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Columna
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Partes de guerra

El año termina y la guerra continúa en Irak. Esas fórmulas sobre la posguerra, la pacificación o la reconstrucción de ese país son meros eufemismos. Una guerra no termina porque uno de los bandos -en este caso la llamada coalición, otro eufemismo para nombrar a EE UU y sus auxiliares- así lo proclame. Y la de Irak continúa pese a la captura de ese ser desgreñado, barbudo y atontado que había sido el tirano del país y que mal podía dirigir ninguna resistencia desde su agujero de rata acosada.

Decenas de soldados extranjeros y civiles iraquíes murieron o resultaron heridos ayer en ataques contra las tropas de la coalición bajo mando polaco, en Kerbala, la zona donde están los españoles; seis soldados norteamericanos perecieron en Navidad en ataques de la resistencia en Bagdad y alrededores; numerosos colaboracionistas locales han fallecido violentamente en los últimos días y el Ejército de EE UU desarrolla feroces operaciones terrestres y aéreas contra los insurgentes. A eso se le llama una guerra en todas las lenguas. Pueden utilizarse calificativos eufemísticos, por ejemplo ese tan norteamericano de la baja intensidad, pero el sustantivo es indudablemente bélico. La verdad del barquero es que en Irak existe una coalición de patriotas -sadamistas o no- y de nacionalistas árabes y fundamentalistas musulmanes -locales y extranjeros- que se oponen con las armas a la ocupación. Ese fenómeno y la vigorización del terrorismo islamista son los peligros a los que aludían los opositores a esta guerra. Con tristeza contemplan que los hechos les dan la razón.

Más información
La resistencia iraquí mata a dos soldados estadounidenses en Bagdad y Faluya

España ya ha pagado un elevado tributo de sangre por la decisión de Aznar de convertirse en el palmero de Bush en esta disparatada aventura. La historia juzgará severamente al jefe del PP por traicionar los intereses nacionales españoles al abortar la posibilidad de emergencia de una política exterior europea en torno a la oposición de París y Berlín a la guerra de Irak, y por haberle granjeado a España la enemistad de parte del mundo árabe y musulmán. Ahora el daño está hecho y sólo cabe que, como señaló Zapatero, la permanencia en Irak de nuestras tropas y las de toda la coalición se enmarque en una misión clara de la ONU, consensuada en el Consejo de Seguridad.

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