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El patriotismo partidista

Joan Subirats

No creo que resulte fácil definir hoy día con exactitud qué entendemos por patriotismo. Entre los que dicen que es una manera activa de expresar la responsabilidad colectiva sobre los asuntos compartidos y los que lo consideran simplemente el último refugio de los sinvergüenzas, caben muchas interpretaciones. Los neoconservadores estadounidenses han ido jugando con el patriotismo como palanca en la que asentar la implacable puesta en práctica de su programa. Y no les ha temblado la mano al bautizar como "Patriot Act" una ley sospechosamente sesgada en la forma como permite restringir los derechos individuales y colectivos para hacer frente a los enemigos de la "patria". En España, el Partido Popular ha descubierto asimismo la gran cobertura que proporciona la patria como remedio curalotodo. Ante cualquier problema sólo es necesario esgrimir a la "patria en peligro" y todos firmes. El problema es que, por ese camino, lo que debería entenderse como un marco de "lealtad a los principios" acaba reduciéndose a una mera "obediencia a la autoridad" que va interpretando a su antojo lo que es patriótico o lo que es constitucionalmente aceptable. Ni el antiterrorismo ni el patriotismo, por su propia esencia, deberían ser entendidos como un arma partidista a utilizar contra cualquiera que pretende poner en cuestión algún elemento concreto de la política que sigue el partido en el gobierno. Ya que, si tales principios se usan de manera polarizada y como simple instrumento para achicar espacios y evitar que exista una oposición real, lo único que acabarás consiguiendo es pervertir esos principios, inutilizándolos para usos posteriores. Sin duda conseguirás resultados (electorales) a corto plazo, pero el daño que producirás a la credibilidad y legitimidad de tales argumentos será irreparable.

No estoy hablando de futuribles más o menos lejanos. La política miope y antagonista de los populares y su empecinamiento en la guerra de Irak o su negativa ante cualquier atisbo de diálogo en el País Vasco ha conseguido que mucha gente, cuando oye hablar de antiterrorismo y Constitución, sólo entienda Partido Popular y Aznar. Y, si de eso se trataba, el error es aún más grave. De hecho, se usa cualquier excusa, llámese elección de la presidencia en la Federación de Municipios o las elecciones catalanas, para "salir de maniobras" y, repartiendo amenazas o anticipando riesgos, reclamar la unidad nacional contra el enemigo real o inventado. Ese uso privatista y sesgado del patriotismo acaba siendo, de hecho, profundamente antipatriótico. Ahora se aprueba una reforma del Código Penal que sitúa en el campo del delito a quien quiera ejercer su capacidad de autogobierno para consultar a sus conciudadanos. Estamos al borde de considerar que cualquier opositor a la política del Gobierno es presuntamente anticonstitucional y susceptible de connivencia con el terrorismo. Sinceramente, si ya resultaba grotesco y criticable el utilizar la propuesta presentada por Ibarretxe como arma arrojadiza para arrinconar al PSOE y machacar sus pocas oportunidades en marzo, lo que ya resulta insoportable es acabar generando una dinámica de "sociedad española (versión PP) contra sociedad vasca", tratando de que cualquier reunión empiece con la condena a la propuesta del Ejecutivo vasco y acabe todos en pie saludando a la bandera patria.

¿No deberíamos alzar una protesta civil ante esa apropiación privatista y totalitaria por la que sólo existiría una forma de ser español? Es tan grave el daño que se está haciendo a la cada vez más remota posibilidad de construir una España plural y orgullosa de su diversidad, que impide el burlarse de una manera de entender el patriotismo y el papel del Estado-nación, que es simple y patéticamente obsoleta. La paranoia partidista del PP nos está llevando a situaciones muy preocupantes en las que acaba enredando a personas muy alejadas de sus posiciones políticas. Sólo hace falta leer y escuchar los recientes comentarios sobre las elecciones catalanas para sentir vergüenza ajena. ¿Cómo puede calificarse como "poco apropiada" o como "peligrosa" para la estabilidad constitucional una alternativa de gobierno en Cataluña que incluya a Esquerra Republicana? ¿Se está insinuando que ERC es en Cataluña lo que Herri Batasuna es en el País Vasco? Se empiezan a tergiversar las cosas de tal manera que, sin preocuparse para nada de la dinámica de cambio legítimo que ha expresado Cataluña, se acaba apostando por combinaciones de gobierno que eviten una "crisis constitucional" que ha nacido y se ha desarrollado en las mentes calenturientas de quien sabe que sólo jugando con el miedo se acaba acallando al pluralismo político.

Nos conviene una cura de "patriotismo múltiple". Los que van por el mundo diciendo que son sólo españoles, sólo catalanes o sólo de Moratalaz son y serán una minoría insensata. Somos de muchos sitios a la vez. Y lo seremos cada vez más. Y les aseguro que, si nos siguen golpeando con la Constitución para que renunciemos a las pompas de Carod, Ibarretxe o Maragall, sólo conseguirán ir deteriorando y poniendo en peligro lo que debería ser un texto abierto, de interpretaciones múltiples y con las suficientes ambigüedades para ir capotando en mares tormentosos. De ese ejemplo único en la historia constitucional española por el que se logró un texto que no fuera desde el principio atribuible a una de las partes implicadas estamos pasando día a día a una Constitución patrióticamente partidista, con la que se quiere construir el monopolio que permita atribuir o denegar certificados de buena conducta y de lealtad constitucional. Y si no, al tiempo.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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