a su experiencia de la guerra civil española, prohibía ocupar en el sector público a aquellas personas ligadas a la izquierda subversiva o a los partidos marxistas.

Schmidt llega a canciller en 1974 cuando ha empezado la crisis económica mundial que cierra dos decenios de crecimiento y estabilidad que en la Europa democrática hicieron posible el despliegue del Estado de bienestar. El objetivo ahora es frenar la inflación sin perder el pleno empleo: "Prefiero 5% de inflación, a 5% de paro", dijo Schmidt al comenzar su mandato. Treinta años más tarde, la inflación es baja, pero con dos dígitos de paro, lo que obliga no ya, como en los setenta, a frenar el crecimiento del Estado de bienestar sino a ir desmontándolo pieza a pieza. Schmidt fue el primer socialdemócrata que advirtió que el modelo estaba agotado, pero no podía esperar que su partido apoyase una opinión que ponía en tela de juicio toda su ideología.

Hoy la prensa alemana celebra como el rasgo de gran estadista que supiera tomar decisiones impopulares, incluso contra el propio partido. Cuando en 1982 Felipe González llegó al poder, Helmut Schmidt acababa de perderlo. Su consejo fue: "Haz lo que tengas que hacer, pero procura que no se te alborote el gallinero". González estuvo siempre muy lejos del "osar más democracia" que predicaba Willy Brandt y, en cambio, muy cerca del pragmatismo, de espaldas al partido y a sus programas, que practicó Helmut Schmidt.

En el discurso de despedida como diputado federal en 1986 confiesa que le ha guiado siempre "un pragmatismo que se ha fijado metas morales". No es la ideología, sea marxista o liberal, la que ha dirigido sus pasos como estadista, sino la ética. En este sentido considera a Kant el verdadero fundador del socialismo democrático.

En un reciente artículo publicado en Die Zeit, el semanario del que ha sido editor y director, recuerda que sin moral el capitalismo no puede funcionar y es, justamente, la falta de moral lo que caracteriza al capitalismo en la etapa actual. Ahí están los escándalos de Enron o de Parmalat para el que abrigue alguna duda. Como le ocurrió al capitalismo de Estado, también el privado amenaza con desmoronarse desde el interior por su absoluta falta de ética.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_