La automutilación electa
Serbia ha votado el domingo y lo ha hecho con más contundencia aún de lo ya esperado en favor de los ultranacionalistas, comunistas y radicales antioccidentales y de los criminales de guerra que llevaron al país al paroxismo identitario, a la guerra, a la ruina y finalmente a la desmembración. Serán muchos los que se pregunten cuál es la íntima locura que lleva a una sociedad a volcarse en favor de opciones que no sólo perpetuarán su ruina, sino que podrían ser capaces de profundizarla por mucho que esto parezca difícil de conseguir. En sólo tres años la población que acabó con el régimen de Slobodan Milosevic y parecía decidida a romper definitivamente el maleficio balcánico del odio y el rencor como cultura política, vuelve a entronizar al nacionalismo ultramontano, al tribalismo despechado, victimista y pendenciero.
El único dato inequívoco de los resultados de las elecciones legislativas del domingo está en que el partido vencedor, con más de 10 puntos de ventaja sobre el segundo, es la formación liderada por un criminal de guerra. Aunque todavía no condenado por el Tribunal Internacional de La Haya, que lo juzga actualmente, nadie puede calificarlo de criminal supuesto porque él mismo, Vojislav Seselj, se ha vanagloriado siempre públicamente de su protagonismo en la limpieza étnica y la siembra del terror por medio del crimen tanto en Croacia como en Bosnia y en Kosovo.
A nadie puede dejar indiferente que el 27% del electorado de un país europeo vote para dirigir su Gobierno a un hombre que siempre ha expresado placer por la muerte de hombres, mujeres, ancianos y niños a manos de sus bandas de asesinos paramilitares. Ni la crisis económica ni el hartazgo con las intrigas, la ineficacia y la falta de resultados prácticos del Gobierno de DOS que gobierna desde la caída de Milosevic pueden justificar semejante opción política y moral. Con Milosevic todavía cabía explicar el apoyo electoral con el miedo y la manipulación electoral. El voto del domingo no admite argumentos tan piadosos.
Pero lo alarmante es que Serbia no nada esta vez contra la corriente en su automutilación elegida y esta vez perfectamente voluntaria. Porque no era necesaria tamaña confirmación del doloroso y temible hecho de que hemos entrado en el nuevo milenio con un proceso de marcada regresión democrática en muchas regiones del mundo, desde Rusia a Venezuela, desde Bolivia a Ucrania. La ofensiva democrática de los años ochenta y noventa se ha ido agotando de forma lenta, pero inexorable. Hace 10 años se hablaba del "fin de la historia" como la entrada de una fase ya indefinida de armonía en una comunidad internacional en la que la democracia y la sociedad abierta serían axiomas incontestados. Serbia y otros países aún sumidos en el salvajismo político del siglo XX previo a 1989, parecían tan sólo "flecos" en el proceso, asignaturas pendientes de una carrera que, antes o después, habría de llegar a buen fin. Aquel determinismo histórico de los demócratas tras la caída del muro, tan disparatadamente utópico como el del marxismo-leninismo, está ya hecho añicos como recuerda en su magnífico libro Travesías liberales, del fin de la historia a la historia sin fin del historiador mexicano Enrique Krauze.
Hoy el desprestigio de la democracia misma y de sus instituciones internacionales más representativas la ha despojado de una superioridad moral universalmente admitida hace sólo una década. La responsabilidad de que así haya sido recae en no poco grado sobre las grandes democracias, EE UU y la UE. La relativización del Estado de derecho y la falta de respeto en las relaciones internacionales impuestas por EE UU han sido determinantes. Europa ha hecho también su muy seria aportación con sus querellas e impotencia.
Con los resultados habidos en Serbia, el partido de Seselj no podrá gobernar previsiblemente. Pero hará oposición contra alguna coalición frágil de las posibles entre nacionalistas moderados y demócratas siempre desunidos. A falta de un éxito inverosímil de un Gobierno débil desde un principio, los hombres del asesino tienen fundadas esperanzas de conseguir una mayoría absoluta en unas próximas elecciones y no tener que esperar para ello al final de la legislatura que comienza.
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