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Israel estudia exponer también su arsenal atómico

La reciente decisión por parte de Libia de permitir que los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) supervisen sus instalaciones nucleares y la predisposición mostrada por Irán en este sentido podrían obligar a Israel a hacer lo propio en un futuro próximo, según fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Aunque ningún Gobierno hebreo, ya fuera de derechas o de izquierdas, ha reconocido hasta la fecha que Israel disponga de armas atómicas, los institutos de estudios estratégicos y publicaciones especializadas le asignan unas 200 cabezas nucleares. Fuentes del Ministerio de Defensa aseguran que seguirán siendo secretas, pues son la única fórmula que garantiza la existencia del Estado hebreo. Pero otras del departamento de Asuntos Exteriores consideran que si, una vez ocupado Irak, el resto de países de Oriente Próximo abren todos sus arsenales de armas de destrucción masiva a las inspecciones internacionales, habría llegado el momento de que Israel también lo hiciera.

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Dado que a corto plazo está por ver el grado de cooperación que muestra la República Islámica, a la que los expertos israelíes acusan de tener el programa nuclear más avanzado de su entorno geográfico inmediato, lo que el Ejecutivo podría hacer sería ratificar la Convención de Armas Químicas.

Firmado este tratado internacional en 1993 por iniciativa del difunto Isaac Rabin, no ha sido ratificado por los sucesivos primeros ministros, que han visto en esta convención una pieza de canje que les permite seguir postergando la cuestión nuclear. Aparentemente, si no lo ha hecho hasta ahora ha sido también por razones económicas y científicas, pues la ratificación podría prohibir la producción y comercialización de algunos de los componentes que desarrollan en los laboratorios de Nes Ziona (localidad próxima a Tel Aviv).

Si se viera comprometido a ratificar esta convención por las nuevas corrientes de desarme que soplan en la zona, promovidas desde Washington, los que quedarían puestos en evidencia serían Siria y Egipto. Pero ambos países, que disponen de importantes arsenales químicos, siguen insistiendo en que no destruirán sus armas químicas en tanto en cuanto Israel no firme el Tratado de No Proliferación, según el que se comprometería a aceptar voluntariamente las inspecciones de la OIEA.

Desde hace años, tanto Siria como Egipto se niegan a firmar la Convención de Armas Químicas con la excusa de que suponen su única fórmula de disuasión en el caso de verse abocadas a una nueva conflagración bélica con el país vecino.

A pesar de que fueran expuestas en 1986 en una entrevista concedida al periódico The Sunday Times por Mordejai Vanunu, un antiguo trabajador de la central de Dimona (situada en el desierto del Neguev), y luego confirmadas por el periodista neoyorquino Seymour Hersch en su libro La opción Sansón, las armas nucleares constituyen uno de los secretos mejor guardados de Israel.

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