Cómo ponerle puertas al desierto
La línea que divide a Estados Unidos y México en sus más de 3.500 kilómetros de frontera era hasta hace unos años en su mayor parte una línea imaginaria. A excepción del área del río Grande o Bravo en Tejas, o un canal de irrigación en California, el resto de territorio fronterizo no tenía mayores barreras visibles. Hoy, debido a la políticas migratorias del Gobierno estadounidense, la línea divisoria se ha convertido en algo real en lugares como San Diego y Tijuana.
Lo que hasta hace unos años eran predios baldíos o terrenos defendidos con cercas de alambre que daban risa, por donde los inmigrantes se colaban a EE UU en carrera abierta, hoy son sitios literalmente impenetrables.
En Tijuana hay vallas metálicas de varios metros de altura, sensores, cámaras de vídeo que graban de día y de noche y miles de agentes de la Patrulla de Fronteras
Colarse por las tres vallas o burlar los sensores electrónicos y sofisticadas cámaras es tarea de necios. Con todo, la inmigración de México no ha terminado
Un cartel escrito en español advierte al despistado: "Peligro: No exponga su vida a los elementos. No vale la pena. No hay agua de tomar"
La frontera entre EE UU y México ha sido 10 veces más mortífera para los inmigrantes en los últimos 10 años de lo que fueron los 28 años del muro de Berlín
Según la policía que cuida la reserva de Tohono, en el verano se detecta un promedio diario de unas 2.000 personas caminando en el desierto
En Tijuana, ciudad fronteriza mexicana famosa por su pasado como lugar de diversión y vicio de los jóvenes y soldados estadounidenses, y más recientemente como la capital de las maquiladoras, hay ahora vallas metálicas de varios metros de altura, sensores, cámaras de vídeo que graban de día y de noche, torres de observación y miles de agentes de la Patrulla de Fronteras con helicópteros y vehículos todoterreno.
Su misión es simple: cazar a cualquier immigrante que, contra todo pronóstico, logre pasar el sistema de tres vallas que se extiende más de 100 kilómetros hasta la playa del océano Pacífico. Si algún osado intenta cruzar a nado, es interceptado por los guardacostas estadounidenses.
Barreras físicas y tecnológicas
Según el Gobierno de Washington, las barreras físicas y tecnológicas, lo mismo que la contratación y el despliegue de miles de nuevos guardias fronterizos, ha traído éxitos en el propósito de "controlar" el tráfico migratorio ilegal en su frontera sur. Ésta fue una política que se inició en 1994, durante la Administración de Clinton y bajo la dirección de la por entonces directora del Servicio de Inmigración, Doris Meisner, con nombres como Operación Gatekeeper, Operación Hold the Line y Operación SafeGuard. En esencia, la política ha seguido sin modificaciones hasta hoy, si acaso proveyendo de más dinero y recursos a la Patrulla de Fronteras.
Sea en San Diego, California, El Paso y Brownsville, en Tejas, o en Nogales, Arizona, los cuatro principales corredores urbanos por donde pasaba la mayor parte de los sin papeles, el Gobierno estadounidense clama victoria. Se ha enviado un mensaje claro a potenciales inmigrantes de que es casi imposible cruzar la frontera. Es lo que llaman "las consecuencias intencionales o que se esperaban" de la estrategia fronteriza.
Los inmigrantes ilegales ciertamente han dejado de utilizar esos corredores urbanos (los que, sin embargo, apenas cubren el 3,5% del territorio total de la frontera). Colarse por las tres vallas o burlar los sensores electrónicos y sofisticadas cámaras es tarea de necios. Con todo, la inmigración de México no ha terminado. Según los estudiosos del tema, es incluso mucho mayor. Aun cuando la Patrulla Fronteriza detiene anualmente a un promedio de un millón de gente intentando cruzar la frontera ilegalmente -el mismo número de detenciones que en 1994-, se estima que otro medio millón logra colarse a Estados Unidos. Según el último censo del Gobierno estadounidense, hay entre 8 y 12 millones de inmigrantes ilegales en el país.
Lo que ha sucedido es que el tráfico migratorio se ha desplazado a lugares inhóspitos, como el desierto de Arizona o las montañas del este de California. Generando lo que los estudiosos del fenómeno migratorio califican como "las consecuencias no intencionales" de esa estrategia migratoria: la muerte cada año, en el desierto por deshidratación o ataque al corazón, en las montañas de frío o en un furgón de carga de asfixia, de varios cientos de inmigrantes; cerca de 3.000 en la última década.
"La frontera entre Estados Unidos y México ha sido diez veces más mortífera para los inmigrantes mexicanos en los últimos diez años de lo que fueron los 28 años de historia del muro de Berlín", señaló Wayne Cornelius, experto en temas migratorios del Centro de Estudios Comparativos de Inmigración de la Universidad de San Diego. Durante la existencia del muro, agregó, el total de gente que murió intentando cruzarlo fue de 287. Ha sido (la del Gobierno de EE UU) una estrategia de prevención a través de la disuasión, siguió Cornelius. La idea era de que si ponían barricadas en los cuatro corredores urbanos, "el desierto y las montanas harían el resto".
Uno de estos sitios en el desierto de Arizona es la llamada Puerta de San Miguel, un perdido lugar en la línea fronteriza, en este caso todavía "invisible", por donde sin dificultad puede alguien internarse ilegalmente en Estados Unidos. Simplemente es asunto de abrir la puerta de metal que se mantiene sin llave y al cruzar se está en las tierras que pertenecen a la reserva de la tribu estadounidense Tohono O'Odham.
Cactos y más cactos
El problema es que al internarse en territorio indígena se está en pleno desierto, en donde lo único que hay es alguna que otra vivienda de los miembros de la tribu y cactos y más cactos. Temperaturas bajo cero en el invierno, y calor y sol que achicharran en el verano. Un cartel de fondo amarillo escrito en español en letras negras advierte al despistado: "Peligro: No exponga su vida a los elementos. No vale la pena. No hay agua de tomar". La advertencia, sin embargo, no parece haber tenido mucho efecto. Sólo en este año ha habido cerca de 200 muertes en lo que la Patrulla Fronteriza estadounidense llama el "Sector de Tucson", que incluye la reserva india y otras áreas del desierto de Arizona (el total de muertes en toda la frontera en 2003 es de unos 400).
La vida en la reserva de los Tohono se ha visto dramáticamente alterada por el tráfico de inmigrantes ilegales. Según la policía que cuida la reserva, en el verano se detecta un promedio diario de unas 2.000 personas caminando en el desierto. Entre éstas hay gente involucrada en el tráfico de drogas, lo mismo que bandas de coyotes o polleros que se encargan de conducir a los inmigrantes a lugar seguro, cobrando no menos de 1.500 dólares por cabeza.
Lo del tráfico de drogas no es baladí. En un día normal de hace unas semanas, cuando este enviado visitaba la reserva, se capturó un cargamento de marihuana. La operación fue conducida por los Shadow Wolf, una unidad de élite de la Patrulla de Aduanas de Estados Unidos integrada por 21 miembros de diferentes tribus indígenas y la que utiliza ancestrales prácticas para seguir la pista a los narcotraficantes que se internan por el desierto. En este caso fue una docena de bultos llenos de marihuana. La droga había sido comprimida y envuelta en papel de aluminio, y luego vuelta a cubrir con tela de costal para ser llevada en la espalda como se llevaría una mochila de campamento.
Drogas e ilegales
"No nos interesa perseguir a los ilegales, a no ser que sea un caso (de drogas) grande", explicó el agente Curtis Heim, un indígena originario de una tribu de Dakota del Norte. Según Heim, es tal el dinero que se mueve ahora en el tráfico de inmigrantes, que muchos de los tradicionales narcotraficantes combinan ambas actividades. "Si alguien puede poner 10 gentes en Phoenix [la metrópoli más cercana a la frontera en esta parte del desierto de Arizona], a 1.500 dólares por cabeza, esa persona está ganando casi lo mismo que ganaría con un buen cargamento de marihuana", añadió el agente, quien vestía uniforme verde tipo soldado y portaba además un largo cuchillo negro y un fusil automático M-16.
Es tal el dinero que se mueve con el tráfico humano, que últimamente se ha creado una nueva práctica, que a quienes la realizan en el argot fronterizo se les llama los bajadores. Se refiere a cuando un coyote le "roba" o le secuestra un grupo de inmigrantes a otro coyote con el propósito de cobrar la suma final que el interesado o su familia pagarán por haber cruzado la frontera con éxito. La práctica da lugar a batallas campales entre las bandas de coyotes; recientemente, una cerca de Phoenix, en plena luz del día y en hora de gran tráfico, dejó cuatro muertos y generó tal atención y protestas en la opinión pública, que el Gobierno estadounidense anunció luego una masiva operación contra las bandas de coyotes.
La tribu de los Tohono debe pagar con sus propios recursos por autopsias de los inmigrantes muertos en la reserva (más de 70 este año), atención médica para los que sobreviven y limpieza de las montañas de basura que deja el tráfico humano. "Nuestros recursos financieros están siendo utilizados para resolver un problema que no es nuestro", señaló Ned Norris, Jr., uno de los jefes de la tribu. "El de la inmigración es un problema del Gobierno de EE UU, pero éste no lo está pagando".
Hace unos días, un periódico de Arizona relataba la historia del inmigrante mexicano Alfredo Martínez Ruiz, hoy residente en California y quien había ido a la reserva a buscar los restos de su hermano Rafa, quien supuestamente había muerto de sed en el verano pasado intentando cruzar la frontera. Después de varios días de búsqueda y con la ayuda de la policía de los Tohono y la Patrulla Fronteriza, Martínez Ruiz y otros familiares y amigos que lo acompañaban encontraron lo que buscaban. "No había sangre, ni carne, ni órganos; solamente los huesos torcidos enterrados en la tierra y envueltos en unos pantalones cafés", fue la descripción del diario Tucson Citizen. "Los Estados Unidos. Para algunos, una bendición; para otros, una maldición", sentenció un familiar de Rafa.
Para intentar salvar vidas de inmigrantes perdidos en el desierto como en algún momento lo estuvo Rafa, una organización humanitaria de Tucson, Arizona, llamada Bordes Humanitarios, ha establecido estaciones móviles en donde deja garrafas de plástico con agua para tomar. Su líder es el pastor protestante Robin Hoover, quien a menudo está en batallas públicas con las autoridades por sus políticas de inmigración, y quien explicó que durante el verano se reparten diariamente más de 10.000 litros de agua (según los expertos, para sobrevivir en el verano en el desierto de Arizona se necesita tomar cuatro litros cada hora).
"Es inmoral esto de utilizar el desierto como parte del sistema de disuasión. Debemos alzar nuestra voz y señalar que las muertes en el desierto son inaceptables", señaló Hoover, quien en su última controversia ha acusado a los Tohono de destruir estos recipientes de agua intentando así reducir la atracción para los inmigrantes. La tribu responde que por tradición son gente humanitaria, pero que, dadas las circunstancias del enorme tráfico de indocumentados, han tenido que revisar hasta dónde llega su compasión.
Milicias privadas
Además de las muertes, el tráfico de drogas y la violencia, otra de las consecuencias de que el tráfico de inmigrantes se haya desplazado a lugares como Arizona es que en el área han surgido milicias privadas dedicadas a disminuir los cruzes fronterizos. De lugares como Tejas y California han aparecido en Arizona personajes sacados de una película sobre el salvaje Oeste. Organizaciones antiinmigrantes de corte conservador y, según los críticos, de inspiración xenofóbica, como Guardia Americana o Rescate de Rancheros, realizan patrullajes nocturnos armados en las fincas ubicadas en la frontera y procediendo a detener a cuantos inmigrantes encuentran. Uno de estos individuos es Chris Simcox, fundador y líder de un grupo de voluntarios llamado Defensa Civil Interna. "No tenemos otra alternativa más que hacer lo que hacemos, hemos protestado ante las autoridades y nos han ignorado", explicó Simcox, editor y dueño además de un semanario en el pueblo fronterizo de Tombstone.
A unos pocos kilómetros de la reserva indígena se encuentra la ciudad de Douglas, lugar que ganó un papel en la historia de la frontera cuando en tiempos de la revolución mexicana, Pancho Villa entró montado en su caballo en el hall del hotel Gadsden, ubicado en la avenida principal de la desierta localidad. Douglas está apenas a un par de cuadras del cruze fronterizo, pero su prominencia hoy le viene del hecho de que alberga la más grande estación de la Patrulla Fronteriza en todo Estados Unidos, con más de 500 agentes en varias manzanas de terreno confiscado a narcotraficantes.
En su interior hay un cuarto de controles con 40 monitores que transmiten las imágenes de 26 cámaras instaladas en la línea fronteriza en los alrededores de Douglas. Al igual que en San Diego, es tarea de titanes cruzar la frontera en este sitio. Tanto la tecnología como el número de agentes en constante vigilancia hace difícil escabullirse a territorio estadounidense. Hay tres millas de iluminación de calidad de estadio de fútbol, vallas metálicas, sensores electrónicos, torres de observación y agentes con vehículos todoterreno listos para movilizarse a la primera llamada. De ser necesario, la Patrulla Fronteriza puede pedir apoyo aéreo, ya que también dispone de su propia flotilla de helicópteros.
En el lado mexicano, frente a Douglas se encuentra Agua Pietra. Ahí descansaba en un banco hace unos días Miguel García Romero, un campesino de 43 años, originario de Chihuahua, quien explicó que su destino final era Utah, en donde trabajaba en la agricultura y desde donde enviaba 700 dólares mensuales a sus tres hijos en México.
Después de varios intentos frustrados de internarse por Douglas, García Romero decidió volver a su país, a pesar de que su pueblo, dijo, era un lugar "donde hasta los animales se mueren de hambre". Por dos semanas había sido detenido cada noche, y como carecía de fondos o familiares o amigos en EE UU para pagar un coyote, no tenía más opciones. "No puedo volar", respondió el campesino ante la pregunta de por qué no había cruzado "al otro lado".
Las posibilidades de cruzar con éxito, sin embargo, son mayores si el interesado se desplaza unos kilómetros al este o el oeste de Douglas. Siempre que se tenga el dinero para pagar a un buen coyote. Éstos, literalmente se han vuelto imprescindibles en el tráfico migratorio, aunque al mismo tiempo son hoy el blanco de las acciones de la policía y justicia estadounidenses.
La nueva política de Bush
EL PRESIDENTE de Estados Unidos, George Bush, anunció el pasado miércoles una gran reforma política de inmigración que permitirá legalizar a entre ocho y once millones de trabajadores extranjeros sin papeles, de los cuales el 60% son mexicanos. Esta reforma pretende que el inmigrante indocumentado podrá solicitar un estatus de trabajador temporal con un visado de tres años, renovable, que le daría acceso al salario mínimo, la protección y los derechos básicos de los trabajadores estadounidenses.
Esta medida llevará aparejada el que los trabajadores temporales podrán traer a su familia si demuestran que la pueden mantener, pero deberán regresar a sus países al concluir sus permisos. Sólo los inmigrantes enviaron 14.000 millones de dólares desde EE UU a México en 2003.
Hasta ahora, el presupuesto de la Patrulla Fronteriza había aumentado cada año en varios cientos de millones de dólares para la compra de equipos sofisticados para detectar inmigrantes y la contratación de miles de nuevos agentes. Al mismo tiempo había reducido a niveles mínimos el personal encargado de buscar immigrantes ilegales en los centros de trabajo.
Estados Unidos tiene destacados en su frontera con México, dedicados a la interceptación de inmigrantes, más de 9.000 agentes de la Patrulla Fronteriza. En constraste, en todo el territorio estadounidense hay apenas 300 agentes dedicados a inspeccionar fábricas, restaurantes y otros centros de trabajo donde se sabe que trabajan indocumentados.
"Bienvenidos a la frontera de la hipocresía", señaló Claudia Smith, una abogada crítica de la política de inmigración del Gobierno estadounidense y quien regularmente organiza vigilias en San Diego para recordar a los inmigrantes que han muerto queriendo cruzar la frontera. "Estados Unidos nunca intentó realmente cerrar la frontera, lo único que quería hacer era mantener la inmigración ilegal alejada de los ojos del público".
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