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El desencanto democrático mexicano

El sucesor del presidente Vicente Fox será elegido en 2006, pero, aun así, la política mexicana gira ya en torno a los nombres de quienes intentarán tomar el relevo. Tanta anticipación revela una visión muy pesimista sobre lo que puede suceder durante los próximos años: nadie espera que el nuevo mapa político surgido de las elecciones del pasado 6 de julio vaya a permitir resultados espectaculares. Aunque el vencedor nominal fue el PRI, que pasó de 209 a 224 escaños, mientras el gobernante PAN caía de 207 a 153, lo cierto es que la gran triunfadora fue la abstención, con un ominoso 60%. El peligro que perciben muchos observadores es que esa abstención sea el síntoma de un grave descrédito de los partidos políticos, sólo tres años después de la tan esperada alternancia en la presidencia.

Si se produce la reactivación de la economía de Estados Unidos, también la economía mexicana podrá superar el actual bajo ritmo de crecimiento, entre el 1% y el 2%, que ha supuesto la destrucción de medio millón de empleos. Pero no es seguro que una mejora económica pueda compensar a estas alturas la decepción de los electores ante las grandes expectativas creadas por Fox, que habló en su campaña de 2000 de crecer al 7% -como en el último año de Zedillo- y de crear más de un millón de nuevos puestos de trabajo. Lo más preocupante, quizá, para los economistas es que en estos años México no ha compensado con inversiones en educación e infraestructura su pérdida de competitividad frente a China, cuyos inferiores salarios están atrayendo a las empresas maquiladoras que producían en la frontera norte para vender en Estados Unidos.

La crisis norteamericana ha significado tres años perdidos y un clima de fatalismo en la sociedad mexicana que salva a la figura del presidente como persona bienintencionada, pero no parece creerle capaz de resolver sus problemas. En un ambiente tan poco positivo, Fox ha relanzado su propuesta de consenso entre las principales fuerzas políticas para acordar lo que su Gobierno ve como grandes reformas pendientes: la del sector energético y la fiscal. Atraer inversión privada para la industria petrolífera y para la generación de energía, y racionalizar los ingresos fiscales -ahora muy dependientes del petróleo- son cruciales tareas pendientes, pero Fox no tiene respaldo propio para lograr la aprobación legislativa de esas reformas, y -sumada a su incapacidad patológica para la negociación política- la crisis de los principales partidos no le ha permitido llegar a acuerdos.

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Según el Informe sobre desarrollo democrático en América Latina que hará público el PNUD a comienzos del año próximo, la desconfianza hacia la política democrática es probablemente consecuencia de la supeditación del crecimiento a los condicionantes externos y de la restricción de la agenda social. Pero las divisiones de los partidos y sus actuaciones irregulares no mejoran las cosas. El PRI ya se vio castigado con una cuantiosa sanción económica -90 millones de dólares- por haber utilizado en la campaña electoral de 2000 una muy generosa donación del sindicato de Pemex, la empresa pública del petróleo. Y después le ha tocado al PAN -16 millones de dólares- por haber tenido también financiación opaca a través del grupo Amigos de Fox.

A esto se suma que el PAN se siente marginado de la Administración de Fox, pese a los esfuerzos recientes que el presidente ha hecho por mejorar la relación, y que el PRI está profundamente dividido en familias, que no sólo están en desacuerdo sobre las ventajas e inconvenientes de negociar con Fox las reformas económicas, sino que sobre todo se enfrentan por la candidatura para el 2006 y por el control del partido. A los choques de la dirigente del PRI en el Congreso y secretaria general del partido, Elba Esther Gordillo, con el grupo del PRI en el Senado ha venido a sumarse su enfrentamiento con el propio presidente del partido, Roberto Madrazo, en torno a la reforma fiscal. Finalmente, la reforma ha fracasado, pero la crisis del PRI es una realidad irremediable, que podría significar una ruptura profunda.

El Partido de la Revolución Democrática, que comenzó como una escisión del PRI en 1987 e incorporó después a casi toda la izquierda mexicana, está igualmente dividido entre sus familias, y parece tener un grave problema de endeudamiento económico. Pero, en cambio, tiene un ya casi indiscutible candidato a la presidencia, el jefe del Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, que disfruta de una popularidad sin precedentes y no muy justificada en términos de su gestión real. El problema es que esa popularidad difícilmente arrastrará a su partido al primer lugar en las elecciones de 2006 -en las últimas elecciones obtuvo un 17,6%-, por lo que, si realmente llegara a presentarse y triunfara, tendría (agravado) el mismo problema que hoy tiene Fox con el legislativo.

Se podría pensar que esto convierte al PRD en una excepción, frente a otros partidos más institucionalizados como el PAN y el PRI. Pero la opinión más extendida en México es que, tras la irrupción de la campaña personalizada de Fox en 2000, que puso al PAN frente a un hecho consumado que está en el origen de las actuales tensiones entre el presidente y su partido, la tendencia dominante en la política mexicana es la de una creciente personalización. En este sentido, López Obrador sería un adelantado, no una excepción. La propia esposa del presidente Fox, Marta Sahagún, sostiene que está muy cerca el momento en que una mujer llegue a la presidencia -aunque últimamente haya asegurado que ella se descarta-, y participa en reuniones de mujeres políticas de todos los signos de las que bien pueden salir candidaturas muy personales, incluso si las respaldan con mayor o menor entusiasmo sus partidos.

En este contexto, el que hasta este año fuera secretario de Relaciones Exteriores de Fox, Jorge G. Castañeda, ha puesto en marcha ya su propia candidatura para 2006, buscando el contacto con universitarios y líderes sociales a lo largo y lo ancho de México, haciendo hincapié en las reformas institucionales y presentándose como el candidato de las ideas. No le faltan argumentos para ello: Castañeda animó un grupo de reflexión para la renovación de la izquierda en América Latina, grupo al que asistió -ante la sorpresa de la izquierda mexicana- el propio Fox, y ha publicado media docena de libros bastante interesantes, y alguno imprescindible. Cuenta con indudable respaldo económico -tras el que algunos ven la mano de Carlos Salinas- y un perfil suficientemente heterodoxo como para poder reclamar el apoyo de los mismos electores que votaron por Fox y que no se identifican con el PAN, a la vez que de amplios sectores sociales, de centro y centro-izquierda, insatisfechos con la actual oferta partidaria.

Ludolfo Paramio es director de la Unidad de Políticas Comparadas del CSIC y del doctorado en Gobierno y Administración Pública del Instituto Universitario Ortega y Gasset.

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