Madrid araña
La gran araña de Madrid despliega su tela inconsútil, una red concéntrica de circunvalaciones cruzada por radiales, babas de asfalto que juegan a tapar el mapa, que seccionan y diseccionan el paisaje. Autopistas que van a todas partes desde todas partes y a ningún sitio desde ningún sitio. Cuatro nuevas autopistas, cuatro, anuncia el ministro del ramo, nunca de olivo, emponzoñado regalo de Año Nuevo, que la presidenta comunitaria dona generosamente a los madrileños que pagarán con sus presupuestos y amortizarán con sus peajes por toda la eternidad, si es que duran tanto las obras del Ministerio de Fomento de Construcciones y Subcontratas que dirige con mano de hierro y cabeza de buque Álvarez Cascos.
Por donde pasa Cascos no vuelve a crecer la hierba. Se construye con prisas, se destruye sin pausas, se tuneliza y se excava con vértigo y urgencia, como si a los ciudadanos nos fuera la vida en ello, cuando lo que está realmente en juego es la bolsa de las grandes compañías.
La mayoría de los siete mil pequeños propietarios de terrenos, forzosamente expropiados para la construcción de las nuevas autopistas madrileñas, se quejan en un reportaje de la revista Interviú de los abusos y desmanes de las empresas concesionarias bajo el manto protector de Fomento. Los automovilistas pagan su peaje en los puestos de control de las vías que pasan por sus antiguos terrenos y ellos siguen sin cobrar un euro de las expropiaciones. Por su parte, los nuevos expropiados denuncian los ridículos precios, en algunos casos menos de dos euros por metro cuadrado, que ofrecen las empresas adjudicatarias, que también se quejan por tener que pagar, lo que sea, existiendo métodos acreditados como la confiscación y la desamortización.
Sensible a las reclamaciones de los ciudadanos accionistas y propietarios de las empresas concesionarias y desoyendo el burdo clamor de los expropiados, que ni siquiera cuentan con un telediario para dejarse ver y hacer oír sus puntos de vista, el ministro Álvarez Cascos acaba de destituir al presidente del Jurado de Expropiación, presionado, según el reportaje de Manuel Rico en Interviu, por las concesionarias controladas por grandes empresas de la construcción, controladas a su vez por personas de ilustres y famosos apellidos de la economía, el deporte y la vida social, gente de toda confianza del señor ministro.
Cascos destituyó al presidente del Jurado de Expropiación y portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura, José Manuel Suárez Robledano, por considerar sus decisiones lesivas para el interés público y con el fin de rebajar sensiblemente las indemnizaciones. Indemnizar decentemente a los propietarios con arreglo a la ley encarecería en 300 millones de euros el proyecto, 300 millones que tendrían que abonar los concesionarios de las autopistas, que también son ciudadanos y públicos y que verían severamente lesionados sus intereses privados.
La tela de araña avanza y se va haciendo cada vez más tupida, una red de arterias y venas por las que corre el asfalto y circula el dinero, una cuadrícula que cruza el mapa de la Comunidad, creando islas cada vez más reducidas de engañoso verdor, tierra virgen colonizada o colonizable por urbanizadores impenitentes. Desaparecidas las obsoletas actividades agropecuarias que representaban un serio obstáculo al progreso, la Comunidad de Madrid será declarada territorio urbanizable, asfaltable y acotable, sin más excepciones que las que imponga la geología, o las que dictamine el criterio de las autoridades encargadas de preservar determinadas zonas verdes como reservas paisajísticas para que los madrileños del futuro conozcan de primera mano lo que era el campo.
Afirma una leyenda popular, muy difundida en Castilla, que en la Edad Media una ardilla podía atravesar de punta a punta la península Ibérica sin tocar el suelo, saltando de rama en rama. Con más fundamento hoy podemos decir que un automovilista puede atravesar de punta a punta el mismo territorio sin dejar la autopista, sin abandonar la misma cinta de asfalto y sin saltarse ni un solo control de peaje.
Sale caro, pero puede hacerse, y conviene hacerlo cuando se trata de emprender la huida.
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