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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar, en Irak

Los gestos en política suelen pagar dividendos y el de José María Aznar visitando ayer por sorpresa a las tropas españolas destacadas en Irak no será probablemente la excepción. El viaje relámpago del jefe del Gobierno, que se mantuvo en secreto por razones explicables de seguridad, viene a enlazar con la sucesión de despedidas, más o menos formales, que viene protagonizando estos días. Pero de su alto valor simbólico da cuenta el hecho de que se produjera sólo 24 horas después de que el propio Aznar felicitase las navidades por videoconferencia a los 3.500 militares españoles que trabajan en misiones exteriores, Diwaniya incluida.

Mimetismos aparte (resulta inevitable evocar el precedente propagandístico de George Bush el día de Acción de Gracias), el desplazamiento de Aznar a Irak en estas fechas parecía tan inevitable como congruente con la magnitud de su apuesta en el país ocupado. El jefe del Gobierno, en una decisión no compartida prácticamente por ningún otro grupo político ni por la mayoría de la ciudadanía española, ha hecho de Irak su envite más importante en materia exterior, vinculándolo a una cuestión como la lucha antiterrorista, que tiene profundas resonancias internas. Ayer reiteraba en Diwaniya que le ampara una causa justa.

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Pero Aznar no ignora que, a diferencia de otras misiones armadas españolas, siempre legitimadas desde el comienzo por claros mandatos internacionales, ésta ha provocado el rechinar de todos los engranajes político-sociales. Nuestras fuerzas fueron despachadas a Irak por un empeño personal del presidente del Gobierno, en un seguimiento tan obsecuente como innecesario de los objetivos del presidente Bush. Y los acontecimientos se han encargado trágicamente de demostrar que arrostran en el convulso país árabe un riesgo real muy por encima de los fantasiosos calificativos gubernamentales que acompañaron a su envío en julio como si se tratara de una fuerza humanitaria.

Hay leves indicios de que la situación en Irak podría comenzar a reconducirse. Tras la captura de Sadam Husein -un balón de oxígeno para Bush y para Tony Blair, referentes inmediatos de Aznar en su aventura-, Francia y Alemania han anunciado su disposición a reconsiderar la deuda de Bagdad. Y el nuevo calendario de la transición prevé una devolución anticipada de la soberanía a los iraquíes. Cumplida, pues, una oportuna visita que sin duda habrá elevado la moral del contingente español, hay que esperar que éstas sean las últimas navidades en que nuestras tropas deban ser reconfortadas en un escenario tan equivocado como el iraquí.

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