Los desalojados
Después de habitar durante 23 años un palacio, es difícil no creer que es la propia casa. Si además el habitante está convencido de que el palacio está reservado a los nacionalistas y de que él y su grupo son los únicos nacionalistas auténticos del lugar, se entiende perfectamente el desasosiego que origina tener que coger los bártulos y marcharse. Un veterano dirigente político socialista lo describía así en la recepción de toma de posesión del nuevo presidente: "Tienen la sensación de que estaban en casa tan tranquilos viendo la tele un domingo por la tarde y de que llegaron unos extraños y les echaron diciéndoles que aquella casa no era la suya".
CiU ya no está en el Palau de la Generalitat. 23 años crean muchos hábitos, en los gobernantes y en los gobernados. Quizá por eso lo que más me estremeció del acto del pasado sábado fue el momento en que el presidente Pujol se dirigió, al iniciar su parlamento, al muy honorable presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. Era verdad, la fórmula cambiaba: el propio Pujol oficiaba el cambio, y las fórmulas tienen importancia porque crean rutina. CiU se va y los esfuerzos de sus dirigentes por guardar las formas no han podido disimular sentimientos tan humanos como el resentimiento y la estupefacción.
El problema de CiU es que se va a la oposición -territorio exigente, en el que tiene escasa práctica- en una situación relativamente delicada. No porque peligre, por lo menos a corto plazo, su unidad como coalición, sino por el lugar en que queda situada en el sistema político catalán.
La decisión de Carod de hacer prevalecer la opción de derecha frente a izquierda sobre la de nacionalistas frente a no nacionalistas escora automáticamente a CiU a la derecha. El recordatorio de su alianza de ocho años con el PP no hace sino reforzar esta percepción. Podría decirse que CiU firmó su destino inconscientemente en la última legislatura al preferir la alianza con el PP a la coalición con Esquerra. Ahora el espacio de la izquierda está visiblemente ocupado por el Gobierno tripartito, y CiU, quiera o no, queda al otro lado, y allí deberá estar para hacerse oír como oposición. La ambigüedad del nacionalismo que se presenta por encima de derechas y de izquierdas decae. En la medida en que el Gobierno es de izquierdas, CiU, eje de la oposición, es la derecha.
Está sobradamente probado que en política los enemigos de hoy pueden ser los amigos de mañana y que forma parte de este oficio cierta piel de elefante que blinda de las críticas más feroces -que no de los elogios, que desgraciadamente traspasan cualquier barrera y van directamente a la vanidad del que los recibe-. Pero el enfrentamiento CiU-Esquerra ha sido muy agrio. En campaña, CiU no reparó en agresividad contra Esquerra, a la que acusó de traidora potencial. Después, los convergentes se han sentido humillados por la forma con que los republicanos han llevado la negociación, y a continuación han soltado todo su despecho contra Carod y los suyos. Todo ello coloca, por lo menos por un tiempo, una barrera psicológica entre CiU y Esquerra, con lo cual CiU, además de escorada a la derecha, se encuentra con que, a día de hoy, en Cataluña sólo tiene un partido con el que suscribir alianzas de futuro: el PP.
Por si estas dos incomodidades fueran pocas, el propio PP no le pone las cosas nada fáciles. Atacando a Maragall y al Gobierno tripartito con la contumacia y ferocidad con que lo está haciendo, puede que gane algún voto para marzo, pero no hace sino consolidar al nuevo Gobierno. Como decía un dirigente de CiU, "si el Gobierno de Aznar no para en sus ataques, sólo tendremos dos posibilidades: callar o defender a Maragall". A mediados de septiembre, Aznar atacó en tromba a Maragall. CiU comprendió el peligro que para ella significaba. Y se movió para que Aznar bajara el tono. Lo hizo; pero entonces CiU gobernaba y marzo todavía estaba lejos. Veremos si ahora en el PP les hacen caso.
En este panorama, CiU tendrá que bajar el pistón del resentimiento, que nunca lleva a ninguna parte, y cargarse de paciencia con mucho trabajo político de fondo. Buscar en marzo un resarcimiento moral es un buen modo de aglutinar al partido. Pero difícilmente marzo le dará unas perspectivas que mejoren su situación. Si Rajoy les necesitara, dejarían muchos jirones en una nueva alianza con el PP. Y si les necesitara Zapatero, ¿cómo negarse sin aparecer como enterradores del nuevo Estatut?
Del discurso de toma de posesión de Maragall -excelente en muchos momentos como afirmación de un paso a la izquierda- me pareció equivocada la insistencia en presentar a CiU como un partido ajeno a los sectores sociales que vienen de abajo. ¿Dónde empiezan y dónde acaban hoy las clases populares? Creo que es un error: sobre todo fuera del área metropolitana de Barcelona, CiU es un partido cuya implantación en los sectores llamados populares es innegable. Como es innegable que en ciertos ambientes de simpatizantes de CiU y de Esquerra, formados sentimentalmente en la cultura nacionalista del nosotros y los otros, la decisión de Esquerra ha originado desconcierto.
Quiero decir con ello que CiU tiene terreno para trabajar políticamente. Como todos los partidos que dejan el poder después de mucho tiempo, corre el riesgo de columpiarse en el discurso de la victoria moral. Artur Mas, de tanto repetir que ha ganado las elecciones, puede acabar confundiéndose. Por su propio bien, no estaría mal que de vez en cuando recordara que ganó en escaños pero no en votos. Es un modo sano de relativizar la frustración, y de afrontar un periodo difícil, en el que entre otros obstáculos se encontrará con una ley electoral que no le dará las facilidades que tenía ahora. Si CiU no quiere entrar en el túnel en el que entró el PSOE, por ejemplo, debe tomar rápidamente conciencia de la realidad. Algunos de sus dirigentes dicen que se van a reír mucho porque este Gobierno con tantas familias será un vodevil. Ocurre a menudo que los partidos que pierden el poder se escudan en que los otros lo harán muy mal y en que disfrutarán muchísimo viendo el espectáculo, y al cabo de pocos meses se están ya muriendo de aburrimiento. La oposición es muy tediosa y se hace muy larga cuando no se está acostumbrado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.