ETA no da tregua
La cooperación francesa, subrayada por el ministro del Interior en la rueda de prensa en la que informó de la detención de los dos terroristas, y la eficaz actuación del Cuerpo Nacional de Policía evitaron una tragedia en Nochebuena. Por el lugar y la fecha escogidos, el atentado que ETA se aprestaba a ejecutar en la madrileña estación de Chamartín en la tarde del día 24 de diciembre prometía ser de una barbarie indecible. En el momento de ser capturados por agentes del Cuerpo Nacional de Policía, dos terroristas, miembros de un comando legal, es decir no fichado, ya estaban en marcha para materializar sus propósitos: la detonación de dos maletas cargadas de explosivos en un tren recién llegado a la estación de Chamartín. En el momento en que tenían planeado el estallido de las maletas, hacia las cuatro de la tarde, la estación estaría llena de ciudadanos embarcándose en los trenes que les llevaran a celebrar la cena de Nochebuena junto con los suyos. Tanto si los terroristas pensaban avisar de sus propósitos antes de esa hora como si no, la confusión, el terror, la angustia y el dolor estaban garantizados a gran escala. Por no hablar de la posible matanza.
Aunque recién descabezada de nuevo y debilitada organizativa y políticamente, ETA no da tregua. Ni en Nochebuena y Navidad. Los planes de los dos aspirantes a asesinos en masa implicados en el frustrado atentado de Chamartín prueban que esta organización sigue siendo ajena a los más elementales valores de la humanidad, empezando por el derecho a la vida, y a cualquier espíritu religioso o cívico de concordia y paz como el de la Navidad. También prueban que, con independencia de los debates políticos en marcha, incluido el relativo al plan Ibarretxe, estos fundamentalistas del independentismo vasco van a la suya.
Estos elementos deberían hacer reflexionar a los promotores de la reforma del Estatuto de Gernika. Sin que ETA renuncie a la violencia y sin que buena parte de la sociedad vasca recupere la posibilidad de expresarse libremente sin temor a agresiones físicas y morales, no existen las condiciones mínimas para la discusión serena, civilizada y democrática que exige una reforma estatutaria y constitucional. Ibarretxe propone debatir un plan a sabiendas de que la mitad de los vascos no son libres para expresar su desacuerdo. El comienzo de la recomposición de la unidad de los vascos pasa por enviar a ETA el claro mensaje de que nada, absolutamente nada, justifica su culto al terror y la muerte.
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