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Acotaciones al cambio

De repente, todo en Cataluña resulta nuevo o, cuando menos, distinto de lo anterior: el presidente de la Generalitat, el conseller en cap y los miembros del Gobierno, los secretarios generales y, bien pronto, los directores generales... Pero no se trata sólo, ni principalmente, de los cargos: cambian también -o eso se espera- el discurso y el lenguaje políticos, la gestualidad y la simbología, los ritos, los referentes y los latiguillos del poder, y se hace preciso revisar los esquemas de análisis y las categorías conceptuales que tan útiles nos fueron durante más de dos décadas, y tanto medios de comunicación como articulistas curtidos en muchos lustros de actitud crítica se ven ahora compelidos hacia el gubernamentalismo y viceversa. Todo ello, mientras todavía no hay casi nada concreto que ensalzar o que denostar, porque el Ejecutivo de Maragall se halla apenas en fase de botadura, procurando completar su organigrama y explicar sus propósitos en ardua lucha contra el sopor navideño. Con esta cláusula de salvaguardia -la de que no existe aún gestión susceptible de ser evaluada- y procurando no incurrir en juicios temerarios, permítanme apuntar a continuación un puñado de observaciones heterogéneas hechas al hilo de lo ocurrido durante las últimas tres semanas.

- La historia. Cualquier gobierno, cualquier poder, tiende a seleccionar en el frondoso pasado determinados episodios y personajes para elevarlos a la categoría de predecesores y construir con ellos su propia genealogía legitimadora; Pujol lo hizo profusamente con materiales tan diversos como Guifré el Pilós, Feliu de la Penya y Prat de la Riba. Diríase, sin embargo, que en esta materia el presidente Maragall no sabe muy bien dónde buscar; en su discurso de toma de posesión aseguró que "nunca en la historia moderna la izquierda de este país había gobernado en un entorno de tranquilidad, de paz, de evolución económica normal", tesis que no se corresponde con la realidad objetiva del ilusionado trienio 1931-33 ni deja en muy buen lugar a sus socios de Esquerra Republicana; durante el acto del Tinell evocó, como precedente del tripartito, la Solidaritat Catalana y el Presupuesto Extraordinario de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, allá por 1907-08, pero ni la Solidaritat fue un gobierno -sino una coalición electoral unitaria- ni era de izquierdas, puesto que la mitad de sus electos se adscribían al carlismo y a la Lliga. Si quiere antecesores intachables, la coalición actual sólo puede hallarlos en los gobiernos que Cataluña tuvo desde el 14 de abril de 1931 y hasta la crisis de 1934; gobiernos presididos y dominados por ERC, es verdad, pero con consejeros socialistas tan ejemplares como Rafael Campalans y Manuel Serra i Moret.

- La geometría. Por supuesto, tanto la cultura como la liturgia -si prefieren términos más laicos, el protocolo o la puesta en escena- de una coalición no se improvisan, pero habrá que esforzarse en ponerlos a punto, en ajustar no sólo el reparto de funciones, sino el de papeles entre los "tres tenores" del Ejecutivo catalán; digo yo que no van a pasarse la legislatura yendo siempre juntos, cual siameses, a cualquier acto o comparecencia de algún relieve político o social para no perder cuota de pantalla. En el Parlament, las cosas resultan aún más complicadas: antes, hasta en tiempos de mayoría absoluta, de los cinco grupos presentes había uno que apoyaba al Gobierno y cuatro que le daban caña, incluso si al final alguno de éstos terminaba votándole; ahora se dibuja un esquema con tres portavoces en lírica competencia por ver cuál de ellos le encuentra más gracias a la labor del Ejecutivo y cuál le arrea más leña a la oposición... Que ello sea perfectamente reglamentario no lo pongo en duda, pero democrática y pedagógicamente va a quedar raro.

- El Gobierno. Lo encuentro poco maragalliano, es decir, sin sorpresas, sin esos golpes de efecto que descolocan al personal y a los que tan aficionado era el ahora presidente en su etapa de alcalde. Se ha preferido la seguridad a la imaginación, se ha dado prioridad a las competencias y las lealtades probadas sobre los experimentos. No lo critico, como tampoco reprocharé al nuevo Consell Executiu la falta de paridad entre sexos porque no creo en ella, pero sí quisiera subrayar otra promesa, ésta felizmente incumplida:

"Habrá charnegos en el nuevo Gobierno", aseguró el dirigente de Iniciativa Jordi Guillot en EL PAÍS del 13 de diciembre. Pues bien, he examinado atentamente las 17 biografías concernidas y no he sabido encontrarlos, de lo cual me alegro muchísimo, porque ya sería el colmo que a estas alturas del siglo XXI, cuando nuestros barrios y nuestras escuelas son un calidoscopio de personas de los cuatro continentes, todavía tuviese significado político un concepto tan obsoleto y discriminatorio como el de charnego.

- Peligros. Uno de los más obvios es el exceso de autocomplacencia, el mecachis, qué guapos somos; por primera vez desde 1980, el Gobierno de Cataluña cuenta de entrada con el favor muy mayoritario de la opinión publicada en este país, y le será preciso un esfuerzo intelectual específico para no dejarse cegar por esa nube. Otro riesgo posible es el síndrome del año cero o la tentación creacionista: la tendencia a creer, llevados por la propia retórica del cambio, que Cataluña es un folio en blanco o una masa de arcilla húmeda y que basta el Diari Oficial de la Generalitat para dibujar o moldear sobre ella lo que se quiera; es un riesgo menor, de todos modos, porque una de las primeras lecciones del poder versa sobre los límites del poder. En fin, es obvio que Convergència i Unió no puede eludir la responsabilidad que ha tenido sobre los 23 últimos años, pero sería muy malo que usarla por sistema para acallar sus críticas bloquease la imprescindible dialéctica Gobierno-oposición.

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Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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