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Columna
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Loterías

Todo es cuestión de suerte, de baraka, de buena o mala potra. Unos nacen en Sort y a otros les toca preparar la reválida en Bagdad (con el riesgo añadido de ser examinados por Ana de Palacio) o ir a la escuela en Luanda sorteando minas. Dentro de algunos meses el columnista les recordará, en su entrega del sábado, que todo el año es carnaval. Ahora aprovecha para felicitarles el próximo año nuevo y para recordarles igualmente algo que ustedes saben. A saber: que tampoco esta vez les ha tocado la lotería de Navidad y que lo más probable es que tampoco el Niño les haga millonarios o les saque de pobres y dejen de engrosar esa estadística, cada vez más oronda, de ciudadanos que llegan asfixiados a final de mes.

Sólo hay algo tan azaroso, injusto y arbitrario como la lotería de Navidad. Se trata de la vida. La fortuna, siempre dándole vueltas a su rueda, es caprichosa. En la Edad Media fue uno de los temas de más aceptación y popularidad, todo un best-seller. El Siglo de las luces sirvió para que algunos se hicieran la ilusión de que la voluntad y la razón, empleados a modo de palanca, moverían el mundo al margen de la ingrata, veleidosa y fascista Fortuna. Hemos visto que no. La razón imperante, la justicia, la igualdad de oportunidades son aún, todavía, una quimera. Aquí sigue mandando un señor sin un pelo, con la cabeza glabra (quizás por aquello de que la ocasión la pintan calva) que les sopla a unas bolas de la suerte con aires de misterio y polvos mágicos. Loterías y Apuestas del Estado. Hagan juego.

A lo mejor su suerte, estimados lectores, negra como el carbón hasta anteayer, cambia de pronto gracias a un número impreso en un papel con la reproducción de un cuadro de Berruguete. No me parece mal la lotería. Ni siquiera tengo nada especial contra el bingo y las tragaperras. Lo que me gusta menos es que todo dependa de la maldita suerte: tu marido o mujer, tus hijos, tu trabajo, tus enchufes, tu coche, tu hipoteca, tu próstata o el coqueto adosado que compraste en algún arenal de Cantabria y que ahora van a demoler por orden judicial. No es justo.

Estos días sufrimos, además, la proliferación hasta la náusea de los llamados maratones solidarios. Nuestras televisiones se convierten en la corte catódica de los milagros. Todo es cuestión de suerte. El caso es, por lo visto, saber aprovecharla. Si a usted le van a desahuciar de su vivienda, y además tiene un cáncer de pulmón y le falta una pierna y le falla la vista de un ojo, con un poco de suerte podrá participar en un programa de televisión y contar sus desgracias mientras suena de música de fondo un villancico cantado por Raphael y a una azafata con un traje minúsculo de Santa Claus se le escapan un pecho y una lágrima. Si todo esto sucede, es posible que usted, con su cáncer, su cojera y su ojo apagado consiga que el casero renuncie a desahuciarle (o que algún alma caritativa le pague el alquiler). Lo mismo pasa si le pasa por encima un huracán cabrón, de esos que arrasan Centroamérica de vez en cuando: procure que le pille en Navidad. Pasa lo mismo con las mareas negras. Y, por supuesto, si lo que más desea es conocer a su futbolista preferido, póngase a morir la víspera del día de Reyes. Si hay suerte, antes de que la palme, Raúl o Beckham pasarán por su UVI.

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